03. Legado familiar

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A menos de 30 minutos de concluir la sesión del día, la profesora introdujo la última lección, algo que parecía bastante importarte para no dejarlos salir de esa aula sin dicho conocimiento.

—He de asumir que la mayoría aquí tiene ya familiaridad con los encantamientos... y las artes oscuras —la profesora lanzó una mirada, que fracasó en ser discreta, al pelinegro de apellido reconocido. 

Había escuchado, por cuenta de sus primas, la fama que La Noble y Más Antigua Casa de Black tenía en el mundo mágico, como algunos profesores serían extrañamente amables, otros extrañamente hostiles.
"Si te temen, significa que tienes poder", habría dicho su padre. Pero la mirada que recibió de su profesora no reflejaba temor u admiración, sino que había algo de cinismo, burla e incluso rencor. 

Aunque no se imaginaba que una adulta en su cargo, sería tan mal intencionada y cruel con un chico que recién entraba a la escuela.

—Deben imaginar que nos enfocamos en los hechizos más útiles del programa, pero se nos es obligatorio hablar sobre los tres maleficios imperdonables, ya saben, para prevenir accidentes.

Eso llamó su atención, le provocaba un mal sabor de boca, y no podía deshacerse de él. Le dio un manotazo a Evan por no dejar de hablar con Barty, quien se encontraba en la mesa de al lado.
Si no podía con el ruido de su cabeza, al menos esperaba silencio a su alrededor. 

—¿Alguno aquí sabe de qué hechizos hablo?

El Ravenclaw del trío carraspeó, alzando su mano.

—Avada Kedavra, Imperius y Cruciatus.

No se atrevió a girar hacia su amigo, el miedo lo tenía paralizado, apenas y le vio de reojo, con un miedo no muy bien disimulado. Esperaba escuchar que la respuesta era incorrecta, burlarse de Barty un rato y seguir con su día. No fue así. Su mirada se perdió en el vacío, fue como si el tiempo y espacio hubieran dejado de existir. Sabía que su cuerpo seguía ahí, sabía lo que el profesor estaba explicando. Las palabras se perdían en el aire, su amigo seguía hablando, se sentía como un discurso eterno. 

—Gracias, Crouch. Igual a su padre, ¿no?

El niño frunció el entrecejo ante tal comparación, costándole esconder su desagrado.

—Son crueles, por eso son imperdonables. Hay magos crueles, magos que terminan en Azkaban por permitir que su naturaleza los lleve hasta ahí. Vienen tiempos oscuros, casi nadie está a salvo... En estos tiempos, será importante que ustedes aprueben "Defensa Contra las Artes Oscuras" aunque no se sientan listos.

La maestra sonreía, y Regulus desconocía que esas tres maldiciones de las que hablaban estaban programadas para ser vistas hasta su quinto año. De haberlo sabido, habría dicho algo, habría podido escribir a sus padres, o contarle a Dumbledore. Pero él no tenía idea, solo permaneció ahí, observando a su compañero.

—Iniciamos entonces. Cruciatus, para que funcione correctamente, hay que tener deseo de ver sufrir a la víctima.

Había palidecido en cuestión de segundos, había sentido un hormigueo intenso pasarle por cada parte de su rostro cuando la sangre bajó este. Sintió tantas nauseas al imaginar una sonrisa en el rostro de su madre, cada vez que él o Sirius se retorcían de dolor en la alfombra. Su respiración comenzó a acelerarse peligrosamente, coordinando con su corazón. Estaba perdido en su propia mente mientras la clase seguía discutiendo entre sí.

—Reg, ¿estás bien? —el tacto de Evan sobre su mano le hizo regresar al momento— ¿Necesitas ir a enfermería?

—Estoy bien, ¿tenemos que apuntar algo?

𝐑𝐀𝐌É ↬𝐉𝐞𝐠𝐮𝐥𝐮𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora