Un anillo adornado con una esmeralda posa en el dedo anular de Ginebra, es una joya
realmente llamativa.
—Eres una de las famosas hijas de los Borgues, debes ser la hija menor ¿Cuál es tu nombre? —Pregunta la mujer malhumorada.
—Me llamo Ginebra, Ginebra a secas y con respecto al anillo, puedes quedártelo, no lo quiero...
—¡Oye no soy una limosnera! yo tampoco lo quiero, esa familia es de mal agüero, además... —La mujer se calla, sabe que hizo un comentario fuera de lugar. —Olvida lo que te digo, hazte aun lado, tengo que abrir mi local, nosotros los pobres tenemos que trabajar
para ganarnos la vida, seguro que no sabes lo que significa eso. —Mira de pies a cabeza a Ginebra.
—Perdón, no quise ofenderte, ¿quieres que te ayude con las bolsas? Se ven muy pesadas.
—Una debilucha como tú no podría cargarlas —Dice la mujer a carcajadas.
—Parezco débil, pero no lo soy, déjame ayudarte. —Insiste Ginebra.
—¡Si tiras algo me lo pagas! ¿escuchaste?
—¿Por qué compraste tantas hiervas? ¿son medicinales? —Ginebra levanta la mirada y se
da cuenta que el negocio al que fue a parar es de ocultismo.
—No sabía que había una tienda de ocultismo por aquí.
—Claro que no, ustedes los ricos ignoran todo a su alrededor.
—¿Cuál es tú nombre?
—Me llamo Beatriz, mi apellido no es importante. —Beatriz mira fijamente a Ginebra, le da compasión ver sus ojos hinchados de tanto llorar, los rumores que persiguen a la familia Borgues son terribles, al ver su rostro, se da cuenta de que esta pobre muchacha ha pasado por mucho y entiende un poco el desprecio que tiene por su apellido.
Beatriz era una mujer de piel trigueña, rosaba los 29 años de edad, malhumorada y de carácter explosivo, de enormes pechos y voluptuosas caderas, su actitud poco femenina le daba un aire intimidante, tenia un abundante cabello negro y quebradizo y era muy guapa.
Ginebra entra al local y observa el lugar de arriba abajo, está lleno de polvo y huele a humedad, hay todo tipo de objetos extraños, sin contar con las velas y telarañas que le dan un aire tétrico al lugar.
L
—¿Qué? ¿te incomoda mi negocio o qué? ¿no está a tu altura? —Pregunta Beatriz indignada.
—No, no es eso, es que...
—No he tenido clientes últimamente, por eso esta tan desarreglado.
—Quizá si limpiaras un poco...
—¡Esta limpio! Además, las telarañas le dan el toque siniestro que necesita esta pocilga.
—Yo puedo ayudarte. —Dice Ginebra con voz suabe.
—¿Qué?
—Puedo ser tu asistente, no tienes que pagarme mucho, me esforzare en limpiar bien ¡te prometo que no te arrepentirás!
—¿Estás loca? Eres hija de una de las familias más influyentes de Valle de Cobre, debes estar nadando en dinero, ¿Cómo se te ocurre pedirme trabajo? —Beatriz está extrañada con la petición de Ginebra.
—Solo dame una oportunidad. —Ginebra la mira con ojos suplicantes.
—No lo har, no quiero tener problemas con los Borgues, si tú familia te ve trabajando a qui,
son capaces de cerrarme el local, ¡están locos!
—¡Ellos no son mi familia! Me traicionaron, me humillaron de la manera más vil que
existe, se burlaron de mí, nunca más regresaré a esa casa.
Beatriz se sorprende al escuchar a Ginebra hablar así de su familia.
—¿Entonces es cierto lo que dicen?
—Los rumores se quedan cortos con la realidad, mi prometido me engañó con mi propia
hermana, mis padres confabularon para organizarles su boda el día que se supone yo me
casaría, quisieron obligarme a ser su dama de honor y Victoria está esperando un hijo de David, ¡ella lo asesinó! ¡estoy segura!
—Esa es una acusación muy seria. —Dice Beatriz llena de seriedad.
—Encontré uno de sus aretes en el lugar donde estaba el cuerpo de David, eso la hace
culpable para mí, sabía que él y yo nos iríamos de Valle de Cobre esa madrugada, probablemente lo siguió y lo mató, no tenía enemigos, era muy querido en el pueblo, los Borgues me han arrebatado todo, por eso aborrezco ese maldito apellido, no me interesa su dinero ni el estatus social que mede ser parte de esa familia. —Ginebra escupe en señal de desprecio. —Así que por favor dame el trabajo, estoy dispuesta a ganarme la vida por mi misma, no te daré problemas, lo prometo.
Beatriz le avienta una escoba a Ginebra y esta se queda admirada.
—¿Qué haces ahí parada? Ponte a trabajar, demuéstrales a esos bastardos que no podrán
doblegar tú corazón, bienvenida al negocio familiar.
Los ojos de Ginebra se abren de par en par, es la primera ves que tiene un trabajo y su espíritu comienza a recobrarse.
—Pero eso sí flacucha, si no rindes en el trabajo, no te daré ni un centavo.
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El amante del pantano de Nil
FantasíaEl día previo a su boda Ginebra descubre un amorío entre su prometido y su hermana, orillada por el dolor, busca terminar con su vida adentrándose en un antigüo pantano donde según las leyendas habita un peligroso monstruo. Buscando la muerte encont...