Decisiones

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La niebla ha desaparecido y se corrió el rumor de que unos saqueadores de tumbas habían robado algunos cuerpos y el alcalde Bernardo, decidió duplicar la vigilancia del cementerio prometiendo descubrir a los culpables y castigarlos con severidad. Por otro lado, Ginebra,
está parada frente a la tumba de David, lleva un hermoso ramo de flores, tiene mucho tiempo mirando su lápida, ver el cuerpo de David convertido en un muerto viviente la dejó en shock, no era así como quería recordarlo, las pesadillas le robaron el sueño por semanas.
—Estoy cansada, ya no puedo vivir así, ya no quiero llorar por ti, me ha costado aceptar que te he perdido, el destino no quería que estuviéramos juntos, me aferré a la idea de estar a tú lado y comencé a marchitarme sin darme cuenta. David, ha llegado el momento de
soltarte, debo dejarte ir, merezco estar bien, buscaré la manera de ser feliz, lo prometo.
Ginebra, pone las flores en la tumba y lanza un tierno beso con su mano.
—Adiós mi querido David. —Así despide Ginebra, al que alguna vez fue el amor de su vida, liberando por fin su corazón.
Mientras tanto Victoria, da vueltas en su habitación, los nervios la tienen impaciente hoy se ha puesto en marcha su plan para envenenar a Bardos, Clara, le ha servido un té al señor de la casa y este se lo toma sin sospechar de las oscuras intenciones de su sirvienta.
—¿Se le ofrece algo más señor? —Pregunta Clara, con una amabilidad falsa.
—No, puedes retirarte. —Bardos, le responde con un semblante serio.
—Con su permiso, si me necesita, estaré en la habitación de la señora Victoria.
—Dale a esa mujer los cuidados que necesite, en cuanto se recupere quiero que se vaya de esta casa.
—Sí señor.
Clara, sube las escaleras y se dirige a la habitación y en cuanto ella toca la puerta Victoria, corre a meterse en su cama.
—¿Quién es? —Pregunta agitada.
—Soy yo señora Victoria.
—¡Ay! ¡Me asustaste, tonta! Creí que eras Bardos. —Exclama Victoria, en un tono aliviado.
—Discúlpeme, no quise asustarla.
—¿Le diste el veneno? —Pregunta ansiosa.
—Sí, me pidió un té y le agregue tres gotas.
—¿No percibió un sabor raro?
—No, se lo tomó sin problema. —Responde Clara, con la voz entre cortada, sabe que lo que hace es incorrecto, pero no está dispuesta a desistir a su palabra.
—Menos mal, ese maldito vejestorio no se saldrá con la suya, no dejaré que me eche de esta casa. —Victoria, mira de forma amenazante a Clara. —Asegúrate de darle el veneno en las tres comidas, sin falta.
—Sí señora.
Victoria, se avienta a la cama llena de felicidad, el plan para asesinar a bardos se ha llevado a cabo, tiene la seguridad de que saldrá victoriosa.
—¿Necesita algo más? —Pregunta Clara, temerosa.
—No olvides decirle a Bardos, que sigo delicada de salud, que estoy tan débil que no puedo ni levantarme de la cama, debo alargar mis días aquí, hasta que ese maldito no pueda moverse.
—Lo haré.
—Antes de irte necesito que me des un masaje en los pies, esto de planear la muerte de mi suegro me deja muy agotada, jaja. —Victoria, se ha llenado de cinismo, su maldad no tiene
límites.
Por otro lado, Selene toca la puerta del despacho de Bardos, le ha llegado una visita importante.
—¿Puedo pasar señor? —Pregunta Selene, con una hermosa sonrisa.
—Adelante, ¿Qué se te ofrece? —Pregunta Bardos, interesado mientras la mira fijamente.
—El alcalde Bernardo, está aquí, quiere verlo.
—En un momento lo recibo, ofrécele algo de beber mientras espera.
—Sí señor. —Selene, se va contenta, sabe que a Bardos, le hace bien platicar con su amigo del alma.
Después de unos minutos, Bardos, se dirige al gran salón a recibir a su viejo amigo.
—¡Bernardo! amigo, que grata sorpresa. —Bardos, lo recibe con un fuerte abrazo.
—Bardos ¿Cómo estás? Supe lo de tu nieto, lamento mucho por todo lo que estas pasando, no sé cómo consolar tú corazón, perdóname por no saber aliviar tu dolor. —Bernardo, llora
impotente.
—Tu sola presencia me reconforta, lamento no haberte informado sobre el estado de mi nieto, tenia la esperanza de que sobreviviera.

—Ahora tres ángeles te cuidan desde el cielo querido amigo. —Bernardo, pone su mano en el hombro de su amigo para consolarlo.
Bardos, está triste, y Bernardo, lo percibe, algo en él está roto, tan roto que ha apagado la luz en sus ojos.
—Lo sé, ya no hablemos de cosas tristes, escuché que saquearon el cementerio ¿Qué clase de criminales harían algo así? No tienen escrúpulos.
—La policía no ha podido encontrar a los responsables, al parecer van de pueblo en pueblo haciendo sus fechorías, deben ser miembros de alguna secta o algo así.
—De un tiempo para acá, Valle de Cobre ha sido el foco de las desgracias, siguen
apareciendo cuerpos despedazados o sin una gota de sangre, probablemente tengas razón y una secta esté detrás de todo esto. —Dice Bardos, preocupado.
—Sí, jamás vi algo así en éste pueblo, era tranquilo y me atrevo a decir que algo aburrido, Valle de Cobre se ha vuelto inseguro. —Bernardo, suspira profundamente. —Perdóname, dijimos que no hablaríamos de estas cosas, solo quería visitarte amigo y hacerte saber que cuentas conmigo, Isabel, te manda saludos. Además, queremos invitarte a cenar con nosotros, mi hijo Fernando, llega esta noche a Valle de Cobre.
—¿De verdad? Me alegro mucho, sé lo mucho que lo extrañaban. — Bardos, sonríe amablemente. ¿Cuántos días vendrá de visita?
—Eso es lo mejor de todo, viene para quedarse. —Dice alegre el orgulloso Bernardo.
—¿Dejó la guarnición?
—Sí, estuvo doce largos años como soldado , ahora quiere regresar a su pueblo natal.
—Me alegro mucho, estuvo muchos años lejos de ustedes, si no mal recuerdo se fue a la edad de cinco años a estudiar al extranjero.
—Si, talvez encuentre a una buena mujer y se case con ella. Además, Isabel, lo ha extrañado mucho y yo también.
—Lo sé, amigo.
—Entonces nos vemos a las ocho en punto, nos encantará tenerte en la cena.
—Nos vemos más tarde, gracias por venir. —Bardos, despide a su amigo con un gran abrazo y suspira lleno de nostalgia.
—Todo estará bien. —Bernardo, se va y Bardos, se queda de pie mirando a su amigo alejarse poco a poco.
—No, nada volverá a estar bien. —Dice Bardos, en un tono apenas audible.
Clara, se dirige a él suavemente.
—Señor, la comida está lista, puede pasar al comedor.
—Gracias Clara, iré en un momento. Bardos, mira de reojo a su joven sirvienta, la cual esconde algo en su mano derecha.
—Veo que ya tienes todo preparado. —Dice Bardos, en un tono tranquilo.
—He... sí señor, ya está servido su plato. —Clara esta temblando, ¿a que se debieron esas palabras? Se pregunta angustiada, temerosa de ser descubierta por su víctima.

El amante del pantano de Nil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora