Hasta las cenizas

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Las horas han pasado, la noche ha llegado a Valle de cobre vistiendo el cielo de negro, Ginebra se ha puesto un vestido aperlado con un abrigo afelpado y elegante, el embarazo le sienta bien, sus ojos brillan como dos estrellas en el firmamento, está llena de vida y se ve hermosa, por otro lado, Alejandro, lleva puesto un traje negro y se ha recogido el cabello en media cola luciendo su hermosa cabellera rubia, se ve tan apuesto que no puede esconder sus orígenes sobrenaturales.

—¿Qué te parece? ¿Con este atuendo me veo más humano? —pregunta Alejandro en forma de burla.

—Te ves increíble, si yo fuera mi padre no dudaría en aceptarte—dice Ginebra maravillada.

—Lo hará cuando se entere de que soy un rey, en otros tiempos le hubiera traído tesoros de todo tipo en forma de dote y así me ganaría su aprobación, le hubiera traído la cabeza de sus enemigos para demostrar mi valía, le haría saber que valgo la pena,
aunque sé que en el corazón de un padre ningún hombre es digno de sus hijas.

—Alejandro...

—¿Segura de que no tiene enemigos por ahí? Podría traerle sus pieles o sus dientes.—exclamó el rey con seriedad.

—¡No! gracias al cielo no hay nadie. —exclama Ginebra aliviada.

El rey de los vampiros por primera vez irá a pedirle la mano de su hija a un hombre, Ginebra es el amor de su vida, si bien, para él nada de esto es importante, sabe que para su humana, es especial este acto, para Alejandro la felicidad de Ginebra es lo más importante.

Alejandro es el rey de los vampiros, una criatura que está acostumbrada hacer su voluntad, a no pedir permiso, un monarca que no acepta un no como respuesta, es orgulloso, caprichoso he intimidante, pero estoy enamorada de él, el amor que me tiene
es más grande que su naturaleza ¿Cómo no podría quererlo? Hemos pasado por tanto y seguimos juntos, amándonos cada día más, hoy el rey ha dejado su trono para vestir un elegante traje solo para mí, rebajándose a pedirle la mano de la mujer que ama a un simple humano, con tal de hacer las cosas bien, con tal de verme feliz, sí, él es Alejandro, mi único amor y mi futuro esposo.

Por fin la hora ha llegado, Ginebra y Alejandro está frente a la puerta de Víctor, a la espera de lo que sucederá tras contarle la verdad.

—Muy bien, aquí estamos, no hay marcha atrás. —Expresa Alejandro con seriedad.

—¿Todo saldrá bien verdad? —pregunta Ginebra con voz temblorosa mientras llama a la puerta.

Ginebra y Alejandro habían decidido llegar a casa de Víctor después de Leonardo, consideraron que él podría preparar el terreno antes de su llegada, ya que es educado y no levantaría sospecha alguna de lo que se avecinaba. no querían que Víctor se
sintiera tan abrumado, pero Leonardo sentía algo que estaba quemando su pecho.

—¿Entonces usted es amigo de Alejandro y Ginebra? —pregunta Víctor con la piel erizada hasta la nuca, su instinto de supervivencia está a todo lo que da y no sabe por qué.

—Soy su mayordomo. —responde Leonardo a secas.

—¿Enserio? No tiene la apariencia de un mayordomo, parece de buena cuna.

—No tiene que estar a la defensiva, no le haré daño.

—¿Disculpe?

—Está temblando y suda mucho.

—Es que hace mucho calor jaja, me siento sofocado. —expone Víctor casi tartamudeando.

—¿Usted no se siente mal? Se ve muy pálido, sus ojos están... muy brillantes.

—Estoy bien, prometí que no me lo comería.

—¿Qué?

De pronto llaman a la puerta con delicadeza, es Ginebra y su padre corre a su encuentro, su hija le había pedido que esa noche le diera el día libre a la servidumbre,

El amante del pantano de Nil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora