Concepción

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A Ginebra le había brincado el corazón después de escuchar lo que las sirenas hacen con las futuras madres, hace dos meses que no le llega su periodo, después de oír las palabras de Alejandro comienza a sospechar, pero no se atreve a decirle ni una sola palabra, no hasta estar completamente segura de su embarazo.

—¿Por qué tienes esa expresión? Pregunta Alejandro, mientras acaricia su cabello.

—¿No crees que fue muy extraño que la sirena roja me diera esta perla?

Alejandro la mira con ternura mientras sonríe alborotándole la melena.

—No te preocupes, los vampiros no podemos procrear.

—Lo sé... —responde Ginebra, con una notoria tristeza en el rostro.

—Ginebra —Alejandro la mira con profundidad.

—¿Sí?

—¿Te gustaría ser madre?

—¿Qué? He... ¿Por qué me preguntas eso de repente? —Ginebra responde avergonzada.

—Por qué yo no puedo hacer realidad ese sueño, jamás podre darte un hijo.

—Tú eres suficiente para mí. —Ginebra sonríe con tristeza.

—Quiero que sepas algo.

Ginebra mira a Alejandro y la cautiva con su rostro calmado y sincero.

—Si algún día sientes que yo no puedo darte lo que necesitas, si tu deseo de ser madre aumenta,

si alguna vez decides tener una familia y quieres irte, quiero que sepas que no te detendré, eres libre de irte y formar lazos con un humano que pueda darte lo que yo no, me dolerá verte partir, pero tu felicidad es lo más importante para mí porque te amo.

Ginebra acaricia el rostro de Alejandro y llora al escuchar sus palabras llenas de amor y gracia.

—Yo también te amo, por eso jamás te abandonare, tú eres suficiente para mí.

Alejandro y Ginebra se besan apasionadamente, el hermoso vampiro la monta sobre él, mientras recorre su cuello con sus suaves y fríos labios, el amor está en el aire, quien diría que el orgulloso vampiro terminaría enamorándose de la depresiva humana, el deseo les recorre el cuerpo erizándoles la piel y se entregan apasionadamente el uno al otro y una vez que se han saciado el rey de los vampiros toma a su amante entre sus brazos para recostarse juntos en su lecho hasta que la bella humana se queda completa mente dormida en su pecho, su piel es tan agradable, sus mejillas son como blancos malvaviscos, esponjosos y placenteros al tacto, su sencillez la hace perfecta.

—Mi preciosa humana.

Alejandro le besa la frente y se levanta de la cama, se pone una bata blanca y se dirige al pantano, pensativo mientras contempla la naturaleza.

—El día es perfectamente nublado mi señor.

—Leonardo.

El mayordomo hace una reverencia a su señor y mientras se inclina se disculpa con su amo.

—Por favor perdóneme, perdí los estribos a causa de ese insignificante humano, debí guardar la compostura y comportarme, no pude tolerar el comportamiento de esa escoria irreverente, si me
lo hubiera permitido lo habría despellejado y después lo habría desmembrado haciéndolo pagar
por su pecado.

—Aprecio tu lealtad, no tienes por qué ser castigado.

—Gracias amo, servirle es mi razón de ser, por otro lado, me encontré con la sirena rojiza, revisé el lugar donde el humano provoco la explosión, hubo un total de seis sirenas muertas, no tuve que deshacerme de los cadáveres puesto que sus hermanas los llevaron al fondo del lago, al parecer la madre fundadora está preñada y pronto dará a luz a sus crías.

—Entiendo, fue una perdida lamentable, el humano pagará por sus crímenes.

Leonardo mira a Alejandro, esta pensativo y hasta pareciera estar triste.

—Parece que la señorita Ginebra recibió un preciado regalo por parte de la sirena roja.

—No sé con qué intención se lo dio, probablemente se confundió, asegúrate de regresarle la perla antes de que Ginebra se haga ideas equivocadas.

—Como ordene señor.

—Cuida de ella, iré de casería.

—Sí amo.

Alejandro se va y Leonardo se dirige a la habitación donde se encuentra Ginebra y al entrar escucha que Ginebra está vomitando, está enjuagando su boca, las náuseas se han apoderado de ella se encuentra muy confundida, no quiere ilusionarse, pero ya es muy tarde, su corazón le dice que será madre.

—¿Qué me está pasando?

Leonardo se acercas a Ginebra y la sorprende haciéndola brincar del susto.

—¿Se encuentra bien? ¿le duele algo?

¡Leonardo! Yo... no sé qué me pasa, de pronto sentí nauseas. —dice Ginebra apenada.

—La dejaré descansar, volveré en otro momen... —Leonardo se para en seco pues Ginebra lo ha tomado sorpresivamente de la mano.

—¡Espera!

—¿Qué sucede?

—¿Sabes qué es esto? —Ginebra le muestra la perla.

—Sí, una perla que las sirenas le dan a las futuras madres.

—Me la dio a mí...

—Señorita Ginebra usted no...

—Hace dos meses que no me viene mi regla, me he sentido muy cansada, yo no soy de las personas que se toma una siesta por las tardes y ahora tengo náuseas...

—Los vampiros somos estériles.

—Lo sé Leonardo, pero...

Ginebra le cuenta lo que la sirena fundadora le mostro y todo lo que ella vio, los pequeños latidos, aquellas luces resplandecientes y Leonardo no sabe que decir y de repente Ginebra toma su mano y la coloca sobre su vientre y un escalofrió recorre el cuerpo de Leonardo cayendo de rodillas frente a Ginebra.

—Creo que estoy embarazada de Alejandro. —Exclama Ginebra mientras llora.

—Imposible... es... es... imposible.

—Sé que es difícil de entender, a mí también me cuesta asimilarlo, pero este vínculo ha hecho cosas de las que creíamos eran imposibles como el hecho de que ustedes estén recuperando sus emociones y talvez su humanidad.

—Si su vientre alberga un príncipe entonces...

El rostro de Leonardo se ilumina, como si la esperanza le hubiera salpicado la cara, sus ojos brillan llenos de emoción.

—Entonces hay esperanza...

El amante del pantano de Nil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora