Poder

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Ginebra, está sentada al borde de la cama acariciando su vientre una y otra vez mientras su mente da rienda suelta a los malos pensamientos que le roban la paz, se ha llegado el día de las
elecciones y aunque tuvieron que alargarse las votaciones debido a que Bernardo cayó enfermo,
ahora si no hay nada que impida que la gente elija a su nuevo gobernante, con todo lo que ha pasado, Ginebra no ha querido tocar el tema de lo sucedido con Fernando, pero sabe que no puede ocultárselo por más tiempo a su amado vampiro, lo que trama Fernando es diabólico y no puede subestimarlo por el simple hecho de ser un humano.

—¿Cómo se lo hago saber sin que quiera ir por su cabeza? —se preguntó así misma, Ginebra se siente ansiosa y nerviosa, Alejandro odia a Fernando y no sabe cómo puede reaccionar si le cuenta lo que pasó.

Mientras Ginebra busca la mejor manera de decírselo, Alejandro entra abruptamente por la
puerta mientras Leonardo trata de calmarlo.

—¡Cuéntamelo todo! ¿Qué te hizo ese malnacido? —Alejandro se encuentra enfurecido.

—¡Alejandro! Déjame explicarte...

—¡Hazlo! ¡que estoy que me lleva el diablo!

—Lo lamento señorita Ginebra creí que mi señor ya lo sabía. —dice Leonardo apenado.

—No te disculpes Leonardo, es mi culpa por no habérselo dicho antes. —Ginebra le pide a
Alejandro que se calme y comienza a contarle lo sucedido.

—Lo que paso fue que...

Después de varios minutos de escuchar a su mujer, Alejandro le da un puñetazo a la pared
haciendo un gran agujero, la rabia que siente le hierve la sangre.

—¡Le advertí a ese maldito que si se atrevía a lastimarte lo mataría!

—¡Lo sé! En cuanto volví a la normalidad lo primero que hice fue agredirlo, pero una vez que Leonardo me explicó lo que los mellizos hicieron y el tipo de magia que utilizan, me di cuenta de que Fernando no tuvo nada que ver con aquel terrible suceso, al final... él se veía igual de confundido que yo.

—¡También recordarás que ellos te muestran posibles futuros! ese desgraciado quiere arrancarte
de mis brazos, siempre ha querido que seas suya.—declaró Alejandro lleno de rabia.

—Alejandro...

—¿Y esos infelices no entendieron mi amenaza? ¿acaso no fue suficiente el dolor que les cause?
¡Les advertí que no se te acercaran! Los haré vagar por la eternidad, sus almas vagaran sin descanso, ni siquiera el infierno los va a aceptar.

—Alejandro por favor cálmate, entiendo cómo te sientes, pero estoy bien, no pudieron lastimarme, debemos guardar la calma y pensar bien en lo que haremos, seguro que esos mellizos recibirán su castigo y en cuanto a Fernando... creo que se mantendrá al margen a partir de ahora.

—Ginebra ¿Cómo me pides algo así? —Alejandro la mira inconforme.

—Yo no lo pido, pero ellos sí, tus hijos necesitan a su padre con la mente clara para decidir lo que hará en esta situación.

Alejandro suspira con pesar y se recoge el cabello del rostro para después llevarse las manos a la
cintura.

—Si tu protegido me declara la guerra, si osa levantar la mano contra mí o mi pueblo, si vuelve a
lastimarte lo asesinaré a sangre fría, con o sin tu permiso.

Alejandro se va dejando a Ginebra en la habitación y Leonardo se va con él.

—Justo cuando se respiraba la paz. —Ginebra suspira preocupada.

Han pasado dos horas desde que Alejandro dejó la habitación y Ginebra se percata de que su
amado está sentado afuera de la mansión.

—¿Podemos hablar un minuto? —pregunta Ginebra con voz suave.

El amante del pantano de Nil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora