Las sierenas de Alcatraz

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Hoy es un día soleado en Valle de cobre, el sol calienta y sonroja las mejillas de sus habitantes, Ginebra, está con Beatriz, acomodando la nueva mercancía que trajeron del mercado, el negocio ha marchado bien y eso las hace felices.

—Ya dime la verdad Gini, ¿estas saliendo con alguien? —Beatriz, la mira con curiosidad.

—¡¿Qué?¡ no, ¿por qué lo dices? —Ginebra pregunta nerviosa.

—Te he visto sonreír más de lo habitual, además te arreglas como si quisieras sorprender a alguien, antes ni te peinabas, ya dime quien es el afortunado ¿es de la ciudad?

—No, no estoy saliendo con nadie especial je je...

—Estás enamorada, se nota por el color de tu aura.

—Bety, ya te dije que no husmes en mi aura —Ginebra se sonroja.

—¿Y por qué te ríes tanto, he? Estoy segura que se trata de un muchacho, no me digas que es ese tal fernan...

—Buenos días señoritas.

—¡Buenos días!

Beatriz se queda boquiabierta al ver al apuesto caballero parado frente a la puerta, se trata de Fernando el cual ha ido a visitar a Ginebra.

—¡Fernando! —Ginebra se encuentra sorprendida.

—¿Él es Fernando? —pregunta Beatriz con curiosidad.

—Eh, sí. Fernando, ella es Beatriz, la dueña del local y mi jefa. Beatriz él es el hijo del alcalde Bernardo.

—Mucho gusto. —dice Fernando mientras sonríe.

—¿Qué haces aquí?

—¿Cómo que qué hace aquí? ¿No ves que es un cliente potencial? ¿Qué trabajo quieres que te haga? Digo, no creo que te haga falta nada, eres perfecto. —dice Beatriz mientras lo mira de pies a cabeza.

—¡Bety! —exclama Ginebra, avergonzada.

—Ja ja, solo vine a ver a mi amiga Ginebra, me dio curiosidad cuando me dijo que trabajaba en una tienda de ocultismo.

—Te entiendo, tiene la finta de trabajar en una biblioteca o un jardín de niño. ¿Tú de casualidad no eres modelo?

—¡Ay! No puede ser. —expresa Ginebra, apenada.

—No, estuve varios años en el ejército, pero eso no era para mí, así que decidí venir a este pueblo, ahora soy el jefe de policía, ser modelo no está en mis planes. — dice sonriente.

—¿No te interesaría que leyera tu mano? ¿O que te de una pista de lo que te depara el destino?

—Déjalo en paz Bety, Fernando no vino a eso, no se vería bien que el jefe de la policía visite estos lugares.

—La verdad es que soy algo escéptico, sin embargo, lo que los demás piensen de mí, no me interesa.

—Que lastima, me habría encantado leerte la mano. —dice Beatriz resignada.

Fernando mira a Ginebra de pies a cabeza y nota las heridas de su cuerpo y rostro.

—Parece que tuviste una pelea con un gato, ¿te encuentras bien?

—Sí, estoy bien, de hecho, me herí con algunas ramas, jeje. Se ve peor de lo que fue.

—¿En uno de tus paseos?

—Eh... sí, fue en uno de mis paseos matutinos. —dice Ginebra mientras sonríe nerviosa.

—Si me dejas acompañarte no permitiré que vuelvas a tropezar.

El amante del pantano de Nil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora