La bruja de la necromancia

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Ginebra mira a Beatriz, se da cuenta que cada vez que le pregunta por su hermana, ella se
pone muy nerviosa, como si hablara de una pesadilla.
—Beatriz... ¿qué paso con María? ¿Qué fue lo que hizo?
—¿Por qué insistes en hablar de ella? —Pregunta Beatriz mientras suspira.
—Creo que te hará bien desahogarte, además somos amigas, quiero saber más de ti.
—¿Amigas? Ah... ok —Beatriz se sonroja, es la primera vez que alguien quiere ser su
amiga.
—Si, ¿somos amigas no?
—Si es lo que quieres, puedo aceptar esa carga.
—Gracias. —Ginebra sonríe, sabe que Beatriz esta contenta, aunque no lo diga.
—Muy bien, te hablaré acerca de María, la otra bruja de la familia, es completamente
diferente a mí, ella podía predecir el futuro por medio de la invocación de espíritus, siempre
fue una mujer extraña, desde niña era muy retraída, tenia una horrible fascinación por la
muerte, varias veces fue acusada de saquear tumbas y robar huesos y parte de los cuerpos
en descomposición, una mañana encontré a mi perro afuera de la tienda de campaña y me
llene de miedo, lobo tenía seis días de haber muerto a causa de un envenenamiento, María
lo había traído de la muerte, pero no como lobo sino como un muerto viviente, un zombi,
yo estaba aterrada pues quiso morderme, Salí corriendo de ahí y fui con mi abuela llorando,
mi madre reprendió con dureza a mi hermana, en ese entonces teníamos diez años, después
de dos años mi madre y mi abuela murieron en un accidente y María se aprovechó de eso
para poner en practica sus habilidades y convirtió a las mujeres más importantes de mi vida
en unos cuerpos vivientes hambrientos de carne humana. Ese fue el costo de traerlas a la
vida, tienen que alimentarse de otros seres humanos.
—Que horrible... —Ginebra se estremece.
—María terminó con toda la provincia de Misfá, el lugar donde nos criamos, esa joven de
aspecto inocente resulto ser un monstruo, sobreviví gracias a que me mantuve en silencio,
sin oponerme, presenciando todo lo que hacía, llena de miedo e impotencia, la apodaron la
bruja de la necromancia .

—Lo lamento, tuviste que presenciar esas cosas horribles sin poder hacer nada. —Dice
Ginebra conmovida.
—No soy inocente Ginebra, fui su cómplice, el temor me limitó a observar y no hacer nada
por los niños que gritaban mientras sus padres los devoraban, por todas las personas que
pedían auxilio y nadie las escuchaba. —El rostro de Beatriz expresa mucho dolor y
arrepentimiento. —Años después tu vampiro llego a nuestro escondite y nos atacó, la
historia ya la sabes, gracias a eso pude escapar y nunca mas volví a ver a María, y con todo
mi corazón deseo que este muerta, a veces tengo miedo de que vuelva a aparecer.
—Jamás imaginé que ustedes existieran, solo eran personajes de los cuentos de terror de mi
infancia, brujas, zombis, vampiros. — expresó Ginebra asombrada.
—Como te lo dije aquella vez, ahora que el rey vampiro a despertado, probablemente las
demás criaturas también lo hagan y las que se mantuvieron ocultas quizás se animen a salir
otra vez.
La media noche se acerca, Verónica y Clara han terminado de preparar el brebaje y se
dirigen a la mansión de los Landez.
—¿Por qué nos desviamos? Pregunta Clara nerviosa.
—Antes de llegar a nuestro destino haremos una parada.
—¿Por qué?
Verónica se Detiene en un callejón oscuro y mal oliente, Clara comienza a incomodarse,
tiene un mal presentimiento.
—Que hacemos qui?
—Cállate, ya no debe tardar.
Del oscuro callejón sale el comerciante que le vendió las hiervas a Clara y este esboza una
desagradable sonrisa.
—Perdonen la tardanza.
—Creí que no llegarías, la gente de tú tipo no es puntual. —Dice Verónica de manera
despectiva.
—¿Qué hace el aquí? —Clara esta temblorosa.
—¿Recuerdas que te pedí que te aseguraras de que este hombre no abriera la boca?
—Si, le di la bolsa de dinero y me prometió que no diría nada.
—Debemos asegurarnos de que cierre bien la boca.
—¿A qué se refiere?
—A que tú serás el pago por su silencio.
—¡No señora por favor se lo ruego! —Grita Clara suplicante.
—No seas tímida, te prometo que no te voy a lastimar. —Dice el hombre deseoso de
poseerla.
—¡Suéltame! ¡señora Verónica! ¡por favor no me deje con él! —Clama Clara entre
lágrimas.
—Atiende a este hombre y cierra la boca, necesitamos llegar a la mansión lo antes posible,
no te atrevas a desobedecerme, no te conviene tenerme de enemiga.
Clara fue la moneda de pago para asegurar el silencio de aquel comerciante, el cual la
sometió a sus denigrantes y sucios deseos, abusando de ella una y otra vez, la joven
sirvienta tuvo que soportar las caricias de un despreciable y mal oliente infeliz que terminó
de ultrajarla como si no valiera nada.
—Yo hago por mi hija lo que sea y hago lo imposible por asegurar mi poder y mi dinero.
Verónica se tapa los oídos asqueada de escuchar los gemidos de aquel comerciante.

El amante del pantano de Nil Donde viven las historias. Descúbrelo ahora