Amores

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Andrea:

Esa mañana, la mudanza ocupaba nuestras mentes y nuestro tiempo. Finn se había tomado el día libre. La empresa de mudanzas había llegado temprano al departamento, y el ajetreo de los trabajadores llenando cajas y moviendo muebles contribuyó a un ambiente caótico. Todo debía ser ordenado y trasladado a nuestra nueva casa, una tarea monumental que requería más manos.

Mi padre y Gina estaban en la clínica cuidando de mi madre, liberándonos de esa responsabilidad por el día. Kirill, Zelihg, Arthur, James y sus novias se unieron a nosotros para ayudar con la mudanza, mientras que los padres de Finn estaban en la nueva casa junto con Ingrid y su esposo, que habían llegado hoy para instalarse en Roma. Ellos recibían todas nuestras cosas en la nueva casa.

Sin embargo, yo estaba algo preocupada. Aunque Finn parecía tranquilo, yo lo conocía bien, y esa no era su tranquilidad habitual. Algo lo tenía nervioso, aunque nadie más lo notara. Era extraño, porque él jamás se ponía nervioso. Lo veía usar su teléfono más de lo acostumbrado; un par de veces se alejó para hablar en privado o lo veía enviar mensajes constantemente, algo que él nunca hacía. Le pregunté, pero él decía que eran urgencias de la clínica que manejaba a distancia, así que lo entendí, pero algo me hacía dudar de esa respuesta.

-Andrea, ya subieron la última caja. Debemos irnos- Finn entró al departamento mirando algo en su teléfono, totalmente distraído.

-¿Andrea? Solo me dices así cuando te hago enojar o pierdes la paciencia. ¿Qué sucede? -le pregunté, tratando de sonreír.

Finn alzó la vista, guardó su teléfono, sacudió su cabeza y me sonrió, como si estuviera despejando su mente.

-Perdón, tengo mil cosas en la cabeza y mudarnos es súper estresante. Creo que necesito vacaciones, pero no podré por el momento, ya tuve hace poco -se acercó y me abrazó por la cintura para luego besarme.

-No me engañas, algo te preocupa y demasiado, pero confío en ti. Siempre haces lo correcto, y llegado el momento sé que me lo dirás -le respondí, acurrucándome en su pecho.

Él me abrazó más fuerte. El pasado me había enseñado bastante, y no pensaba recaer en viejos errores, en desconfiar, en presionar y enojarme. La experiencia me había demostrado que eso solo nos separaba, y él era un hombre íntegro y leal.

Cada cosa que hacía tenía un buen motivo. Finn me había demostrado con creces que siempre me cuidaba y me priorizaba sobre todas las cosas.

-Es verdad, me conoces demasiado... Prometo que te lo diré, solo estoy esperando que haya un poco de paz. Pero te aseguro que no es nada malo, no debes preocuparte, ¿sí? -Finn me miraba de manera dulce, su tono buscaba tranquilizarme.

-Me preocupa porque me da intriga, pero confío en ti. Y si dices que no es malo, es porque no lo es ... -Agregué, y él me volvió a besar con muchísima dulzura.

-¿Vamos? Porque creo que estoy a un paso de distraerme aquí contigo -dijo pegado a mis labios, haciéndome reír.

-¡Enfermo! Estás enfermo de verdad -le dije entre risas, tomando su mano y jalándolo hacia la salida.

-Pero te gusta mi enfermedad -dijo él, muy cínico, con total convicción.

-¡Me encanta! Siempre que sea solo conmigo, porque de lo contrario, más que enfermo, estarás muerto. ¡Te arrancaré la garganta- exclamé, y él, que estaba riendo, dejó de hacerlo de inmediato.

-Esa frase es muy... fuerte, ¿no crees? Gina se la dijo una vez a Zoe, en la universidad -me preguntó mientras nos dirigíamos al elevador.

-Ah, sí, sí, pero es una manera de decir. Mi padre una vez se enojó con esos hombres que enviaba mi abuelo a presionarlo. Mis hermanos y yo estábamos ocultos, mirando a mi padre furioso resolviendo el asunto, y dijo: "Te acercas a mi familia y te arrancaré la garganta". Fue genial, como una frase de película. Se nos quedó grabada -confesé muy tranquila.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora