Andrea :
Al llegar del cumpleaños de Anna, me sentía cansada y triste. El día había sido maravilloso en realidad. Debía agradecer tener a mi familia reunida, a mi padre fuera de peligro, a mi madre en casa. Mi amiga Lena y mi hermana Gina estaban embarazadas, Finn estaba a mi lado... Visto desde afuera, todo era perfecto, y realmente me sentía agradecida y feliz por todo lo que tenía en mi vida.
Pero, aunque no quisiera, una y otra vez me embargaba el pensamiento de por qué todas podían formar sus familias y yo no. Había soñado desde hacía muchos años con tener mi pequeña familia junto a Finn. Solo quería un hijo de ambos, solo le pedía a Dios un hijo con el hombre que amaba, esa familia que tanto anhelaba.
Pero cada vez ese sueño se veía más difuso, más imposible. Me sentía triste por mí misma, por no poder tener lo que tanto deseaba. Pero me dolía más por Finn, el hombre que amaba con toda mi alma y que me daba todo: paz, felicidad, amor, estabilidad. Y yo no podía ni siquiera darle un hijo.
Como Finn demoró en subir, el cansancio y la tristeza me vencieron. No pude evitarlo, cerré los ojos y me dormí llorando.
Sentí que Finn se acostaba a mi lado y, suavemente, me abrazaba para acercarme a él. Suspiré aliviada, pero permanecí con los ojos cerrados; no quería hablar ahora, no quería enfrentarme a él con este problema, porque sentía que lo desilusionaba una y otra vez.
-Descansa, cielo -susurró, dejando un beso en mi cabello y luego apagó la luz de noche que yo había dejado encendida.
Dormí tranquila porque estaba entre los brazos de Finn, pero tuve algunas pesadillas. Como siempre, Finn estaba allí para consolarme. Me acercaba más a él y acariciaba mi cabello con dulzura, susurrándome al oído que todo estaba bien y que él estaba allí. Me lo repetía en voz baja una y otra vez hasta que me relajaba y volvía a dormir.
A la mañana siguiente, desperté temprano, como casi siempre. Lo que me asombró fue ver que Finn seguía durmiendo a mi lado. Él jamás dormía más que yo; a esta hora ya se había levantado, ejercitado, duchado y preparado el desayuno para ambos.
Lo miré con una sonrisa de amor, porque no podía evitar mirarlo así. Pasé suavemente mis dedos por su cabello y dejé un beso en su mejilla. Debía estar muy cansado. Me levanté con muchísimo cuidado y lo dejé descansar un poco más.
Al bajar las escaleras, Freddo vino corriendo hacia mí.
-Buenos días, hermoso... ¿Ya desayunaste? -dije, mientras me detenía a mitad de la escalera para rascarle la cabeza, que él levantaba ansiosamente, luciendo muy gracioso.
-Vamos... Tengo hambre -deposité un beso en su cabeza y continué bajando, pero él no me siguió. Se quedó mirando hacia arriba.
-Ah, estás esperando tu paseo. Lo siento, tu suizo vanidoso duerme aún. Vamos, luego te saco -chasqueé los dedos como hacía Finn para llamarlo. A él le obedecía de inmediato, pero conmigo dudó unos segundos antes de seguirme, resignado.
- ¡Mamá! ¿Qué haces levantada? - Apenas llegué a la cocina, vi a mi madre desayunando y conversando con Ingrid. Me acerqué a darle un abrazo y un beso.
- ¡Buenos días, Ingrid! ¡Te ves increíble hoy!- Saludé automáticamente a Ingrid, quien me abrazó y se apresuró a servirme el desayuno.
- Noté que Finn no bajó, así que te hice tu desayuno- me decía muy animada mientras colocaba la comida en la mesa.
- Sí, aún duerme. Por Dios, Ingrid, deja eso, ya está. Ven a desayunar aquí... ¿Y tú? ¿Qué haces levantada? - Le insistí a mamá.
- Mis doctores me dijeron que no me quedara en cama todo el día. Además, puedo caminar, solo que despacio, y si me canso, me recuesto unos momentos... Además, hoy viene tu padre- sonreí al ver la felicidad en los ojos de mi madre.
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Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro II
RomanceEn ocasiones, las ataduras que nos aprisionan nos sumergen en una oscuridad intrincada, donde solo los secretos más profundos de nuestros corazones encuentran refugio. Es entonces cuando el orgullo y la vanidad irrumpen, desatando la destrucción a s...