Errores

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Buenas tardes a todos:

Quiero aprovechar este momento para agradecerles, como siempre, por estar allí en cada paso y en cada línea de esta historia. Su compañía y apoyo significan el mundo para mí. Cada comentario y mensaje que me dejan es simplemente hermoso y tiene un valor inmenso para mí. Decir "gracias" se queda corto, así que les doy un inmenso y sincero agradecimiento.

Este capítulo tal vez sea un poco más largo de lo habitual, pero sentí la necesidad de agregar algo más, algo que sé que alguien ahí afuera necesita. Espero que estas palabras puedan ofrecer una pequeña reflexión, un alivio, y que lleguen a aquellos que lo necesiten, que se identifiquen y que les ayuden, aunque sea un poquito.

¡Les envío abrazos enormes! Son realmente increíbles.

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Andrea:

Aquí estaba otra vez, como cada viernes por la mañana, sentada en el mismo sillón, en la misma habitación de tonos cálidos, con la luz suave filtrándose a través de las cortinas.

Mi terapeuta me miraba con su habitual expresión de calma, esa que siempre me hacía sentir que todo estaba bajo control, aunque en mi interior el caos rugiera.

Había empezado a perder la cuenta de las sesiones, y aunque ella era increíble, profesional y empática, sentía que estaba atrapada en un ciclo sin fin. La misma rutina, los mismos patrones.

Hablábamos de mis miedos, de mis dudas, de todo aquello que me mantenía anclada, y sin embargo, la sensación de agotamiento comenzaba a pesar más que la esperanza de mejorar.

El problema no era ella, ni sus métodos. Era yo. En mi cabeza, había comenzado a simplificar todo en dos posibilidades, y ninguna era alentadora. O estaba tan desequilibrada que ya no había forma de arreglarme, o era tan obtusa y terca que, por más que lo intentara, simplemente no lograba aprender, no conseguía avanzar.

Cada palabra que decía, cada análisis que hacíamos, parecía repetirse una y otra vez. Como un eco que nunca encontraba respuesta. A veces, me preguntaba si realmente había algo que ella pudiera decir o hacer para cambiar eso, o si era yo la que se había quedado atrapada en una espiral de pensamientos negativos, incapaz de ver más allá.

Miré a mi terapeuta mientras hablaba, su voz calmada y segura llenaba la habitación, pero en mi mente, el cansancio era un murmullo constante, una resistencia sutil pero persistente.

Sentía como si estuviera nadando contra una corriente inagotable, y cada brazada me desgastaba un poco más. Tal vez algún día entendería, tal vez no. Por ahora, solo podía seguir sentándome en ese sillón cada viernes, esperando que algo, en algún momento, hiciera clic.

- ¿Te presiona? ¿O de alguna manera te sientes así? - preguntó mi terapeuta con suavidad, como si ya intuyera parte de la respuesta.

- ¡No! Y hasta a veces me desespera su calma - respondí, dejando escapar un suspiro frustrado.

- Su respuesta siempre es la misma: "Deja que las cosas pasen, todo llegará cuando deba ser". ¡Es desesperante! - rodé los ojos al recordar su tono sereno.

- Pero... ¿es desesperante porque no quedas embarazada o porque parece que él no comparte tu urgencia? - sugirió con su tono calmado y profesional, tratando de desmenuzar lo que realmente me agobiaba.

- Ambas cosas - exclamé, frustrada.

- ¡Llevo casi un mes de casada y no quedo embarazada! Finn se hizo los estudios y está perfecto! Aunque clínicamente me digan que estoy perfecta, claramente no es así, ¿no? Los resultados están a la vista - terminé con un tono de ironía amarga.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora