Freddo

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Finn:

Después del cumpleaños de Andrea, me quedé en Roma, ya que me tocaban mis dos semanas de trabajo, y ella, de manera más que dulce, me pidió que Freddo se quedara en casa durante quince días para que nos conociera.

Aunque ella estaba extremadamente dulce y complaciente, mantuve mi fingida seriedad y accedí, incluso le dije que podía quedarse todo el tiempo si eso la hacía feliz, pero que yo no iba a ocuparme de el. La semana fue increíble y graciosa para mí, pero agotadora para Andrea.

Freddo lloraba por las noches, y fui firme al decirle a Andrea que no podía subirlo a nuestra cama, ni dormir en nuestra habitación. Así que por las madrugadas, el cachorro lloraba y ella se levantaba para acompañarlo en la sala, con él en su cama para perros y ella en el sofá.

Cuando yo me despertaba para preparar el desayuno, ella volvía de sacarlo a pasear, un tanto cansada por levantarse a las tres y a las cinco de la madrugada. Escuchaba a Andrea regañarlo y me reía, sabiendo que el discurso era algo que Freddo nunca entendería, y hasta quizás le produjera un poco de sordera.

Corría tras él todo el día, para quitarle cosas que sacaba para masticar, pero nunca tocaba mis cosas, ya que me aseguraba de no dejarlas a su alcance o de enseñarle a no hacerlo cuando ella no me veía.

Era sábado por la mañana, ninguno de los dos trabajaba, pero a las seis, Andrea se despertó molesta porque Freddo lloraba al lado de nuestra cama queriendo salir, nos habíamos dormido muy tarde y ella estaba cansada. La observé vestirse y protestar mientras me hacía el dormido.

Cuando finalmente salió del departamento, avisé a Nick, quien solía cuidarla por las mañanas. Aunque ella no lo sabía, yo llegaba de trabajar, y lo sacaba antes de que se pusiera insoportable por las tardes, aunque cada vez que llegaba y veía sus desastres, era un desafío para mi fuerza de voluntad no limpiarlos, pero los dejaba allí, para que ella se encargara, cuando llegaba de trabajar.

Estaba en la cocina, tomando café, cuando Andrea regresó de pasear a Freddo y entró a la habitación a dejar sus zapatillas. Escuché su grito y vi a Freddo correr hacia mí en busca de refugio.

Bajé la mirada, sabiendo que se había quedado a mi lado, y seguí bebiendo mi café con los ojos cerrados, mientras escuchaba a Andrea gritar de enojo.

Bajé la mirada, sabiendo que se había quedado a mi lado, y seguí bebiendo mi café con los ojos cerrados, mientras escuchaba a Andrea gritar de enojo

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- ¿Qué le hiciste? Está furiosa. Todas las mañanas grita... Dios mío -miré a Freddo, que inclinaba la cabeza, como si estuviera reflexionando sobre sus travesuras.

-¡Eran mis calcetines favoritos! ¡Los arruinaste! ¡No se hace! ¿Entiendes? ¡No se hace! -Andrea gritaba, mostrándole uno de sus estrafalarios calcetines.

-¿No me esperaste para desayunar? -me preguntó, acercándose para darme un beso.

-Solo tomé un café, no sabía cuánto te ibas a demorar. Podemos desayunar ahora - le respondí, volviendo a besarla.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora