Avanzar

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Estaba en el colegio de Gia, sentada en la oficina del director junto a la asistente social. Nos habían citado para darnos un informe sobre su progreso, y lo que escuché llenó mi corazón de alegría.

Gia, la niña tímida y callada que había ingresado al colegio, ahora se había transformado en una pequeña social, simpática y dulce. Todos sus compañeros la adoraban, y verla florecer de esa manera me llenaba de orgullo.

El director continuó hablando sobre su desempeño académico, que había mejorado notablemente. Gia estaba muy adelantada para su edad, y sabía que en gran parte se debía a mi hermano y a Finn. Siempre le enseñaban más de lo que correspondía a su nivel escolar, y a ella le encantaba.

No pude evitar sonreír al escuchar al director mencionar que Gia había dicho que, cuando fuera grande, quería ser doctora para traer bebés al mundo. Era obvio que admiraba a Finn, lo tenía en un pedestal, muy por encima de todo el mundo. Ninguno de nosotros llegaba a alcanzarlo en su mente.

Lo curioso era que Finn y Gia no compartían más de dos o tres horas al día cuando él estaba en Italia. Y cuando estaba en Nueva York, le hacía videollamadas, pero apenas eran de diez o quince minutos. Aun así, la conexión entre ellos era profunda, y esa admiración incondicional que Gia sentía por él no hacía más que crecer.

Era como si cada momento que compartían, por breve que fuera, se quedara grabado en su corazón de manera imborrable.

- Señorita Bertolucci, muy buen trabajo. Se nota que han hecho mucho por Gia, y por la conversación que tuve con ella, es evidente que es muy feliz con ustedes - comentó, y aunque sus palabras eran amables, su expresión seguía siendo la misma de siempre, con ese toque de superioridad.

Al salir de la oficina del director, sus pasos rápidos y decididos se detuvieron de repente, bloqueándome el camino en el pasillo. Sabía que esto no había terminado.

Normalmente, cada visita suya era una batalla. Cuestionaba cada detalle, cada pequeña decisión que yo tomaba en relación a Gia. Era implacable conmigo, pero con Finn... bueno, él siempre recibía el trato amable y las preguntas fáciles.

¿Acaso no podía disimular su parcialidad? A mis ojos, la mujer no era más que una estúpida, alguien que no entendía realmente lo que significaba amar y cuidar a una niña como Gia.

Respiré hondo, recordando que necesitaba mantener la calma. Sonreí como mejor pude, a pesar del nudo en mi estómago.

- Gracias... Pero no lo consideramos un trabajo, amamos a Gia, así que es un placer para nosotros - respondí, intentando que mi voz sonara más segura de lo que realmente me sentía en ese momento.

La asistente social asintió, pero pronto cambió de tema, su tono volvió a ese aire profesional y distante.

- Se nota. Seré sincera, la situación de Gia es la siguiente: su tío reclama la tutela de la niña, y hasta ahora, él y su familia han sido evaluados como aptos para adoptarla. Su novio habló conmigo y me dijo que se haría cargo de la educación de Gia, para no cambiarla de colegio, algo que le informé al señor Mario Stornelli, su tío, y él aceptó, ya que no está lejos de aquí... - explicó, cada palabra un golpe sutil que hacía crecer la angustia en mi interior.

Sabía que Finn había hablado de asegurar el bienestar de Gia, sin importar qué pasara, y de mantenerla en su colegio para que al menos su entorno educativo no cambiara.

Pero escuchar esas palabras de boca de la asistente social me confirmaba que el escenario que temía era más real de lo que quería admitir. Asentí en silencio, sin interrumpirla, aunque sentía que algo dentro de mí se desmoronaba poco a poco.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora