Pesadilla

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Andrea:

Finn estaba en Nueva York desde hacía dos semanas. Mañana llegaría a casa entre las ocho y las nueve de la mañana. ¿Estábamos bien? Sí, se podría decir que sí. No hubo más discusiones ni reproches. La rutina era buena y había calma, pero algo seguía resentido, y costaba volver a nuestra normalidad.

Con mi madre totalmente recuperada y mi padre casi bien, mis hermanos y yo los ayudamos a buscar una casa en este tiempo. Nos llevó menos tiempo gracias a Alessandro, el hermano de María, que nos envió a cuatro propiedades en Roma que administraba desde su empresa.

Al final, mis padres eligieron un departamento bastante amplio, cerca de la clínica y del departamento de Gina y Elijah. Marco, aunque estaba cerca, vivía en la dirección opuesta. Finn y yo estábamos más alejados, pero ya todos estaríamos en Roma; solo faltaba la mudanza, en la que todos íbamos a ayudar hoy por la tarde y mañana todo el día.

No había grandes cambios, salvo eso. Lo demás parecía estar tranquilo, incluso mi hermano había aceptado dejar a mi abuelo en manos de Finn o de quien sea que se encargara de eso.

Yo ya estaba trabajando, con Frederick a mi lado, quien me enseñaba los movimientos de la clínica y todo lo que debía ocuparme, ya que el lunes se instalaba en Suiza para manejar las clínicas de Berna y Zúrich.

Como cada viernes, estaba cansada. Recién regresaba de almorzar y estaba hablando por teléfono con Paola, que me había llamado en ese momento.

— ¡Hola, Pao ¿Cómo estás? — contesté, mientras acomodaba algunos papeles en mi escritorio.

— Hola, Andy. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo va todo por allá? — respondió Paola con su tono usualmente alegre.

— Bien, ocupada como siempre. Mis padres encontraron un departamento y estamos en plena mudanza. Finn llega mañana de Nueva York — dije, tratando de sonar lo más tranquila posible.

— ¡Qué bien! Me alegra que tus padres estén bien y que todo esté saliendo según lo planeado. ¿Y tú? ¿Cómo va todo con Finn, mejor?  — preguntó Paola, siempre preocupada por los detalles personales.

— Bueno, ha sido un poco difícil, pero nos estamos adaptando. Al menos no hemos tenido más discusiones — suspiré, sintiendo un pequeño nudo en el estómago al recordar los momentos tensos.

— Eso es un avance. Ten paciencia, dale tiempo, yo creo, que lo que más le afectó es que no tomaste tu medicamento, pero seguro que cuando regrese, ya habrá olvidado eso— dijo Paola, tratando de darme ánimos.

— Eso espero, porque de lo contrario estaré tomando un medicamento solo como un acto de fe — respondí, sonriendo de manera triste.

— ¡No es un acto de fe! ¡Es su especialidad! ¿Vas a cuestionarle eso también? — me regañó Paola.

— ¡Es un acto de fe! ¡Hace dos semanas y tres días que no tengo sexo! ¡Jamás quedaré embarazada así! — exclamé, alzando la voz.

— ¡Ay por Dios! ¡Alguien que me corte las orejas! ¡Ahora! — dijo Frederick, tapándose los oídos.

— ¿Andrea, estás en alta voz? ¿Y encima no estás sola? — Paola sonaba sorprendida.

— Estoy trabajando... necesitaba tener las manos libres, y... creo que me entusiasmé en la conversación y me olvidé de Frederick — añadí, mirándolo apenada.

— De verdad, no me interesa saber que mi hermanito tiene problemas con eso — se burló Frederick, haciéndome enojar.

— ¡No tiene problemas! ¡Está enfadado! ¡Ni siquiera quiso sexo telefónico! — Frederick cerró los ojos y Paola rió del otro lado de la línea.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora