Pánico y Ansiedad

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Finn: 

Estaba en la sala de médicos, sentía que el silencio interno se estaba volviendo inalcanzable. Mi cuerpo estaba cansado, pero lo que realmente me agotaba era la lucha constante dentro de mi mente. Aunque me mostraba sereno y controlado por fuera, estaba al borde del colapso emocional.

— ¡Te estaba buscando! ¿Ahora te escondes? —la voz de Elijah cortó el breve respiro que había logrado encontrar.

Con un suspiro resignado, no me moví ni abrí los ojos. Sabía que lo que necesitaba era tiempo para procesar todo, pero la interrupción era inevitable.

— Fuera de aquí... no existo para nadie —murmuré, intentando mantener la calma mientras el dolor y el agotamiento me envolvían.

Elijah no se dejó disuadir por mi respuesta y se acercó, su presencia una constante recordatorio de la realidad que estaba intentando ignorar.

— No puedes seguir así, Finn. Necesitas hablar con alguien. —Su tono era firme, pero también reflejaba una preocupación genuina.

— Estaba en una conversación muy sincera y privada conmigo mismo, lárgate ... —Respetí en la misma postura

Era difícil enfrentarme a la verdad de que me estaba hundiendo en un mar de problemas sin solución. Pero a pesar de mi resistencia, sabía que ignorar la realidad solo iba a empeorar las cosas.

 La última vez que había enfrentado una situación así, estaba lleno de una energía incontrolable, y me había encogido en mi silencio.

No quería repetir el mismo patrón ahora, pero el nivel de agotamiento que sentía me dejaba sin fuerzas para discutir.

— Estás haciendo lo mismo que cuando tenías 13 años —dijo con una firmeza que sólo alguien que realmente se preocupa por ti puede mostrar

— Callar y soportar solo te hunde más. Suéltalo, aquí estoy —

Su insistencia me hizo respirar hondo. Necesitaba silencio, pero también entendía que Elijah estaba aquí para ayudar, no para empeorar las cosas.

— Elijah, última vez, fuera de aquí. Necesito silencio —le advertí, mi voz un susurro cansado pero decidido.

— No, si no quieres hablar, no lo hagas, me quedaré aquí, en silencio... — insistió

— O puedo cantar, amo cantar. No lo hago tan perfecto como tú, pero me relaja, tú en tu silencio y yo en mis canciones — dijo Elijah, que hacía dos horas había llegado a la ciudad,  y ya quería enviarlo de regreso a Roma.

— ¡Romeo... te va a doler... vete! —exclamé abriendo los ojos y mirándolo furioso. 

 — No más de lo que te duele a ti. ¿Qué es? ¿Andy te dio una patada en el trasero? ¿Ya se enamoró de Giovanni? — preguntó riéndose. 

 — ¡Carajo, Elijah! ¡No ayudas en nada! ¡Acabas de desbloquear un nuevo nivel de ansiedad en mí! Si no sabes qué decir, ¡cierra la boca! —exclamé molesto, poniéndome  de pie.

 — Ah... es eso, estás ansioso, ¿y por qué? —seguía preguntándome sin alejarse de mí. 

 — No estoy ansioso, estoy harto, ¿está bien? ¡Me tienen todos con las pelotas llenas! Llevo más de dos semanas soportando a esa familia de dementes que me presiona cada día porque María no despierta. Tuve que trasladarla a ella y a sus hermanos para que no fueran vistos, les puse nombres falsos, moví medio mundo para que su traslado fuera invisible. El italiano movió a su gente para darles seguridad. La clínica está rodeada, en lugar de tener una paciente tengo tres, porque trajimos a los hermanos del hospital central y ningún otro médico saben que están aquí. Debo hacerte venir porque el italiano y yo no podemos solos, estamos viviendo aquí dentro, y ¿qué hace esta gente? Trae a más de diez familiares a diario, ¡para joderlo todo! Porque solo presionan, decirles que solo sean dos personas por paciente es hablar con una pared. No saben de anonimato! Nos exponen a todos! —exclamé furioso, y Elijah me miraba con los brazos cruzados. 

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora