Familia Bertolucci

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Andrea:

El miércoles por la tarde ya estaba en Milán, decidí viajar un día antes. Me quedé con mi amiga María y su hermano Alessandro en su casa.

Pasamos la noche juntas, hablando de todo. María extrañaba mucho a su padre y, de alguna manera, estar aquí le hacía recordar su muerte. Hablamos de su novio Tom y su última discusión. Viendo la situación desde afuera, entendía su perspectiva. Llevaban pocos meses juntos, y él quería que vivieran juntos, pero ella tenía miedo. Y era lógico.

María tuvo su primer y gran amor en su novio desde la adolescencia, Giorgio, a quien perdió en un accidente. Con el tiempo, decidió apostar de nuevo al amor y resultó que Lorenzo, que al principio parecía un hombre comprensivo y cariñoso, terminó siendo abusivo y violento.

Lo dejó y pasaron años hasta que se enamoró de un gran hombre, bueno y protector, amigo de su hermano y su primo. Tom, su actual novio, no tenía un solo defecto; la cuidaba como a su vida, pero ella seguía teniendo miedo... y mucho. Lo cual yo comprendía. Aunque todos la juzgaran de obstinada, ella tenía miedo, y con razón.

Esa noche tuvimos esas conversaciones de mujeres, de amigas, donde traté de reconfortarla, darle seguridad y que viera su propio valor. Era una mujer preciosa y valiente, y al día siguiente iba a dar un gran paso: denunciar en la policía al violento de Lorenzo. Era un gran paso, uno que requería de mucho valor, y ella estaba demostrando ser muy valiente.

Pero todo comenzó a tomar un rumbo inesperado el jueves por la noche. María, Alessandro, su hermano, y su novio Tom, habían venido a cenar al restaurante de mi padre. Como yo estaba en Milán, aproveché para controlar y hacerme cargo estos días, relevando a Marco, quien era el que iba a hacerlo.

Aunque mis padres se habían quedado en Roma, seguíamos teniendo nuestra casa en Milán, la que todos usábamos cada vez que bajábamos, ya sea por venir de paseo o a ocuparnos de los restaurantes.

La cena fue divertida. Quería invitarlos para el sábado, ya que quería hablarles de Finn y presentárselo, pero estuvimos tan sumergidos en la conversación de María y los problemas de la denuncia a su exnovio que pasó por alto.

Ya era tarde, ellos se habían marchado, y yo estaba chequeando que todo estuviese bien, ya que estábamos cerrando el restaurante, con Nate, que me esperaba pacientemente.

Se reía porque yo me burlaba de él, le decía que por no tener novia, le tocaba viajar conmigo. En esta ocasión, se quedó conmigo en casa de mis padres, pero a pesar de mis torturas, él ni se inmutaba, solo reía.

—¡Estoy muy cansada! Creo que mañana no saldré de la casa hasta el mediodía. ¿No es genial? Descansarás de mí —le comentaba mientras él conducía a casa de mis padres.

—Esta vez he descansado mucho, te has portado bien. Al menos no fuiste de un lado al otro sin cesar —se burló.

—Me haces parecer una hiperactiva —dije, riendo.

—Bueno, ¿acaso no lo eres? —respondió con una sonrisa, desviando la mirada hacia mí brevemente.

—Está bien, tal vez un poco... pero es que siempre hay tanto que hacer. Además, me gusta estar ocupada —repliqué.

—Lo sé, pero también necesitas descansar de vez en cuando. Así que disfruta de mañana, yo me encargaré de todo lo necesario en la mañana- aseguró Nate.

Le agradecí con una sonrisa y nos dirigimos a casa de mis padres.

—¿No dijiste que tus padres llegarían el sábado aquí? —preguntó Nate cuando llegamos a casa de mis padres.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora