Capítulo 74

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Sirius

He encontrado un lugar de Corlum lleno de frutas y verduras, me ha salvado la vida. También hay animales, pero no se me da bien cocinar, así que me he conformado con los alimentos de color verde estas últimas semanas.

Para mi suerte, cuando fui por primera vez a la guarida de Thaldrin a buscarlo, lo encontré casi dormido y me acosté cerca de él. Mi presencia no le resulta molesta, al menos, por lo que me deja dormir a su lado por las noches.

Sigo sin desbloquear el vínculo que tengo con mis demás réplicas, por lo que no he vuelto a saber nada de Denahi, ni de ninguno de ellos en general. Eso ya forma parte del pasado.

—Solo espero que estéis bien... —susurro justo antes de quedarme dormido contra una piedra.

Frunzo el ceño cuando un sol cegador me molesta en la vista. Pongo un brazo delante para que me de sombra y contemplo mi alrededor. Ya no estoy en una cueva oscura, sino en un jardín primaveral. Miro hacia un lado y hacia otro mientras los pájaros cantan entre los árboles, Thaldrin no aparece por ninguna parte.

Me pongo de pié y camino hacia unos escalones de mármol blanco, mis pies resuenan ligeramente con cada paso. La brisa fresca acaricia mi rostro, trayendo consigo el aroma de flores desconocidas y la promesa de algo divino. Es entonces cuando me doy cuenta de que el Medio Cielo, el hogar de los dioses, se despliega ante mis ojos como un reino de sueños.

Columnas doradas se elevan hacia el cielo azul, sosteniendo una bóveda de nubes perladas que parecen vibrar con una luz etérea. Los jardines están llenos de flores que nunca había visto, sus pétalos brillando con colores imposibles. Dioses y diosas pasean por los caminos pavimentados con gemas, cada uno irradiando una belleza y majestuosidad que va más allá de lo humano. Sus risas resuenan como música celestial, y puedo sentir la energía vibrante que emana de ellos, una mezcla de poder y gracia.

Me pregunto cuántos de ellos pasearían por aquí de no ser que Kenai los exterminó primero.

A lo lejos, una fuente de agua cristalina burbujea, sus corrientes forman figuras danzantes en el aire. Al acercarme noto que la fuente está hecha de piedras preciosas, cada gota de agua reluce como un diamante bajo la luz del sol.

Los palacios de los dioses se alzan majestuosamente, sus paredes de mármol decoradas con relieves dorados que cuentan historias de antiguas batallas y gloriosas victorias. Cada edificio es una obra maestra, una mezcla de arte y arquitectura que deja sin aliento.

Escucho el familiar arrastre de las plumas en el suelo. Varios Lumínigorns cruzan los jardines del Medio Cielo charlando tranquilamente, y no puedo evitar pensar en mi hijo. ¿Cómo estará? ¿Cuánto quedará para que lo suelten de una vez?

Unos pasos sobre el mármol del suelo interrumpen mis pensamientos. Un cuerpo femenino se postra ante mí emanando luz natural, como si se tratara del mismísimo sol. Su cabello rubio y liso cae en cascada por su cuerpo. No tiene alas como sus hijos, pero sí los ojos azules como muchos de ellos. Cada movimiento suyo es lento y cargado de un poder ancestral, mucho más antiguo incluso que yo.

—Sirius, bienvenido al Medio Cielo —me saluda Bielea, la Diosa de la Vida, con una gran sonrisa—. Adelante, pasa, por favor. —Me invita con la mano a que camine a su lado.

Avanzo dudoso hasta ella y comenzamos un paseo por los jardines. Algunos semidioses pequeños corretean con los hijos de los Lumínigorns. Se salpican agua de las fuentes y se persiguen corriendo con sus sandalias.

—¿Qué tal tu período de aislamiento? —me pregunta la diosa suprema.

Me giro hacia ella ante el impacto de su voz en mi cuerpo y trago saliva.

Por el ControlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora