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Abigail

"En las pesadillas, la mente se libera de las ataduras de la realidad y se sumerge en un mundo de caos y terror." - Clive Barker

Sangre.

Estoy rodeada de sangre por todas partes, al igual que de un calor abrazador que se siente como brasas deslizándose por toda mi piel. Trato de ponerme en pie lentamente, a pesar de mis músculos doloridos y el líquido viscoso en el que se encuentra el suelo; una profunda oscuridad me embarga, capaz de escuchar cada pensamiento frenético de mi mente mientras me cubre como una pesada manta.

Asfixiándome.

Ahogando mis gritos para que nadie pueda escucharme suplicar por ayuda.

—Vamos —me digo a mí misma, desesperada al sentir mis piernas temblorosas negándose a cooperar—. Por favor.

A lo lejos, mis oídos captan los sonidos de risas y rasguños, como si estuvieran deslizando garras por las paredes mohosas con la fuerza suficiente para hacerlas estremecer.

Están cerca.

Puedo sentirlo en los ecos cada vez más próximos a mí. Retengo todo el aire en mis pulmones y me lanzo en una carrera por los pasillos mientras las paredes me susurran ofensas y obscenidades cada vez más fuertes. Ellas me dicen que soy patética y estúpida perra, que siempre seré la presa.

Ellas no se equivocan.

Sin embargo, eso no me hace detenerme; más bien, aumenta mi ritmo. Gotas de sudor caen en mis ojos como pequeñas lágrimas, dificultando mi visión.

Así es siempre en el infierno.

Porque es justamente donde me encuentro.

A lo lejos, capto un pequeño destello como una grieta en una de las esquinas, lo suficientemente ancha como para pasar por ella. No está demasiado lejos; solo unos pocos metros de distancia me separan de la salida. Acelero mis pasos, conteniendo la respiración, con mi corazón bombeando sangre a toda velocidad.

Tal vez esta vez sí lo logre.

Tal vez pueda...

Mis pensamientos son cortados de golpe al ser arrojada como un saco de patatas hacia una de las paredes del pasillo, golpeando el costado de mi rostro en el proceso, lo cual consigue dejarme mareada por unos segundos, y eso es suficiente.

Mis músculos se tensan al sentir la respiración a mis espaldas. Supongo que podría tratar de defenderme o, no sé, hacer algo. Pero no puedo moverme ni aunque mi vida dependiera de ello porque estoy paralizada; soy un bloque de concreto, no hay huesos ni carne en mi sistema ya que soy consciente de lo que viene a continuación.

Una risa eriza los pelos de mi nuca. Siento la presión de unos brazos como acero rodeándome mientras desliza su fría lengua por mi mejilla, seguramente probando la sangre en mi piel. No soy capaz de ver a mi verdugo, pues mis párpados están fuertemente cerrados.

—¿En serio pensaste que podías escapar, conejito?

Y es cuando realmente grito hasta desgarrar mi garganta.

Me levanto de un sobresalto, con el corazón latiéndome a toda velocidad. Varias capas de sudor corren por mi espalda y frente mientras respiro con algo de dificultad. Trato de enfocar mi visión parpadeando varias veces.

Otra vez.

Otra puta pesadilla.

No es que sean algo poco habitual; empecé a tenerlas después de que mis padres fallecieran cuando tenía ocho años, por lo que uno pensaría que podría llegar a acostumbrarse a ellas y seguir con su vida.

LujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora