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Tercera persona

Dice estar muerto, pero llora con ciertas canciones y se conmueve al filo de un libro.
El no esta muerto, solo esta infinitamente roto
Elena Poe

 El no esta muerto, solo esta infinitamente rotoElena Poe

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Hace doce años atrás

Un árbol siendo derribado a causa de un rayo despierta de golpe a la chica. Requirió mucho esfuerzo conciliar el sueño debido a que era la tormenta más potente que había presenciado en su vida. Agarra su peluche de felpa, esperando que este le brinde un poco de seguridad, ya que el aullido del viento junto con el azote de los árboles la tenían completamente aterrorizada. Su madre solía contarle que, cuando tuviera miedo, abrazara muy fuerte a su oso de peluche con los ojos cerrados, que este le proporcionaría el valor suficiente mientras la protegería de cualquier peligro. Sin embargo, luego de varios intentos, no se sentía particularmente más valiente en absoluto.

Decidida, se baja de su cama en busca de su madre para reclamarle que le había engañado; el oso de felpa no poseía ningún poder mágico sobre ella. Esperaba que tal vez le permitieran pasar la noche con ella y su padre.

Pero al llegar a su cuarto, se da cuenta de que algo va muy mal. El lugar desprendía un olor metálico nauseabundo y varios trozos de vidrio roto se encontraban esparcidos por todas partes en el desgastado suelo de madera. Con cuidado de no cortarse con ninguno, se aproxima hasta su cama e intenta despertarla.

—Mami, despierta. Me mentiste, todavía tengo miedo y no puedo quitármelo.

Pero su madre no despierta. Tal vez está muy profundamente dormida, así que esta vez se dirige hacia su padre; sin embargo, el resultado es el mismo. Solo que en esta ocasión, al tratar de tocar su rostro, un líquido espeso se queda impregnado en sus manos. Otro rayo surca los cielos e ilumina la habitación por unos segundos, y es cuando consigue percatarse de que ese líquido no es más que sangre.

Y que sus padres tienen los ojos abiertos, pero estos están vacíos, sin ver nada, mientras sus manos aún se encuentran entrelazadas, como si fuera lo único a lo que quisieran aferrarse en el mundo.

La niña tiene ocho años, por lo que no es ajena a lo que consiste la muerte, pero aún así su cerebro no es capaz de conectar realmente con lo que tiene justo enfrente.

Desesperada, sacude a su padre, esta vez más fuerte, mientras grita una y otra vez que abran los ojos, creyendo que si lo hace con la suficiente fuerza podrán despertarse y decirle que todo estará bien, que solo estaban jugando para asustarla por no haberse comido toda la cena.

Qué ingenua niña.

Qué tonto deseo.

¿Acaso no sabe que la muerte no escucha súplicas ni segundas oportunidades? Por más que la deseen, no es reversible para nadie.

LujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora