43

103 14 15
                                    

Abigail

Estar al borde del precipicio deja de ser divertido cuando el borde ya no es una metáfora. (Un encantamiento de cuervos)

Tres meses después

—Espera... solo... necesito un segundo —contesta jadeando, el sudor perlado en su frente. Por un momento, creo que podría desmayarse.

—¿Estás bien?

—¿Bien? Por supuesto que no estoy bien —recrimina Rian furiosamente, sosteniéndose de un gran árbol de pino—. Estoy viendo estrellas por todo mi campo de visión. Creo... creo que deberías llamar a una ambulancia, Abigail. Voy a morir aquí.

—Pensé que el dramático era Julien. ¿Estás compitiendo por el puesto ahora? Dijiste que querías ponerte en forma, no es para tanto.

—Y con eso me refería a unos cuantos ejercicios básicos, qué sé yo, algunos abdominales o pilates. Pero esto... —señala la extensión del bosque que nos rodea—. Es asesinato. No creí que me odiaras tanto.

—Solo han sido tres kilómetros, Rian. No vas a morir por eso —le digo mientras el viento del claro despeina mi coleta y refresca mi rostro.

Viendo su rostro, aun jadeante y ruborizado debido a la falta de aire, puede que me haya pasado un poco, ya que estoy acostumbrada a los largos recorridos en terrenos poco transitables como este bosque. No solo porque correr es mi especialidad en la vida, sino también porque he estado haciendo el mismo recorrido durante tres meses cada mañana después de la salida del sol.

A pesar de que no he vuelto a tener más pesadillas, de alguna forma me acostumbré tanto a ellas que su ausencia se siente como si me faltara algo.

¿Solo tus pesadillas, querida, o alguien más?

Cállate, mente, eres una gran perra.

—¡Abigail!

—Eh... perdona, ¿estaba diciendo algo? —pregunto al sobresaltarme debido a su grito.

—Claro que sí. Usualmente tu mente está más en las nubes que nunca.

—Estaba... recordando una serie muy buena que quiero ver, solo eso.

—¿En serio? —arquea sus cejas sin creerse nada.

Viendo su cabello recogido con varias horquillas y su ropa deportiva color fucsia, es difícil tomársela en serio. Aún sigue con sus cambios bruscos de cada semana—. ¿Cómo se llama? Quiero verla yo también.

—Se llama... eh... alguien... está mintiendo.

—Tienes suerte de que esa serie en cuestión exista y sea una de mis favoritas, Moore, o del contrario estarías en problemas —replica apuntándome con su mano cubierta de pulseras de colores.
—Lo que estaba diciéndote cuando decidiste desconectar tu mente para mí es: ¿ya has pensado si volverás a la escuela el mes próximo? Debes saberlo mejor que yo, pero tu año sabático termina su plazo en esa fecha.

Hago una mueca sin poder evitarlo, pateando una roca en el suelo con la vista fija en el musgo que cubre por completo un tronco caído.

Soy perfectamente consciente de eso; cada día al despertarme lo recuerdo, como una cuenta regresiva. Tras la muerte de mi compañera de cuarto, decidí pedirme el año en la universidad. No podía estar en la misma habitación, en el mismo lugar después de todos los acontecimientos de ese día. Pensé que este año me ayudaría a sanar mis heridas. Antes solía entusiasmarme la escuela de derecho, pero ahora mismo...

—¿No quieres volver, verdad? —pregunta con una mirada comprensiva al notar mi falta de respuesta.

—No.

LujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora