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Kiev
Lo que resistes persiste
(Carl Jung)

—Greg, Greg, disfruto de una buena charla entre colegas, en serio. Pero realmente no quieres tentar mi paciencia en estos momentos—exclama lentamente Samael desde su asiento.

Se expresa como si fuera un humilde rey que está haciendo un gran favor a sus súbditos con su mera presencia.

—Cuando deberías estar agradecido por nuestra presencia aquí en primer lugar.

No reprimo mi diversión al observar al hombre enrojeciendo de pies a cabeza debido a su indignación. Supongo que no todos los días alguién lo desacredita tanto.

—Muchacho insolente—espeta, poniéndose en pie sobre su escritorio, donde se lleva a cabo la reunión— Llevo décadas en este negocio, mucho antes de que nacieran todos ustedes, como para que vengan unos niños a faltarme el respeto en mi propia casa.

—¿Escuchaste eso, Alya? Nos llamó niños.

—Me pregunto qué haremos con esa falta de respeto—opina ella maliciosamente, llevando sus manos hacia su látigo.

Los dos guardias de seguridad de Greg se tensan visiblemente, dando un paso al frente. Decido tomar la palabra por primera vez desde que llegamos para evitar que las cosas se salgan de control. Por lo que es el motivo de mi presencia, a pesar de lo aburrido que son estas cosas para mí, dejar a Samael y Alya hacerse cargo sin alguien que los contenga solo equivale al desastre.

Lo cual es muy divertido en muchas ocasiones.

Pero hoy estoy irritable, por alguna extraña y curiosa razón.

—¿Cómo se atreven...?

—No es personal, Greg. Solo danos lo que queremos y todo estará resuelto. No te estamos pidiendo nada que no esté a tu alcance.

Y así es.

Tenemos mercancía que vender, pero para eso necesitamos transportarla desde la frontera de la ciudad hasta Chicago, una ruta que controlan los Halcones, una organización mafiosa que domina nuestro "señor" bastante indignado justo al frente.

Por ahora.

Solo es cuestión de tiempo que nos apropiemos de ellos también.

—Solo nos estás haciendo perder el tiempo—doy un paso al frente, posicionándome en el centro—Ambos sabemos que vas a ceder, como todos los anteriores a ti.

—Oh vamos, Kiev. Déjalo que lo intente; tengo ganas de divertirme un rato—dice Alya, dando la vuelta y pasando un dedo por el borde del escritorio con las pestañas caídas— Además, mi pobre Aixa tiene hambre.

—¿Quién es Aixa?—pregunta uno de los guardias.

No lo quieres saber, créeme.

—No puedo darles vía libre a ustedes solamente en mi ruta; tengo más compradores. Perdería contactos muy importantes.

—¿Decías algo?—pregunta Sam, recostándose en una de las paredes mientras juega con una navaja—Dejé de escuchar en la parte en que decías "no puedo".

—Lo que estoy diciendo es...

—No me interesa—espeta, arrojando su navaja hasta que queda clavada en el borde del escritorio, muy cerca de sus manos.

Decir que Sam posee paciencia es el equivalente a decir que aborrezco el sexo.

Ya se hacen una idea, ¿verdad?

Saco mi arma al par que los guardaespaldas, sonriendo. Son unos idiotas si creen que tienen alguna oportunidad.

—Kiev tiene razón. Sabes que vas a darnos ese trato ya que eres consciente de que estás respirando ahora mismo porque nosotros lo decidimos. Me importa una mierda lo viejo que seas y el poder que creas tener. Porque déjame decirte una cosa: quienes manejan todo, y quiero decir absolutamente todo, quienes poseen el verdadero maldito poder en este puto lugar somos nosotros.

LujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora