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Kiev

"El placer es el pecado original, y el único que no debemos expiar." - Oscar Wilde

Tenía nueve años la primera vez que trate de ayudar a uno de los presos de mi padre. Se trataba de un niño de no más de diez años, pero aun así me descubrió, por lo que partió mis dos brazos delante de todos sus hombres en un ejemplo de lo que sucedía cuando lo desobedecían. Luego de ese día vinieron muchos más, todos mezclados en una bruma de recuerdos dolorosos.

Más brazos rotos.

Clavos enterrados entre mi piel.

Incluso algunos cortes de cuchillo.

Quería quitarme las partes qué estaban contaminadas, las qué me hacían indigno de ser su hijo.

Claro que era un completo hijo de puta por lo que sonrío cada vez que recuerdo el día de su gloriosa muerte. Pocas cosas he disfrutado tanto como ese momento.

Sin embargo pese a mi aberración hacia el engendro de mi creador tengo que agradecerle como me volvió mucho más resistente al dolor, tanto físico como mental. El dolor siempre es dolor, no es una puta variable qué se pueda controlar, pero una vez aprendemos a convivir con él adquirimos cierta capacidad para moldearlo.

Por lo que el hecho de que con solo una puñetera puñalada de mierda haya dejado escapar mi objetivo me desconcierta más de lo que me gustaría admitir

Mis ojos recorren el objeto que sobresale de mi pierna y... Oh, no me puto jodas. Nota mental para mi mismo, la próxima vez que alguien me desconcentre clavando unas malditas tijeras rosa chillón en mi piel me aseguraré de clavarla en mi propia garganta.

Aun así una risa lunática escapa de mí apreciando sus acciones

El lindo conejito no están frágil en absoluto. Hay un salvajismo escondido tras sus capas de puta moralidad, mis dedos cosquillean con la idea de abrir su piel parte por parte hasta liberar la bestia en ella.

A lo lejos escucho pasos enloquecedores por la casa hasta la salida,  desgraciadamente en mi estado actual sé que es en vano tratar de perseguirla.

Esta vez gano, ya que no contaba con el elemento sorpresa.

Pero eso no evita que apretando los dientes me dirija cojeando a la ventana que da a la calle, apoyo los brazos en el marco de la ventana y es cuando me topo con la imagen de una chica desnuda con salpicaduras de sangre salir corriendo hasta un pequeño auto estacionado en el portón de la casa. Mis labios se estiran hacia arriba por voluntad propia al presenciar la escena, a pesar de sentir un pequeño río de sangre deslizarse por toda mi pierna mientras le sigo la vista como un puto acosador hasta que se aleja conduciendo.

Estaba tan desesperada de escapar de mí que le dio igual el hecho de que ni siquiera llevara nada de ropa, no es que le hiciera falta. Fue gracias a eso que tuvo la oportunidad de apuñalarme, ya que al verla me distraje por unos segundos. El maldito recuerdo es suficiente para ponerme duro como una pierda.

Maldigo a mi falta de control cuando al sexo se refiere, mis pies me conducen a su baño para lavar la herida y con suerte encontrar algo para cocerla, lo cual aparece en un pequeño armario al lado del espejo del lavado rodeado de productos para el cuidado de la piel y todas esas mierdas femeninas. Me siento en la bañera agarrando el hilo y la aguja de cocer del botiquín de primeros auxilios después de rasgar mis pantalones, primero uso agua desinfectante. Entonces empiezo a cocer, no es muy grande o profunda, pero con cada insertada en mi piel y cada punzaba de dolor una imagen de como la haré pagar viene a mí, lo que por alguna razón vuelve a excitarme.

LujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora