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Kiev

"En medio del camino de nuestra vida, me encontré en una selva oscura, porque el camino recto había sido perdido."
(Canto I, Inferno)

Escucho el crujido del hueso debido al golpe, justo antes de sentir la sangre salpicando mi rostro.

—Maldito imbécil, ten más cuidado. A diferencia de tí, no tengo ningún interés en mancharme con su puerca sangre.

—No seas dramático, Kiev. Estas cosas, si se hacen bien, requieren ensuciarse un poco —comenta Erin con una sonrisa eufórica, dejando en claro que está bastante emocionado con esto último.

Miro al hombre que yace amarrado en la silla con una mueca; su rostro está totalmente desfigurado. Le faltan tiras de carne del pecho, así como una oreja y varios dientes. A pesar de esto, mantiene su expresión firme, sin haber suplicado por la muerte a estas alturas.

Tonto.

No sabe que esa actitud solo hará que Erin se ponga aún más creativo. Es su trabajo, después de todo.

Cada uno de los líderes en los círculos del infierno posee un rol de acuerdo a su pecado. En el caso de Erin, es el sicario, quien se encarga de capturar a nuestros enemigos o cualquier persona que haya metido su nariz donde no debe, para luego torturarlos hasta quebrar sus espíritus. Debo decir que, de todos, es el que más ama a lo que se dedica.

En cuanto a su hermana, ella acompaña a Samael en los negocios y en la búsqueda de posibles aliados. Es una detectora de mentiras humanas; solo con ver tu rostro puede decir exactamente cuáles son tus intenciones. Es una habilidad prácticamente sobrenatural, desarrollada a través de años de experiencia y una que otra dosis de explotación por parte de mi padre, para alcanzar su máximo potencial. Claro que sus métodos para lograrlo terminaron jodiendo aún más su mente de lo que ya estaba. Así que, una vez más, donde sea que esté, espero que sea en el lugar más jodidamente agonizante de todos.

Y luego estoy yo.

La puta del inferno.

No es que me queje, siendo sinceros; generalmente son todas mujeres hermosas a las que tengo que seducir. No le meto la polla a cualquier cosa andante, por más comentarios a mis espaldas que discrepen con esa afirmación.

El sexo es solo sexo, después de todo.

Es un arte que lleva más dedicación de lo que comúnmente se cree, que otorga poder por encima de su objetivo, manipulando sus debilidades a tu antojo. Es un vicio que he ido afilando con los años, hasta convertirlo en un arma.

Los gemidos de dolor se hacen más escandalosos, provocándome un dolor de cabeza al interrumpir mi línea de pensamiento. Patético, si me preguntas; solo unos cuantos cortes y ya están llorando como niñas.

—¿Quieres hacer algo útil y aguantarle las piernas? —ordena Erin con el ceño fruncido. Y ese es otro ruido jodidamente molesto.

—Ya está atado. ¿Por qué tendría que... oh, sí, bien, como sea.

Aguanto una de sus piernas mientras el bastardo saca una sierra colgada en la pared, besándola como si fuera el amor de su vida. Lo que probablemente lo es.

—Tienes piernas muy bonitas; creo que no te molestará prescindir de una, ¿no?

Los quejidos del hombre incrementan, observando con terror el arma en sus manos, pero aún mantiene su postura erguida. Al menos eso es más admirable. Lástima que no le sirva para una mierda.

—Ay, no seas egoísta; tú tienes dos.

Le quito la cinta adhesiva de un brusco tirón mientras Erin coloca la sierra en su muslo derecho.

LujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora