84: El amor de una madre no siempre es perfecto

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84: El amor de una Madre No siempre es Perfecto

Libia miró por la ventanilla del auto, su mirada perdida en la niebla que envolvía la ciudad costera. La luz del crepúsculo se reflejaba en el mar, creando un efecto hipnótico que no lograba calmar su ansiedad. Sabía que había cruzado una línea, una línea de no retorno. A su lado, Alai dormía profundamente, ajeno a la tormenta que se avecinaba.

Libia suspiró, su mente llena de pensamientos contradictorios. Había hecho lo que creía necesario para proteger a su hijo, pero ahora temía las consecuencias. El hechizo que había lanzado sobre Alai estaba a punto de consumarse, y solo dependía de él sobrevivir con todos los recuerdos borrados y remplazados. Confiaba en que su hijo lograría liberarse, pero si no lo hacía, al menos ya no sería esclavo de una humanidad que no lo valoró.

Ezequiel detuvo el auto frente a la casa, rompiendo el silencio que se había instalado en el vehículo. Libia se volvió hacia él, su mirada encontrando la de su esposo. No necesitaban hablar, ambos sabían lo que estaba en juego.

—Ya estamos aquí—dijo Ezequiel, su voz baja y tensa.

Libia asintió, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sabía que lo que venía a continuación cambiaría sus vidas para siempre.

La casa elegante frente a ellos parecía una obra de arte, con sus características ventanas de madera oscura y su fachada de piedra caliza típica de la arquitectura local. La ciudad, con sus estrechas calles empedradas y sus edificios antiguos, parecía envolver la casa en un abrazo íntimo. El olor a humedad con un toque salado y a tierra húmeda impregnaba el aire, mezclado con el aroma a madera y a chimenea encendida que provenía de las casas cercanas.

Libia y Ezequiel se bajaron del auto, y la puerta de la casa se abrió como si hubiera estado esperando su llegada. Dos hombres, vestidos con ropa oscura y formal, salieron de la casa y se acercaron al auto. Ezequiel les dio una orden breve.

—Lleven a Alai a su habitación.

Los hombres se acercaron al auto y sacaron a Alai, que seguía dormido. A pesar del  reciente ataque, su cuerpo atlético y alto seguía impresionando. Su rostro, pálido pero fuerte, parecía estar recuperándose lentamente de las heridas. Libia contempló a su hijo con una mezcla de amor y preocupación.

—Ten cuidado—le dijo a uno de los hombres, que asintió con un gesto.

Los hombres llevaron a Alai hacia la casa, y Libia los siguió, su mirada fija en la figura de su hijo. Ezequiel se quedó atrás, observando la calle vacía y silenciosa, como si esperara algo o a alguien.

La noche se cerraba sobre la ciudad, y la oscuridad parecía estar esperando dentro de la casa, lista para envolver a Alai y a su familia en su abrazo sombrío.




Ezequiel vio de soslayo hacia la puerta de la casa que se había cerrado, y luego hizo una seña con la mano hacia la calle lateral. De inmediato, Rosalia y Esteban emergieron de las sombras, ambos vestidos con las túnicas negras de Vitenebris. Ezequiel  sonrió con cinismo al verlos.

Rosalia se acercó a él, su rostro enrojecido por la ira:

—¡Cómo pudiste hacernos esto!— le espetó, su voz era baja y venenosa—Meter a la Mustia de Libia y su engendro en nuestra casa...

—¿Acaso no te da miedo morderte la lengua?—Ezequiel preguntó irónico.

Rosalia lo abofeteó con fuerza, su mano dejó una marca roja en la mejilla de Ezequiel:
—¡Cállate!— gritó.

Alai El hijo de La Magia / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora