87: Los ojos de Alai

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87: Los ojos de Alai



Alai dejó la propiedad de la Orden sin tener adónde ir, la noche casi estaba sobre él. Caminó sin rumbo, sus pasos llevándolo hacia el centro del pueblo de Azkargi.

A medida que avanzaba, la gente lo miraba mal, sus rostros llenos de desprecio y hostilidad. Alai podía sentir sus ojos clavados en él, como si quisieran lincharlo.

Cruzó calles empedradas, flanqueadas por casas de piedra y madera, con balcones floridos que parecían cerrarse ante su presencia. El olor a sal y algas llenaba el aire, mezclado con el sonido de las gaviotas.

Finalmente, llegó a la plaza frente al mar, donde la luz del crepúsculo se reflejaba en las aguas del Cantábrico. La plaza estaba casi desierta.

Alai se sentó en una banca, exhausto y solo. Intentó ignorar las miradas hostiles, pero era difícil. Un grupo de adolescentes se acercó, arrugando bolas de papel y se las arrojaron a la espalda molestándolo.

Así pasó un largo rato y la noche vasca envolvía la plaza en un manto de sombras, las farolas titilaban como velas en el viento. Alai seguía solo en la banca, intentando ignorar las pullas de los cuatro adolescentes que se burlaban de él. Su rostro permanecía impasible, pero la irritación crecía en su interior como una llama.

—Miren chicos, Mi hermano Borja tiene razón, este capullo es un maricón de los grandes—dijo uno de ellos, su voz llena de desdén. Los demás estallaron en carcajadas, y Alai sintió cómo su paciencia se desgastaba.

Las risas y chiflidos se volvieron ensordecedores, y Alai deseó que lo dejaran en paz. Pero el acoso continuó.

—Estás esperando a tu mamita para que venga a defenderte, ¿eh?— gritó otro— Ah, no verdad, porque está muy ocupada en sus orgías con esos locos.

Alai tuvo suficiente. Se levantó de la banca, y su mirada se clavó en los cuatro adolescentes. Las farolas de la plaza comenzaron a fallar, sumiendo el espacio en una oscuridad aún mayor. La luna, que hasta entonces brillaba en el cielo, se vio cubierta por nubes grises.

Los ojos de Alai, antes de un azul pálido, comenzaron a cambiar. Se oscurecieron, como si la noche misma se estuviera apoderando de ellos. Los cuatro adolescentes retrocedieron, instintivamente, ante la transformación.

—¿Qué te pasa, capullo?— tartamudeó uno de ellos, el qué había empezado toda la broma intentando fingir que no estaba intimidado pero su voz se perdió en el silencio.

La plaza parecía contener la respiración, expectante. Alai los miró con desprecio, un odio que jamás había experimentado antes lo invadía.

La oscuridad parecía ser atraída por su faz, como si fuera un imán para las sombras. Los adolescentes se dispersaron, huyendo de la plaza como si temieran ser consumidos por la noche misma.

Alai se quedó solo, rodeado de la oscuridad. Su corazón latía con una fuerza que nunca había sentido antes.



Avanzó por la plaza, su paso lento y deliberado, hasta llegar a la pequeña iglesia que se erguía como un testigo silencioso de la noche. Dentro, una mujer lo observaba desde la penumbra. Alai la vio y, en un instante, supo que era considerada una ciudadana modelo por los demás. Sin embargo, su mirada también penetró más allá de la fachada, descubriendo secretos que ella creía ocultos. Vio la hipocresía detrás de su sonrisa, la debilidad detrás de su apariencia de fortaleza.

La mujer, al notar su aproximación, cerró la puerta de golpe. El cristal reflejó su imagen, y él se detuvo en seco. Su rostro pálido, con ojos que ahora parecían dos pozos oscuros, lo miró con una intensidad que lo hizo retroceder.

Alai El hijo de La Magia / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora