இ o41. Uchiha Madara.

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El viento soplaba fuerte sobre el Valle del Fin, el eco de los ríos bajo las estatuas gigantes de Madara Uchiha y Hashirama Senju resonando como un recordatorio del conflicto interminable entre ambos clanes

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El viento soplaba fuerte sobre el Valle del Fin, el eco de los ríos bajo las estatuas gigantes de Madara Uchiha y Hashirama Senju resonando como un recordatorio del conflicto interminable entre ambos clanes.

Pero esta noche, el sonido era ahogado por la oscuridad que envolvía el corazón de Madara, una oscuridad que latía con la misma intensidad que su Sharingan. Estaba esperando, oculto entre las sombras, vigilando a su presa.

No era una batalla lo que buscaba esta vez, sino algo mucho más personal, mucho más visceral.

[T/N], una kunoichi de una aldea menor, caminaba hacia el valle con la cabeza baja, ajena a la presencia que la acechaba. Su destino estaba entrelazado con el del hombre más temido de todos, aunque aún no lo sabía. Madara había observado a [T/N] desde la distancia, una figura que, sin saberlo, había encendido una chispa peligrosa dentro de él.

Algo oscuro y profundo, el tipo de deseo que solo un Uchiha podía sentir, ese amor ardiente y obsesivo que amenazaba con consumirlo por completo.

Cuando finalmente apareció ante ella, Madara no dijo una palabra. Simplemente surgió de las sombras, su figura alta e imponente bloqueando su camino. [T/N] se detuvo en seco, su corazón acelerándose. Lo había visto antes, en rumores, en susurros temerosos entre los shinobi. Sabía quién era, y sabía lo que significaba su presencia.

—Madara... — Su voz apenas era un susurro, pero en ella había una mezcla de asombro y miedo. — ¿Por qué estás aquí?

Madara la miró con sus ojos rojizos, el Sharingan brillando con una intensidad que la hizo estremecer.

—No puedes huir de mí, [T/N] — dijo con voz baja, su tono implacable y frío —. Tu destino me pertenece.

Ella retrocedió, la respiración agitada. Sabía que enfrentarse a él era inútil. Nadie desafiaba a Madara Uchiha y vivía para contarlo. Pero no era solo el miedo lo que la hacía sentir vulnerable; había algo más, algo que no podía negar. La intensidad de la mirada de Madara despertaba en ella una sensación que odiaba admitir, una atracción oscura que la asfixiaba.

—¿Qué quieres de mí? — preguntó, su voz temblando entre la desesperación y el desafío. —No soy nadie para ti. No pertenezco a tu mundo.

Madara dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos.

—Te equivocas — susurró. —Desde el momento en que te vi, supe que te pertenecías a mí. El destino no es algo que puedas controlar, [T/N]. Y el mío está marcado por la oscuridad, una oscuridad de la que no escaparás.

Ella levantó la mirada, intentando mantener la compostura.

—No puedes forzarme a esto, Madara.

Sus labios se curvaron en una sonrisa sombría, una mezcla de arrogancia y deseo.

—¿Forzarte? — murmuró, su mano levantándose lentamente hasta rozar su mejilla con una suavidad desconcertante. —No necesito forzarte. En el fondo de tu alma, sabes que esto es inevitable.

[T/N] sintió el calor de su mano quemando su piel, y a pesar del peligro, no pudo evitar que su corazón se acelerara. Había algo en Madara que la atraía como la polilla a la llama. Sabía que este hombre, este ser envuelto en sombras y destrucción, era su ruina. Pero, al mismo tiempo, era incapaz de resistirse.

—Te destruiré — advirtió, su voz quebrada por la mezcla de sentimientos que la abrumaban. —Este amor... si es que lo es, nos consumirá a ambos.

Madara la acercó más, sus ojos fijos en los de ella, una mirada que parecía atravesar su alma.

—Tal vez — susurró, sus labios peligrosamente cerca de los de ella —. Pero prefiero destruirnos a vivir en un mundo sin ti.

El beso que siguió fue como una tormenta. No había ternura en él, solo un deseo desenfrenado, un hambre que había sido contenida durante demasiado tiempo. Madara la envolvió en sus brazos como si intentara capturarla, asegurándose de que nunca podría escapar. Y aunque [T/N] sabía que cada segundo que pasaba con él la arrastraba más profundamente a las sombras, no podía detenerse. Su cuerpo traicionaba su mente, y respondió al beso con la misma intensidad.

Los días que siguieron fueron una espiral de oscuridad y pasión. Madara la llevaba consigo, lejos de la aldea, lejos de todo lo que alguna vez conoció. Se escondieron en las profundidades de cuevas antiguas, en mansiones abandonadas, en los lugares más remotos donde nadie los encontraría. Pero el tiempo no suavizó la intensidad entre ellos; solo la alimentó.

El amor de Madara no era suave ni gentil. Era posesivo, devorador. La protegía con una ferocidad que rayaba en la obsesión, y cada vez que ella intentaba alejarse, él la traía de vuelta, recordándole con palabras susurradas al oído que ella le pertenecía.

—Eres mía, [T/N] — le decía cada noche, mientras la mantenía cerca de su cuerpo —. No hay nadie más que pueda tocarte, ni siquiera el destino. Si el mundo se volviera contra nosotros, lo destruiría todo solo para quedarme contigo.

Y en las noches más oscuras, cuando las sombras envolvían su mente y sus pensamientos, [T/N] se preguntaba cuánto tiempo podría seguir así. Sabía que, eventualmente, esta relación terminaría en tragedia. Era el destino de todo Uchiha, y lo había visto en los ojos de Madara desde el principio.

La guerra llegó antes de lo que esperaba. Madara, decidido a cumplir su visión de un mundo perfecto, se lanzó a la batalla final. Y aunque le prometió que volvería, algo en los ojos de [T/N] supo que esa promesa estaba vacía.

Cuando lo vio marcharse, su corazón se rompió en mil pedazos. Pero no lloró. No podía permitírselo. Sabía que el amor de Madara siempre sería su condena, una llama que la quemaría hasta dejarla en cenizas. Y mientras lo veía desaparecer en el horizonte, supo que, aunque volviera, el hombre que conoció nunca sería el mismo.

Madara, consumido por su propio poder y ambición, no regresó de la guerra como prometió. Las sombras en su corazón se habían vuelto demasiado profundas, y el Madara que alguna vez la había mirado con deseo y obsesión ahora solo veía un objetivo mayor: la conquista, el control absoluto del mundo. En su corazón, [T/N] sabía que, aunque sobreviviera a la batalla, había perdido al hombre que amaba para siempre.

Y así, entre las sombras que siempre los habían rodeado, su amor se desvaneció, como todo lo que tocaba la oscuridad en el mundo de los Uchiha.

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𝐎𝐍𝐄 𝐒𝐇𝐎𝐓𝐒 ; 𝐍𝐀𝐑𝐔𝐓𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora