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La noche estaba salpicada de estrellas, y la luna parecía brillar más intensamente esa noche en Konoha. Chōji caminaba nervioso hacia el campo de entrenamiento, con una cesta de picnic en una mano y su corazón en la otra. Había planeado este momento durante semanas, cuidando cada detalle, pero aun así, no podía evitar sentir el peso de los nervios.
Al llegar, sus ojos encontraron a [T/N]. Ella estaba practicando con kunais, y cada movimiento parecía una danza bajo la luz de la luna. Su cabello ondeaba al ritmo del viento, y su risa suave llenaba el aire. Chōji se detuvo unos segundos, admirándola desde la distancia, preguntándose cómo alguien tan increíble podía hacer que su mundo entero girara solo con una sonrisa.
—¡Chōji! —gritó ella, deteniéndose al verlo. Guardó sus armas y se acercó rápidamente—. ¿Qué haces aquí a esta hora?
—Eh... quería mostrarte algo... algo especial —respondió él, rascándose la nuca mientras su rostro se teñía de un leve rojo.
—¿Especial? —preguntó ella, intrigada.
Él asintió, extendiéndole la mano. Sin dudarlo, [T/N] tomó la suya, cálida y firme, y lo siguió por el sendero iluminado solo por la luz de las luciérnagas. Cuando llegaron al claro, la expresión de asombro en el rostro de ella hizo que todo el esfuerzo valiera la pena.
El lugar estaba decorado con luces colgantes que brillaban como estrellas artificiales, rodeadas por un pequeño jardín de flores que Chōji había cuidado con devoción. En el centro, una manta estaba cuidadosamente extendida, con una variedad de platillos que él había preparado: su sopa favorita, dulces caseros, y hasta una botella de su bebida preferida.
La noche en Konoha parecía bendecida por las estrellas. La brisa suave traía el aroma de las flores que Chōji había cultivado en secreto durante semanas, con la esperanza de que esta velada fuera tan inolvidable para [T/N] como lo sería para él. El claro que había decorado con tanto esmero brillaba bajo las luces que colgaban de los árboles, como si la luna misma se hubiera aliado con él para crear el ambiente perfecto.
—¿Hiciste todo esto tú? —preguntó [T/N], con los ojos brillantes de emoción.
—Sí. —Chōji rió nervioso mientras se rascaba la nuca—. Pensé que te merecías algo especial.
Ella se arrodilló junto a la manta, pasando los dedos por los pétalos de las flores.
—Esto es... hermoso, Chōji. No sé qué decir.
Él se sentó frente a ella, sin apartar la mirada de su rostro. El momento había llegado, y aunque las palabras se le atragantaban, sabía que debía hablar. Sacó una pequeña radio portátil de la cesta y, con un suave clic, comenzó a sonar la canción que había elegido con tanto cuidado.
—Quiero decirte algo —comenzó Chōji, con la voz un poco temblorosa—. Desde que éramos niños, siempre has sido especial para mí. No sé si te habrás dado cuenta, pero he estado enamorado de ti desde siempre.