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La atmósfera era densa en el Cuartel General de Konoha. Las noticias habían llegado con la fuerza de un terremoto: Asuma Sarutobi, un ninja amado y respetado por muchos, había caído en combate. Los murmullos en la sala eran apenas audibles, como si nadie se atreviera a aceptar la realidad.
Shikaku Nara estaba de pie al fondo de la sala, con los brazos cruzados y el rostro serio. Aunque su semblante era sereno, una inquietud profunda lo carcomía por dentro. A su lado estaba [T/N], la hermana menor de Asuma. Había sido convocada de urgencia, pero aún no sabía por qué.
Cuando el mensajero llegó, la expresión de [T/N] cambió. Había algo en los ojos del shinobi que presagiaba una tragedia.
—Asuma Sarutobi ha caído en combate —dijo finalmente, su voz cargada de solemnidad.
El mundo de [T/N] se derrumbó en ese instante.
—No... —murmuró, dando un paso atrás, su mente negándose a procesar lo que acababa de escuchar—. ¡No, no puede ser!
El peso de la noticia fue demasiado. Sus piernas cedieron, y se desplomó en el suelo, sus manos temblorosas buscando apoyo en vano. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, primero silenciosas, luego con una intensidad desgarradora.
Shikaku, que había permanecido en silencio, sintió que su propio pecho se apretaba con el dolor. Conocía a Asuma desde que eran niños, y la pérdida lo golpeaba con fuerza. Pero ver a [T/N] así, rota, lo destruyó aún más. Sin dudarlo, se arrodilló junto a ella, colocó una mano firme en su hombro y la atrajo hacia él.
—[T/N]... —murmuró, con voz grave pero llena de compasión.
Ella no pudo contenerse más y se aferró a él, enterrando el rostro en su pecho mientras lloraba desconsoladamente. Las lágrimas empaparon su túnica, pero Shikaku no se movió ni un centímetro. La sostuvo con fuerza, dejando que descargara todo su dolor.
—Asuma no... No puede ser... Él no... —balbuceaba entre sollozos, su voz quebrada por la angustia.
Shikaku cerró los ojos, intentando mantener la calma. Su propia tristeza lo golpeaba como una ola implacable, pero sabía que tenía que ser fuerte por ella.
—[T/N], lo siento... —dijo finalmente, su voz baja y llena de pesar—. Siento que tengas que pasar por esto...
Ella no respondió, solo continuó llorando. El tiempo pareció detenerse mientras ambos permanecían allí, en el suelo del cuartel, aislados del resto del mundo.
Finalmente, los sollozos de [T/N] comenzaron a disminuir. Levantó la mirada, sus ojos rojos e hinchados encontrándose con los de Shikaku.
—¿Por qué...? —susurró, su voz apenas audible—. ¿Por qué tenía que ser él?
Shikaku no tenía una respuesta. Simplemente acarició su cabello con delicadeza, un gesto que había realizado muchas veces en el pasado, cuando eran jóvenes y sus vidas parecían mucho más simples.
—La vida ninja siempre nos quita a quienes más queremos —dijo finalmente, su tono cargado de amargura—. Pero eso no hace que duela menos.
[T/N] asintió débilmente, pero su mirada estaba fija en él. Había algo en sus ojos que Shikaku no había visto en años: una mezcla de vulnerabilidad y cariño que lo hizo sentir expuesto.
—Gracias por estar aquí —murmuró ella, su voz aún temblorosa.
—Siempre estaré aquí para ti, [T/N] —respondió Shikaku sin dudar.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Fue un silencio lleno de emociones no dichas, de recuerdos compartidos y de un amor que nunca había desaparecido por completo. Finalmente, fue Shikaku quien rompió la tensión.
—A veces... pienso en cómo habría sido si tú y yo... —dijo, su voz apenas un susurro—. Si las cosas hubieran sido diferentes.
[T/N] parpadeó, sorprendida por la confesión.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.
Shikaku bajó la mirada, su habitual calma pareciendo tambalearse.
—Sabes de qué hablo. Desde que éramos niños, siempre sentí algo especial por ti. Y cuando estuvimos juntos en nuestra adolescencia... pensé que estaríamos juntos para siempre. Pero luego me casé con Yoshino, y...
—Y yo quedé atrás —completó [T/N], con una mezcla de tristeza y resignación en su voz.
—Nunca te dejé atrás —respondió él rápidamente, mirándola a los ojos—. Siempre te llevé conmigo, en mi mente... en mi corazón. A veces, incluso ahora, me pregunto qué habría pasado si tú hubieras sido mi esposa.
Las lágrimas volvieron a llenar los ojos de [T/N]. La sinceridad en las palabras de Shikaku la desarmó por completo.
—Shikaku... No puedes decirme eso —dijo, tratando de contener el torrente de emociones que amenazaba con consumirla—. No está bien. Tienes una familia, un hijo que te necesita.
—Lo sé —admitió, su voz cargada de pesar—. Y no cambiaría nada de lo que tengo. Pero eso no significa que sea fácil dejar atrás lo que sentimos.
[T/N] lo miró con una mezcla de amor y desesperación. Sabía que lo amaba, pero también sabía que su amor no podía ser.
—Por eso... me voy, Shikaku —dijo finalmente, su voz firme a pesar de las lágrimas—. No puedo quedarme aquí. Si lo hago, nunca podrás superarme... y yo nunca podré seguir adelante.
Shikaku quiso detenerla, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Sabía que tenía razón.
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Años después
Shikaku estaba sentado en la mesa de su casa cuando Shikamaru llegó con una expresión sombría.
—Papá... Tengo que decirte algo —dijo, con su habitual calma, pero esta vez había un matiz de dolor en su voz—. Llegó la noticia de que [T/N]... murió en una misión contra Akatsuki.
El mundo de Shikaku se detuvo. Por un momento, pensó que había escuchado mal.
—¿Qué...? —logró decir, su voz apenas un susurro.
—Lo siento —repitió Shikamaru, bajando la mirada—. Fue una misión suicida... No hubo sobrevivientes.
Shikaku no respondió. Simplemente se levantó y salió de la casa, sus pasos mecánicos llevándolo al bosque donde solía reflexionar. Se dejó caer contra un árbol, el mismo árbol bajo el que había compartido tantos momentos con [T/N] en su juventud.
—[T/N]... Lo siento... —susurró, mientras las lágrimas finalmente escapaban de sus ojos. Cerró los puños con fuerza, recordando su sonrisa, su risa, los momentos que nunca podrían recuperar.
En ese momento, Shikaku entendió que había perdido no solo a una vieja amiga, sino también a una parte de su alma. Una parte que nunca volvería.