Capítulo 7

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GALA.

El parque Benavides es un lugar hermoso con árboles grandes, flores de todo tipo sembradas por doquier y bancas blancas de madera para poder sentarse.

Este lugar supo reconfortarme la primera vez que vine aquí cuando estaba triste y sigo viniendo desde entonces. Suelo sentarme bajo un árbol.

Un árbol especial para mí.

Cualquiera diría que nada tiene de especial pero yo siento que sí. El árbol es inmenso y sus ramas gigantes y fuertes. A veces me trepo en una de sus ramas y permanezco allí mirando el paisaje o a la gente que da un plácido paseo. Ni Gabi ni Ángela saben que vengo aquí. Decidí que sería mi secreto.

Llego donde se ubica, recuesto mi espalda contra el tronco y subo mis rodillas hasta el pecho dejando mi bolso tirado a escasos centímetros. Con cuidado trato de taparme bien ya que hoy decidí ponerme un vestido ligero porque creí que sería lo adecuado para ir a cenar después. Apoyo mi cabeza en ellas y suelto el llanto que llevo conteniendo desde la mañana. No tengo ni que esforzarme ya que mis lágrimas fluyen sin más, como si hubiera abierto un grifo.

No es la primera vez que siento el rechazo de mi madre. El que no haya querido criarme lo dice todo.

Cuando tenía 7 años y estaba en la primaria, sentía celos de mis compañeros. Era por lo que ellos tenían y yo no. Un padre, una madre o ambos padres que se preocupaban por su bienestar. Mientras yo esperaba a mi hermana, los veía cargar a sus hijos en brazos, tomarlos de las manos o darles un fuerte abrazo.

A cierta edad uno comienza a creer que el cariño que recibes depende del comportamiento que tengas. Si eres bueno, te querrán y si eres malo, no lo harán. Y yo estaba en esa etapa.

Me preguntaba si tenía la culpa de que mi madre no me quisiera. Sentía que algo malo había hecho para que ella fuera así conmigo y tener esos sentimientos me amargaron por un par de años, en los cuales me volví una niña problemática.

Problemática estilo "tomo de las greñas al primero que me moleste" y no el de "no me importan mis estudios". No obstante, mi hermana Gabi supo cómo tratar el tema y terminé confesando lo que me atormentaba. En aquel instante, ella aclaró mis dudas y pidió disculpas por nunca explicarme lo que sucedía con mamá.

Ahora que me dirigió la palabra para decir esas cosas tan hirientes, sospecho que hizo revivir aquellos sentimientos que pensé ya superados.

Continúo con mi llanto y no le doy importancia a los ojos curiosos; necesito desahogarme. Aunque paro de llorar, sigo con la cabeza sobre las rodillas y en un momento, siento la presencia de alguien junto a mí.

¡Oh Dios, no! Lo que me faltaba. Que alguien me pregunte si estoy bien cuando es obvio que no y la pregunta es totalmente estúpida.

—No es necesario que usted, sea quien sea, venga a ver como lloro y quiera saber el porqué. Siga caminando, por favor —mascullo levantando la cabeza e impacto con unos ojos avellanas.

Un chico de cabello castaño oscuro y con rasgos suaves en el rostro, está sentado a mi lado y me observa con curiosidad. Lo veo sorprendida y sin saber que decir. Esboza una pequeña sonrisa.

—Te observé desde el otro lado —señala un árbol que está a unos metros de donde estamos— y creo que es importante saber por qué lloras.

Me seco las lágrimas con el dorso de la mano y lo observo bien. Usa una camiseta negra y sobre ella lleva una camisa a cuadros roja con las mangas enrolladas hasta los codos. Unos jeans oscuros medio gastados y unas zapatillas negras completan su atuendo.

Debo admitir que es atractivo, incluso más que el idiota de Joaquín y esa es otra razón por la que desconfío en que esté aquí. Después de darle ese repaso no tan disimulado, dirijo la vista a su rostro y la misma sonrisa de antes tira de sus labios.

En ese Maravilloso Instante © (SP#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora