Capítulo 11

6K 357 35
                                    


GALA.

¿Que tiene este chico que no deja de mirarme?

Veo como se aleja y se estaciona en el mostrador del bar junto a la puerta que supongo lleva a la cocina del restaurante. Conversa con el bartender y luego otro chico se suma a ellos.

Me impresionó hallarlo en este sitio.

De inmediato tuve miedo de que me saludara frente a Gabriela. No quería que ella preguntara de qué o cómo es que lo conozco porque descubriría mi mentira. Tendría que dar explicaciones sobre la corta conversación que mantuve con nuestra madre y...

No, no estoy preparada para recordar y revivirlo. Me estoy esforzando por no hacerlo desde que ingresé a este restaurante.

— ¿Que observas, Gala? —inquiere mi hermana mientras come un bocado de su cena.

Niego automáticamente.

—Nada. Solo pensaba en que ya soy mayor de edad —divago.

No da señales de desconfianza y solo asiente. Termina de masticar y antes de beber un trago de su copa, interroga:

— ¿Y cómo te sientes? ¿Distinta?

—La verdad, no. Es un año más —respondo encogiendo los hombros.

Gabriela me lanza una mirada, como si fuera un disparate lo que acabo de decir.

—No es un año más, Gala. Cumples dieciocho años, ya eres una mujer.

— ¿Acaso no lo era antes? —me mofo y le doy un sorbo al vino.

Había llegado con la idea de solo comer un postre pero Gabi insistió en que comiera algo ligero por lo menos. Entonces elegí la ensalada César, después de todo, ese platillo si me era familiar. Pincho un pedazo de pollo con el tenedor y lo llevo a mi boca. Está sabroso.

—Ya sabes a lo que me refiero —murmura mi hermana sin gracia por mi burla.

La cena transcurre sin sucesos importantes. Comemos y hablamos sobre nosotras, lo que hicimos en el día (momento en el que tuve que activar la imaginación e inventar algo creíble) y recuerdos de cuando era niña. Sí, a Gabi le sale la vena nostálgica. O se siente vieja o ama los viejos tiempos.

Recuerdos de cuando intentó enseñarme a manejar una bicicleta. Y vaya que lo intentó, pero mi cuerpo, la coordinación y el equilibrio no funcionan sobre ese objeto. Luego recordó la vez que tenía un diente flojo y ella, al frotarme con una toalla para secar mi rostro, quitó mi diente accidentalmente de un tirón. Quizás fue lo mejor ya que no sentí dolor. Y por último, cuando sin tener conciencia de lo que estaba haciendo, dibujé con fibrón en su documento de identidad y tuvo que hacerse uno nuevo.

Gabi deja los utensilios sobre el plato ya vacío y suelta un suspiro.

—Yo ya acabé de cenar —anuncia y baja la vista a mi plato medio lleno—. Como veo que tú no tienes mucho apetito, será mejor que pidamos el postre.

—Creí que a este punto ya estarías llena y no pedirías nada más.

—Gala, tú viste la pequeña porción que me trajeron. No digo que me arrepienta por venir pero...—se inclina y me alienta a que haga lo mismo

— ¿Qué? —pregunto al hacerlo.

—El plato no ha llenado ni la mitad de mi estómago y me comería hasta una vaca entera —confiesa en un susurro.

Río por su ocurrencia. De pronto, gira en su asiento y llama a Luca haciendo un gesto con la mano. Él se da por aludido y viene hacia nosotras.

Trago saliva. Por uno minutos pude olvidar que se encontraba presente aquí. ¿Es normal sentirme nerviosa? ¿Les sucede a todas las adolescentes frente a un chico? Con Joaquín era todo lo contrario, me sentía cómoda con él y nuestro coqueteo descarado.

En ese Maravilloso Instante © (SP#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora