Capitulo 3

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GALA.

Estar en el instituto no es lo que más me emociona.

Mi conversación es nula, la participación en clases escasa y mi vida social, totalmente inexistente aparte de Ángela. El motivo principal de estar aquí es el de terminar el secundario, ir a la universidad y tener una carrera de la cual poder vivir.

A escondidas tomo el celular y los auriculares. Como estoy en clase de matemáticas, solo me coloco un audífono y lo cubro con parte de mi cabello para que nadie se dé cuenta.

A mi lado una chica llamada Rosa o Rocío, no sé bien porque nunca he hablado con ella excepto en algunas ocasiones, presta tanta atención a la pizarra como si ésta fuera una de las siete maravillas del mundo. Yo, mientras, me hundo en la música sin prestar a atención a nada. Me apoyo en el respaldo de la silla y cierro los ojos con una sonrisa en los labios.

Nada mejor que la música para hacerme olvidar de la vida, mi madre, mi hermana, la profesora, este instituto y todo lo demás. Hoy me quedé sola con mi madre porque Gabi tenía que irse a trabajar temprano y tuve que esperar a que doña Cuca pudiera venir a cuidarla. Fue como estar sola y a la vez no. Fue sentir que una presencia me vigilaba otra vez. Es algo estremecedor.

Estoy tan absorta con la música y mis pensamientos que me sobresalto cuando alguien o algo tira de mi cabello. Abro los ojos con sorpresa y veo que todos los presentes incluyendo la profesora, me miran. Ésta última con gesto de reproche.

—Alumna Machado. Puesto que tiene la osadía de no prestar atención, supongo que sabe muy bien cual es el resultado de esta ecuación —señala la pizarra con el dedo—. Dígame y aprendamos de usted, por favor —termina de decir con demasiada antipatía de su parte.

Lo que veo en la pizarra es chino puro. Soy pésima para las matemáticas, las odio. Mis neuronas se deben estar fundiendo en mi cabeza y me extraña no ver humo saliendo de mis oídos. Busco a Ángela por ayuda pero ella sabe menos que yo y se encoge de hombres.

Estoy por decir que no tengo idea, cuando algo bajo el banco me golpea. Miro a mi compañera, confundida, pero ella se pone a escribir en la esquina de una hoja. La profesora permanece con su gesto agrio.

Mi compañera intercala la mirada entre la hoja y yo. Allí escribió un número. ¿Por qué querría ayudarme? Nunca hablamos y dudo que ayudar a una chica a no pasar vergüenza sea parte cotidiana de su día a día. ¿O sí?

Tal vez la estoy prejuzgando sin saber pero, bueno, confiar de todo el mundo tampoco se puede.

Me arriesgo y digo lo que está escrito

— ¿Es -3? —susurro con un hilo de voz. Hablar en público no es mi fuerte.

— ¿Cómo dijo? Por favor, dígalo más fuerte que no se le escucha.

Oigo risas disimuladas y otras, no tanto. "Ah, claro. Hágase la tonta. Hágame pasar más vergüenza. ¿Por qué no se acerca y se lo grito al oído, eh?" pienso.

—Es -3 —respondo más segura.

Se queda observándome sin decir nada por unos segundos. ¿Es necesario hacerme sufrir así? Trato de que mi mirada no permanezca demasiado tiempo en la mesa por miedo a que me averguence aún más pero afortunadamente, se gira a la pizarra y escribe lo que dije. Prosigue con la clase y pregunta a otro compañero.

Suelto el aire que no sabía que estaba reteniendo. Rosa o Rocío sigue escribiendo como si nada.

—Gracias por ayudarme —susurro.

—No es nada —desestima—. La profesora Inés puede ser una bruja cuando quiere. Mejor prestarle atención a sufrir una humillación.

—Eso es una rima.

En ese Maravilloso Instante © (SP#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora