Capítulo 64

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LUCA.

Es mediodía y recorro las pocas calles que me separan de casa.

Después de unas horas de clases, fui dispuesto a trabajar duro al restaurante Oliviers e iba a concentrarme en ello para distraerme del día a día; infelizmente para mí, Esteban me comunicó con su típico mal humor que no me necesitaban y tenía el día libre por hoy. Como había decidido caminar hasta allí, de la misma forma me volví; aún cuando tenía dinero para tomar el autobús.

Hace varios días que no sé nada de Gala y cada día he estado lleno de remordimientos. Después de escuchar su soliloquio lleno de verdades guardadas quise ir tras ella, pero no lo hice porque ya era tarde, ya la había cagado.

La ví por última vez hace dos semanas en el supermercado mientras hacía las compras y tomaba un paquete de azúcar de una estantería. Allí tuve la intención de acercarme e ir tras ella también, pero mi vergüenza al juzgarla tan duramente me cohibió.

Aquel día tan lamentable, volví a mi casa y regresar a mi dormitorio fue como un baldazo de agua fría o un puñetazo en la cara. Fue revivir las horas anteriores, volver a recordar como nos entregamos en esa cama y confesamos que nos amábamos por primera vez. Fue tomar conciencia, nuevamente, de que ya no estaría conmigo.

Sé que todo lo que dijo tiene fundamentos aunque quiera negarlo. Yo, quien dice odiar las mentiras, oculto y miento desde hace bastante tiempo. Tuvo toda la razón cuando dijo que soy un maldito hipócrita, como también al decir que soy cobarde por no hacerle frente a mi padre y terminar con su control sobre mí. Debo terminar con las mentiras y decir la verdad; a mi madre, a mi hermana y a toda la gente que cree en el estúpido compromiso.

No he visto a Melanie tampoco ni quiero verla pero sigo guardando las pruebas que me pidió porque sé que son importantes. Desde su traición y venta a tal farsa, no quiero saber nada de mi ex-mejor amiga.

De pronto, escucho gritos al ingresar a casa. Mis padres están discutiendo y entre sus voces elevadas, la de mi madre comienza a distinguirse más.

Subo las escaleras y conforme avanzo por el pasillo, soy consciente de que mi abuelo y hermana no están en sus habitaciones. Termino donde se encuentra el origen de la discusión y aunque sé que no debo escuchar, lo hago de todos modos. Con mi padre nunca se sabe.

— ¡Estás enfermo! —grita mamá. Ambos están enfrentados en el medio de la estancia—. ¡¿Eres consciente de ello, verdad?! ¡Ya no te reconozco, Ignacio! ¡Tienes que devolver todo el dinero que robaste en el hospital!

Mi padre ríe con frialdad y niega con la cabeza.

— ¡Tú estás loca, mujer! No pienso devolver ni un solo centavo —sentencia sin ningún rastro de remordimiento por lo que hizo.

— ¡Lo harás! —se impone ella con autoridad.

Me es extraño verla tan valiente, fuerte, y enfrentando a su esposo pero me gusta esta nueva faceta.

— ¿Y tú quien carajo crees que eres para decirme lo que debo hacer, eh? —cuestiona mi progenitor, aferrando su mentón y alzando su cabeza.

Mi madre se queda callada y tarda en contestar.

—Tú no eres nadie para darme un reproche —dice y con su mano libre, acaricia su mejilla con el pulgar.

Aprieto los puños a mis costados tratando de contenerme.

Ninguna mujer debería ser humillada e intimidada por un hombre aunque éste sea su esposo o familiar. Mi madre es una mujer única e importante y he aprendido con los años que cada mujer lo es por sí misma sin importar la opinión que otro pueda tener. Y bueno, también aprendí que enojadas, furiosas y con determinación a la hora de la venganza son unas locas, expertas en torturas y aprendices o maestras del mismo Lucifer.

En ese Maravilloso Instante © (SP#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora