Capítulo 32

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LUCA.

Me alegró que Gala haya tomado la iniciativa de encontrarnos en este sitio.

Me había despertado temprano sin una razón aparente y a pesar de que estaba totalmente cansado por el trabajo, se me hizo difícil poder dormir. Tomé el desayuno solo en la cocina mientras mi padre bebía su taza de café a las corridas porque tuvo un llamado de emergencia del hospital. En ningún momento le dirigí la palabra y él tampoco intentó hacerlo conmigo. Mi madre, Giulia y el abuelo se despertaron horas después.

Aparto la mirada de los niños jugando y volteo hacia la calle.

A unos metros descubro a Gala quien da la vuelta y camina en dirección contraria. Su camiseta rosa de mangas largas y un tipo de escote que deja al descubierto sus hombros, unos jeans que abrazan sus piernas y unas zapatillas blancas, es lo que alcanzo a ver de su atuendo.

Despego la espalda del árbol y voy tras ella. Cada paso que doy y siento que estoy cerca de alcanzarla, es en vano.

¿Como camina tan rápido?

Entonces grito su nombre para llamar su atención.

— ¡Gala! ¡Espera!

Frena su andar cerca de unas bancas blancas de madera y me mira sobre su hombro. A pocos pasos de distancia, disminuyo la velocidad.

— ¡Hey! —saludo de modo amigable.

— ¡Luca! —exclama como si el verme parado frente suyo fuera una coincidencia—. ¿Como va todo?

Su voz suena rara, incluso evasiva, y diría lo mismo de su mirada si no fuera por las gafas negras que lleva puestas.

—Genial —respondo. El silencio forma su espacio entre los dos y al ver que ella no piensa romperlo, lo hago yo-. Acabas de llegar. ¿Te ibas tan pronto? —pregunto dando un paso hacia ella.

—Ah, sí. Es que... recordé que debo hacer algo.

Retuerce sus manos e inclina su cabeza al suelo.

— ¿Estás bien, Gala? —pregunto.

De golpe, alza la vista y asiente con fervor.

—De maravilla —forma una sonrisa que luce forzada.

De maravilla nada. No le creo en absoluto. Comprendo que al estar aquí conmigo no tiene que estar sumamente extasiada y saltando en un pie, pero puedo deducir que miente por la tensión e incomodidad en sus gestos.

— ¿Podrías quitarte las gafas, por favor? —pido.

Su sonrisa se esfuma por completo.

— ¿Qué?

—Que te quites las gafas.

— ¿Por qué? —inquiere a la defensiva.

—Se me hace difícil hablar contigo y no mirarte a los ojos.

— ¡Oh! Sucede que... las necesito. Y mucho —se excusa.

Miente muy mal.

— ¿De verdad? —alzo una ceja.

—Ajá. Tengo... conjuntivitis. Muy contagioso.

—Ah, con que tienes eso... —se me hace difícil no reírme en su cara—. ¿Puedo ver? —pregunto y me inclino a su rostro.

Ella retrocede con evidente temor.

— ¿Qué? ¡No, no te acerques! No hace falta, puedes contagiarte.

Encogiendo mis hombros y volviendo a cortar nuestra distancia, digo:

—Me arriesgaré.

— ¿Estás loco?

En ese Maravilloso Instante © (SP#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora