LUCA.¡Mierda!
Quito parte del spaghetti a la provenzal que cayó sobre mi cabeza. La gente me observa y murmura. Los platos hechos pedazos forman un círculo a mí alrededor y me pongo de pie con cuidado de no cortarme con nada.
Todo es un desastre. Tendría que haber estado atento y ver por donde iba.
En realidad, no tendría que estar aquí para empezar. Debería estar en la cocina, lavando los platos, las copas y los utensilios de más valor que mi sueldo de todo un mes.
Había llegado tarde para mi turno nocturno por la pequeña charla con mamá, la ducha, el cambio de ropa y la caminata hacia el restaurante. Si tuviera mi auto sería diferente pero como hace unos días tuve un pequeño accidente, por así decirlo, y la parte frontal quedó destrozada, pasarán días hasta que lo arreglen.
Como si fuera poco tuve que aguantar un sermón de Esteban, el gerente, un tipo grande y más alto que yo sobre la responsabilidad, el deber y la puntualidad. Me sorprendió el hecho de que se tomara tanta molestia y tiempo en mí cuando el restaurante estaba recibiendo clientes a montón. Él sabrá como administra su tiempo.
Luego de que Esteban descargara toda esa retahíla, me puse a trabajar. Cambié lugar con Julián, un chico de 19 como yo aunque un poco más bajo de estatura y corpulento. Lavé, froté y enjuagué cada cosa que pusieron en mis manos como si me fuera la vida en ello, esperando que los minutos pasaran para poder irme.
Con lo que no contaba es que uno de los meseros, un tal Emanuel, renunciara a último momento por pelearse con el gerente. Tampoco culpo a Emanuel por haber renunciado; si no fuera porque necesito el empleo, yo también lo haría con tal de no aguantar el carácter difícil y gruñón de mi superior.
¿Y quién podría ocupar su lugar hasta conseguir a otra persona?
Pues yo.
No es la primera vez que hago de mesero, pero hoy no quería saber nada sobre pegar una sonrisa falsa en mi rostro y tomar órdenes. Tuve que hacerlo de todos modos y pasé de mesa en mesa preguntando amablemente a los clientes que querían de cenar. Después volvía a las mesas con sus platos listos de escasa y costosa comida que no me llenaría ni la mitad del estómago si tuviera hambre.
Pasados los minutos, iba a la mesa de cuatro personas donde habían pedido spaghetti a la provenzal. Cuando comencé a trabajar aquí, fui aprendiendo distintas formas de llevar platos y eso es lo que estaba haciendo: llevaba dos platos en cada brazo.
Todo se fue al diablo cuando mi vista cayó en uno de los pequeños reservados y la vi. Tropecé con alguien, los platos parecieron volar y caí de bruces al suelo acompañado de un ruido ensordecedor.
— ¿Estás bien? —pregunta Fabricio, un mesero amigo mientras se inclina para recoger los trozos de porcelana.
—Sí, si —respondo poniéndome a su altura para ayudarlo.
El reclamo que me espera ahora. Fabricio se va por un momento en busca de un balde o un contenedor y una pequeña escoba para los restos. Por mi parte, tomo los pedazos más grandes y los amontono en mis manos.
La gente hace rato que volvió a lo suyo y dejaron de prestarme atención. Mientras tanto, busco entre los pequeños reservados y la vuelvo a ver.
¿Qué hace Gala aquí? Pregunta estúpida cuando esto es un restaurante y la entrada es pública. ¿Me estará siguiendo? Otra pregunta estúpida. Me conoce de pocas horas y no creo que sea una de esas chicas que se obsesiona con un chico... ¿o sí?
Ésta mira el menú con demasiada atención, como si este fuera un ejercicio matemático.
— ¿Por qué sonríes? ¿Te gusta la idea de que Esteban te mate o qué? —dice Fabricio.
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En ese Maravilloso Instante © (SP#1)
RomanceDesde temprana edad, Gala Machado comprendió que su madre no la quería ni sentía afecto por ella y se conformó con una vida que conlleva el instituto y su casa sin ninguna emoción. Luca Pesaressi sabe desde pequeño, que su vida está atada a su mejor...