Capítulo 21

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GALA.

Todo pasó demasiado rápido.

Unas manos sobre mi cintura, darme la vuelta para averiguar quién era, el reconocimiento y la horrible sorpresa. Mi pierna elevándose por instinto hacia arriba, Joaquín gruñendo y cayendo al suelo de dolor y personas riendo a carcajadas.

Confundida y molesta, observo a quienes me rodean. La expresión que Ángela tiene en el rostro es de perplejidad y su tez se ha vuelto pálida de golpe. Junto a ella, Rocío y su acompañante tratan de contener la risa.

De repente, Angie se tapa la boca con una mano y se inclina hacia abajo; vomita todo lo bebido en el mismo lugar donde dejó caer su vaso. Todos los que ven la escena, forman un gesto de asco en sus rostros y se alejan. Tiendo mi vaso al primero que se me cruza en el camino y me acerco rápido a ella para sostener su cabello. El estúpido que estaba a su lado se fue corriendo sin ayudarla.

Cuando termina, o al menos deja de tener arcadas, luce mareada y cansada. Rocío la toma de un brazo y yo hago lo mismo, aferrando su brazo libre.

—Hay que llevarla al baño —dice Rocío.

— ¿Es que acaso hay un baño por aquí?

Esto es un galpón y no creí que hubiese uno cerca; aunque también tenía miedo de saber que era lo que usaban como baño. Coloco parte de su pelo tras sus orejas para despejarle el rostro.

—Claro que sí —afirma. Se agacha para mirar a Angie, que tiene los ojos cerrados—. Hay unos baños portátiles atrás del edificio. ¡Vamos!

Rocío hace un gesto con la mano hacia su acompañante para que la espere y entrega su bebida. La gente se aparta de nuestro camino y  avanzamos de a poco. Joaquín, que lleva una camisa negra, unos jeans azules y zapatillas negras, me observa molesto luego de recuperarse del golpe. Sin embargo, su gesto cambia cuando ve a Angie.

Sin esperar otro minuto, las tres salimos del galpón con mi mejor amiga balbuceando incoherencias. Por un momento caemos al suelo por culpa de Rocío; ella también está algo ebria. Rodeamos el edificio y nos encontramos con tres baños portátiles en el sitio. Dos están ocupados y uno está más asqueroso que baño público en una estación de tren. Con solo verlo me provocan naúseas. Y menos mal que respiro por la boca y no por la nariz; era consciente que no olería bien aquí y tomé mis precauciones.

Pido a Rocío que me ayude y la sentamos sobre unos ladrillos apilados que están contra un alambrado que separa el edificio de una casa vecina, y sirve perfectamente de asiento.

Me coloco a su altura y tomo su rostro entre mis manos.

— ¡Angie! ¡Angie! ¿Como te sientes? —digo.

Ella abre los ojos con esfuerzo.

—Umm, bien —masculla con voz ronca—. Me duele la cabeza.

— ¿Y cómo no? Estuviste bebiendo todo el día —comenta Rocío, que se apoya en el alambrado y agita una mano dándose aire.

Ángela levanta la vista a Rocío.

—Tú cállate, nerd.

—Bueno... —deja de abanicarse y cruza los brazos— por lo menos recuperaste algo de conciencia y lucidez.

Aparto mis manos de la cara de Angie y me levanto.

— ¿Y cómo sabes que estuvo tomando todo el día? —inquiero.

Ni yo lo supe hasta que vi su estado al llegar aquí. Miro a Ángela, que cierra y abre los ojos de prisa para no quedarse dormida. Balancea su cabeza de arriba abajo cuando el sueño quiere ganarle.

En ese Maravilloso Instante © (SP#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora