80. El final de todo: una promesa

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Después de una leve agitación, suelto a Bugendai de mi agarre. A mi alrededor aparecen diferentes colores que se mezclan. Pareciera que Bugendai y yo flotamos, pero en realidad estamos avanzando a una velocidad sorprendente, por lo que mi cabello apunta hacia un lado en específico. A mi derecha veo un punto blanco, que es a donde me dirijo. Aquel lugar en el que pensé en teletransportarme junto con Bugendai. Él me mira confundido por lo que he hecho; luego, sonríe.

—¿En serio, fue lo único que se te ocurrió? —me pregunta.

—Podemos pelear hasta que uno muera, sin que lastimes más a mis amigos.

—¡Ay, qué tierna! —finge.

—¡Ésta es mi batalla, no la de ellos! —digo al aire.

—¡Entonces, pelea!

Sin esperar más, él intenta usar el Seisujikan, pero al parecer no puede, y yo sé por qué.

—Éste es mi viaje —digo—, no el tuyo. Yo soy la única con poder aquí, tú no puedes hacer nada.

Él se queda quieto. Aunque lo haya descubierto en el momento en que intentó utilizar el Seisujikan, me sirvió bastante. Mi plan inicial era mandarlo a otra dimensión y que destruyera ese mundo, no mi mundo natal. Pero viéndolo de este modo, puedo terminar todo de una vez aquí.

—No te servirá el kekkei genkai aquí —le digo—. Sólo sirve el ninjutsu, taijutsu y genjutsu.

Bugendai aprieta sus puños, irritado por la situación en la que está. Recuerdo todo lo que les hizo a mis amigos y la marca de maldición comienza a expandirse, al igual que se acerca el punto blanco al que vamos.

—Es hora de terminar contigo, maldito —sentencio una vez que la marca me ha cubierto la mitad de rostro.

Hago unas posiciones de manos y extiendo el brazo derecho hacia el suelo. Los pequeños rayos comienzan a aparecer y cubren la mayor parte de mi mano. De no ser por la sustancia púrpura que acumulé durante mi corta conversación con mi enemigo, esto estaría lastimando mucho; también le agradezco a la marca de maldición por proporcionarme más poder del que tenía.

Una vez formada la técnica de rayo, extiendo mi mano izquierda hacia atrás. «Es peligroso y puedo perder los dos brazos, incluso mi vida, pero así podré terminar con él definitivamente.»

En mi mano izquierda acumulo chakra y le doy la forma de una esfera en poco tiempo. Mis dos manos comienzan a dolerme y lo único que se escucha el característico sonido de la técnica en mi mano derecha, que simula ser miles de pájaros.

—¿Crees poder hacerme daño? —me pregunta.

El punto blanco se acerca cada vez más.

—No creo, lo haré.

Comienzo correr hacia él con mucha velocidad temiendo que el punto blanco llegue antes que yo. A solo metros de mi enemigo, me teletransporto detrás de él, extiendo mis manos hacia él y las dos energías se cruzan.

—¿Pero, qué...? —balbucea.

—¡Rasengan y Chidori: Rasendori! —grito.

Mis manos se unen al mismo tiempo que se estrellan con Bugendai. Un destello blanco nos cubre a los dos y, por un instante, no veo nada. Después, pareciera que estoy flotando, hasta que un golpe seco me saca el aire. He caído boca abajo y me he sofocado. Miro hacia el frente de mí, encontrándome con un Bugendai ensangrentado y con dos heridas mortales en su torso. Me arrastro hacia él por la arena en la que he caído. Al llegar, lo toco y comienzo a absorber su energía con la sustancia púrpura. Cuando no le queda nada y sé que ha muerto, su cuerpo comienza a desintegrarse gracias a que he adelantado el tiempo en sus restos. Varios minutos después, desaparece para siempre.

Una Llama CongeladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora