Las gotas del sudor caían al costado de mi oreja hasta llegar a mi barbilla, donde permanecían unos segundos hasta que caían por algún movimiento brusco o por la misma acumulación del salado líquido. Mis manos vendadas temblaban y mi cabeza comenzaba a dolerme por tanta concentración y presión acumulados.
—¡Vamos! Hazlo una vez más —me exige mi sensei.
En estos momentos, preferiría que actuara más como padre que como maestro. Si actuara como padre, me pediría que parara el entrenamiento y yo sería la que le exigiera más tiempo; pero está actuando como sensei y me exige hasta mis límites.
Hago las posiciones de manos una vez más a una velocidad lenta por mi cansancio; coloco mi mano derecha con dirección al suelo y mi mano izquierda la sostiene para mayor equilibrio.
—Ya lograste arrugar el papel. ¡Ahora concentra ese estilo de chakra en tu mano!
Da una fuerte pisada en frente de mí, logrando distraerme y perder la acumulación de chakra.
—No te distraigas.
—¡Entonces, no me asustes! —le grito, harta de su actitud.
Él me mira con indiferencia y yo, con el ceño fruncido, hago la posiciones una vez más. Coloco mis manos de igual manera que antes y continúo con la acumulación de chakra.
—¡Ya dominas el cambio de chakra al igual que el cambio de naturaleza! ¡Ahora, contrólalo a la vez!
Suelto la respiración que estuve conteniendo y miro por milésima vez a mi padre. Él observa el cielo y al ver que ha oscurecido, saca una linterna y su libro; después, apunta con la luz artificial a su lectura y se concentra en ella. Cierro mis puños con fuerza, sin importarme que lastime las palmas de mis manos con mis uñas. Se supone que esto sería más sencillo porque mi padre tiene naturaleza de rayo. Yo tengo naturaleza de agua por mi madre, pero me hace falta controlar el rayo.
Saco un kunai de entre mis armas y se lo lanzo a mi padre. Realmente estoy harta de su actitud.
—¡Se supone que soy tu hija! ¡Deberías cuidarme en vez de exigirme hasta desmayarme! —mi respiración se agita. Camino hasta él y tomo mi kunai que ha caído a sus pies—. No he logrado nada con tu estúpido entrenamiento. ¡No he logrado ni una mierda en nueve días!
Agito el kunai cuando hablo, y lo lanzo hacia su cabeza cuando termino mi discurso. Él logra esquivar con facilidad el kunai. Me vuelve a mirar con indiferencia y después, se gira hacia su libro.
—Deja de hacer berrinches y ponte a entrenar —me ordena con firmeza.
«¿Quieres que entrene? ¡Pues lo haré a mi manera!».
Me alejo de él a la vez que quito las vendas de mis dos manos. Subo las mangas de mi camisa y concentro la energía natural en mis manos.
—¡Te dije que no usaras tu kekkei genkai! —Cierra su libro con fuerza y camina hacia mí.
—¡Y yo te dije que no aprendo ni una puta cosa contigo!
—¡No uses ese vocabulario conmigo!
Ignoro su orden y noto que la energía se ha acumulado en sustancia púrpura. «Si la energía natural contiene todos los elementos, entonces solo debo concentrar el elemento rayo y cambiar su forma en la palma de mi mano», planeo. Hago las posiciones de manos y coloco mis manos como siempre. Me concentro, ignorando los pasos de mi padre enojado por mi desobediencia, y siento una especie de corriente por mi extremidad. Veo una pequeña luz entre mis dedos y después, la mano de mi padre me sostiene el brazo. Por suerte, tiene guantes; por mala suerte, la luz se convierte en un pequeño rayo descontrolado y sale disparado, cortando un poco del cabello de mi progenitor. Encojo mi mano por el dolor que siento y mi padre me suelta, aturdido.
—¡Perdón! —exclamo—. ¿Estás bien? Yo no quería...
—Sí —me interrumpe—. Me sorprende que me hayas desobedecido...; pero está bien.
Mi rostro cambia de uno que siente culpa, a uno que siente sorpresa. Lo miro inmediatamente, tomando mi mano derecha lastimada.
—Quería que no lo usaras para ver si podías soportar tal entrenamiento. Pero cada ninja aprende a su manera.
Miro mi mano y la sustancia púrpura ha desaparecido. No sé cuándo se fue, pero supongo que fue porque Bugendai no quería controlarme.
—Hasta Sasuke tuvo que usar el Sharingan —comenta y vuelvo a mirarlo. Él suspira, cansado—. Será mejor que te acompañe a casa a curar tus heridas.
Asiento a su propuesta y tomo las vendas del suelo. Me las coloco como puedo y mi padre, al notar esto, me entrega sus guantes. Vacilo si ponérmelos o no, pero termino haciéndolo. Me quedan grandes, pero al menos me protegen de dañar a los demás.
Caminamos con dirección a mi pequeño departamento que solo consta de un dormitorio, un baño y una cocina con una pequeña mesa. Cuando llegamos, él me ayuda a abrir la puerta y me indica que me siente en la única silla de la mesa que tengo, mientras él va por un botiquín. Vuelve a los pocos segundos y me quita el guante. Se dispone a curarme, pero me alejo al instante por miedo.
—Ponte tus guantes, papá —pido—. No quiero lastimarte.
Él me mira y después, pasa su mirada hacia sus descubiertas manos. Decide hacerme caso y se coloca los guantes. Después, continúa con la curación. Al final, me cubre las manos con una venda limpia y blanca, totalmente diferentes a las sucias y grises que dejé de usar en el campo de entrenamiento.
—Perfeccionar el chidori te ayudará a ser más fuerte y sabia —me comenta a la vez que guarda los medicamentos—. Por ende, Bugendai te llamará más pronto. ¿Has pensado en eso?
Dejo de observar sus movimientos cuando me hace la pregunta y se detiene en el marco de la puerta del baño. Miro a mis manos.
—He estado pensando en llamarlo yo. —Escucho que deja de respirar (probablemente por la sorpresa) y continúo—: Mientras más pronto, más probable será que no lastime a nadie.
—Pero también es más probable que mueras porque no tienes el poder necesario.
Al decir eso, camina con preocupación hacia mí y se pone de rodillas. Toma mis manos y me hace mirarlo a los ojos.
—No te dejaré —dice—. Tú y Takeshi son la única familia que me quedan. No puedo perderlos.
—Pero si no lo hago, lastimaré a mis amigos —me excuso—, y no quiero eso.
—Pero, ______...
—Ya lo decidí, papá. Lo llamaré yo, pronto.
Él deja de mirarme y observa nuestras manos. Después, levanta la mirada de nuevo a mis ojos y noto una pizca de desesperación.
—Por primera vez, te digo que pienses en ti y no en los demás —dice—. Esto lo haces por la seguridad de los demás; pero no piensas en la tuya.
Abro los ojos un poco más al escuchar sus palabras. Desvío mi mirada hacia la puerta, y luego a la ventana donde se aprecia el cielo nocturno.
—Deberías irte a dormir, papá. Es tarde.
Contemplo más tiempo el cielo. Mi padre aprieta mis manos y, sin decir nada, sale por la puerta.

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Una Llama Congelada
FanfictionUn tonto. Un amargado. Un impuntual. Tres varones que eran mis personajes favoritos de una historieta. Los tres lograban que mis días tuvieran una pizca de felicidad. Pero, sin saber por qué, mis días no sólo se volvieron plenos de felicidad, sino q...