CAPITULO 1

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-¡Mackenzie! ¡El pedido de la siete está listo!- chilló Angélica desde la cocina.

Salí de la barra con decisión y colocando el pedido en la bandeja hice equilibrios esquivando mesas hasta que llegué a la siete.

-Aquí está el taco, los nachos y el refresco- sonreí enumerando todo lo que había pedido el cliente de aquella mesa mientras iba dejando las cosas en frente de él- Que aproveche- sonreí una última vez más para después volver a meterme detrás de la barra.

-El negocio va mejor que nunca- escuché la voz de Orlando detrás de mí.

Él era el jefe de aquel restaurante mexicano, era verdad lo que decía, cada vez teníamos más clientes pero eso significaba muchísimo más trabajo a la par que más dinero, cosa que me hacia mucha falta.

Me había mudado a Nueva York hacia ya unos meses, y por el momento mantenía el pequeño apartamento y mis gastos con lo que me ganaba en el restaurante.

Escuché la campanita de la entrada y vi entrar a un chico joven, no pasaría de los veinticinco, pero lo que más me llamó la atención no fue eso... Iba tatuado de la cabeza a los pies, literalmente, solo su rostro conservaba aún la piel intacta.

Acabé de fregar los platos que había en el fregadero y me sequé las manos en el delantal del uniforme.

Seguí con la mirada al chico hasta que se sentó en una mesa y me dirigí a ésta a la vez que sacaba boli y libreta.

-Buenos días, ¿Qué tomará?- intenté sonreír aún que me costaba ya que el nivel de intimidación de aquel chico era superior a mí.

Me escaneó con la mirada, serio, analizando hasta la última pestaña de mis ojos.

-Un café corto- dijo el chico porfin.

-¿Va a querer acompañarlo con algo?- pregunté sin despegar los ojos de la libreta.

-El número de la camarera ¿Sería posible?- preguntó.

Al principio creí que se trataría de una broma, alcé la cabeza para mirarle y vi que aún seguía serio.

Sonreí para quitarle hierro al asunto y me fijé en sus ojos, azules como zafiros, profundos como el océano... Un aura de misterio le rodeaba, era escalofriante.

-Me temo que eso no será posible, caballero- reí nerviosa apartándome un par de pasos.

-Entonces que sea solo el café.

Asentí y me di la vuelta casi huyendo de aquella mesa, noté su mirada clavada en mi, en cada movimiento mientras preparaba el café y lo ponía en una taza encima de un pequeño plato para después poner también un par de azucarillos y una cucharilla.

Llevé el pedido hasta la mesa y una vez llegué lo dejé en frente de aquel chico.

-Aquí tiene- dije dejando el café en la mesa.

Antes de retirar la mano el chico ya me había aprisionado la muñeca.

-¿Qué hace? Suelteme- dije con toda la calma que pude reunir.

-Tienes la mano tan suave...- suspiró aquel chico.

Estiré mi mano deshaciéndome del agarre y él levantó la mirada.

-Le ruego que no vuelva a tocarme...

-Me complacería mucho que te sentaras un momento a hablar conmigo.

-Lo siento, eso será imposible... Tengo mucho trabajo... Si me disculpa- dije volteandome dispuesta a irme de allí.

Una mano en mi antebrazo hizo que me girara para volver a encarar al chico.

-Solo respóndeme una pregunta y te dejaré seguir con tu trabajo... ¿Por qué te mudaste de Canadá, Mackenzie?- preguntó el chico.

Muchas preguntas me empezaron a asaltar la mente y no fui capaz de procesar ni una sola, me quedé en estado de shock sin saber ni que decir ni que hacer... ¿De qué me conocía? ¿Cómo sabía aquello? ¿Y mi nombre?

-Por favor...- dije tironeando de mi brazo varias veces.

-¿Hay algún problema por aquí?- dijo Orlando acercándose a nosotros.

-No es asunto tuyo- espetó el chico sin mirar a mi jefe.

-Como comprenderás todo lo que pase en este local es asunto mío, más si se trata de alguno de mis empleados- dijo él intentando mantener la calma- Así que ya puedes estar soltando el brazo de la señorita...

Poco a poco su agarre se empezó a relajar y finalmente me soltó.

-Le agradecería que cuando se acabase de tomar su café abandonase de inmediato el local- dijo Orlando.

El chico no dijo nada y nosotros nos limitamos a volver al trabajo.

Pronto el chico abandonó el local no sin antes pagar la cuenta, después de eso la tarde pasó tranquila.

El reloj marcó las nueve y con eso mi turno finalizó

Me quité el delantal y lo doblé dejándolo sobre la encimera.

-¿Quieres que te acerque a casa?- preguntó Orlando mientras me ponía el abrigo.

-Iré dando un paseo- sonreí enrrollandome la bufanda al cuello.

Por último cogí el bolso y me despedí de algunos camareros para después salir por la puerta.

Ya era de noche y el aire helado me azotó con fuerza haciendo que hundiese un poco más el rostro en la bufanda.

Estábamos a principios de diciembre y los primeros copos de nieve se empezaron a ver, en un par de semanas estaríamos ya en Navidad... Mi primera Navidad sola, aún que lo prefería así, mejor estar solo que mal acompañado...

Pasé por delante de un callejón que daba bastante mala espina y cuando ya lo dejé atrás suspiré aliviada, gran error, el peligro no había pasado.

Alguien me agarró de la cintura con fuerza, elevándome en el aire y cuando quise gritar ya tenía una mano en la boca impidiendo cualquier sonido que pudiese hacer.

Me empecé a mover desesperadamente intentando que ese alguien me soltara.

-Shhhht... Gatita- susurraron en mi oído.

Esa voz... Me era muy familiar.

Pronto me metió dentro del callejón y pude divisar unas sombras en éste, al lado de una furgoneta.

Después de todo no podía creer que me fueran a secuestrar a mis 19 años...

-Chuck, trae esa mierda, parece que no quiere colaborar- dijo el hombre que me estaba agarrando.

Vi como otro se acercaba a nosotros y un destello metálico brillo en la oscuridad, llevaba una jodida jeringa llena de un líquido que no pude hacerme una idea de lo que era...

Sentí como ese tal Chuck me agarraba el brazo con fuerza y con la misma fuerza hundia la jeringa en mi brazo.

Me moví con aún más fuerza por el dolor que aquello me había provocado y una lágrima rebelde se escapó de mi ojo rodando por mi mejilla y después por la mano del hombre que me tenía agarrada.

Poco a poco ya no me sentía con fuerzas para moverme y mis piernas cedieron, no caí al suelo gracias al brazo que aún rodeaba mi cintura.

Mis ojos se fueron cerrando y noté como alguien pasaba una mano por debajo de mis piernas y me elevaba en el aire.

-Dulces sueños princesa- oí de nuevo esa voz que me era tan familiar.

JordanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora