Capítulo 59: En mi corazón

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Mientras contemplábamos cómo el sol se ocultaba entre las lejanas montañas, mi mejor amigo y yo empezamos a cantar juntos la canción de "You'll be in my heart". Os preguntaréis que por qué esa y no otra. Pues resulta que esta canción simbolizaba el momento que estábamos pasando, es decir, que aunque cada uno viviera su vida, él siempre iba a estar en mi corazón y viceversa porque yo era imprescindible en su vida, como ya me había dejado claro muchas veces.

Mientras cantábamos, caminábamos por la orilla del lago, salpicándonos y riendo sin parar. En un momento, Carlos se quedó mirando fijamente a la Isla de los Perdidos con cierta preocupación de que su madre u otros villanos vinieran a destruirlo todo. De inmediato, le tapé los ojos y le empujé hacia otra dirección, donde había un montón de arbolitos con ramas bastante gruesas. Trepé hasta sentarme en una de ellas y le ayudé a él a subir.

Al rato, los dos estábamos sobre una rama haciéndonos "selfies" con caras locas, como sacando la lengua, con cara de susto, imitando que nos pegábamos y lo mejor fue cuando intentamos cambiar de posición y la rama se partió y nos caímos de espaldas a la fresca hierba del jardín. Nos miramos mutuamente y nos empezamos a reír a carcajadas y, cuando creíamos que ya no podía ser peor, se encendieron los aspersores y nos volvieron a empapar. Después de jugar, nos sentamos en un columpio de madera a observar la luna llena de esa noche. Mientras terminábamos de cantar la última parte de nuestra canción, que decía: "just look over your shoulder" (solo mira a tu lado), apoyé mi cabeza sobre su hombro con ternura. La confianza que había entre nosotros era suficiente para entender que éramos mejores amigos disfrutando de un momento especial. 

Un rato después, tras tener un largo silencio contemplando las estrellas, soltó:

- Oye, Tan. No...no quisiera estropear este momento, pero quisiera hacerte una pregunta.

- Sí, dime, dije mirándole con un ligero miedo interno.

- Esto...me dijiste que te alegrabas de que Jane y yo pudiéramos salir juntos. Pero...¿qué hay de ti? ¿Estás bien? Porque últimamente te noto un poco triste y no sé si yo puedo hacer algo por ti...

Le miré fijamente queriendo decir muchas cosas que preferí resumir y, al instante, sonreí diciendo:

- Estoy bien. Te lo prometo. Siento si en la isla exploté un poco contigo. Sólo quería...demostrarte que podía ser fuerte, valiente e, incluso, una chica podrida, como vosotros, con tal de salvar a mis amigos.

- Lo sé. Y lo eres. Me callaste la boca. Pero espero que entiendas que todo fue porque me preocupaba que tú estuvieras a salvo, ¿sabes? Si esos piratas te hubieran hecho algo, yo...me hubiera vuelto loco.

Tenía un nudo en la garganta tan fuerte que si seguíamos en el mismo tono, iba a acabar rompiéndome y, tal vez, confesando unos sentimientos que debían desaparecer, ya que no serían correspondidos.

- Carlos, tú ya estás loco. Eres hijo de Cruella de Vil, solté provocando risas entre los dos para animar el momento.

De repente, me dio por mirar su reloj y, al ver la hora, abrí los ojos como platos y me separé de Carlos en seguida.

-¡Ay, no! Espera...¿ya son las ocho? ¡No, no, no, no! ¡Había quedado con Evie para que me diera el vestido del Cotillón! - me bajé del columpio y miré al chico, que se quedó anonadado -  Lo siento, Carlos, tengo que irme. No quiero hacer esperar a Evie.

-¡Espera, Tan! ¡Tan! - gritó Carlos mientras me seguía a toda prisa - ¡Un momento! ¡Tania!

Tuve una suerte tremenda. Llegué a la habitación de Evie justo cuando ella y Doug salían de su cuarto con una cadena de vestidos colgados en perchas.

-¡Evie! ¡Eh, ya estoy aquí!, solté al detenerme delante suya, casi sin aliento.

-¡Tan, justo a tiempo! Ya íbamos a llevarte tu vestido, dijo la hija de la Reina Malvada.

- Sí, vengo a por él. Dame cualquier trapo. Con eso me basta, dije todavía jadeando.

-¿Qué? ¡Nada de cualquier trapo! El Cotillón va a ser un fiestón. Sé que no te gusta vestir de gala, pero esta es una ocasión especial. Así que prepárate para flipar - dijo descolgando un vestido de una de las perchas - ¡Tachán! Saluda a tu vestido.

Evie me enseñó un vestido que me llegaría por debajo de las rodillas, dorado y de un único tirante grueso. Tenía una capa bordada dorada y blanca y los botines que lo acompañaban eran negros con botones lilas. En la percha, había un colgante plateado con un punto lila en el centro, unos brazaletes de oro y unos guantes muy parecidos a los que llevaba mi madre en sus tiempos.

- Pero...¿qué es esto?, pregunté sin dejar de admirarlo.

- Sé que no termina de ser de tu estilo, pero...

-¡No, no! ¡Es precioso, de verdad! ¡Gracias, Evie, eres mi verdadera Hada Madrina!, dije dándola un fuerte abrazo.

- Y sin magia, añadió Doug sujetando los demás vestidos.

- Y gracias a ti también, Doug. ¡No me extraña que seáis pareja!, dije con una sonrisa de oreja a oreja.

Los dos se miraron, sonrojados. Por un momento dudé de si había metido la pata. En verdad, nunca habían dejado claro si eran sólo amigos o novios. En ese momento, apareció Carlos casi sin poder respirar.

-¡Por todas las pieles! - exclamó apoyándose en la pared - Las chicas de selva corréis...muy rápido...

Evie, Doug y yo nos miramos y nos empezamos a reír. ¡Sólo quedaba disfrutar del gran festín que nos tenían preparado! ¡Al día siguiente, Ben comprometería a Mal a casarse con él! Y nada, absolutamente nada podría salir mal...¿verdad?

La historia de Tania PorterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora