Capítulo 29: Mi lugar

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Quedaban aún unos cinco días para que llegara el Hada Madrina del baile de Cenicienta. Cuando viniera, hablaríamos con ella sobre el tema que nos tenía tan preocupados: los talismanes de Maléfica, la Reina Malvada, Cruella y Jafar. Pero había algo que mantenía tensos a los hijos de los villanos y era si Jafar arreglaría el mando que abre la cúpula y activa el puente de magia. Si lo consiguiera, se aliaría con la Reina Malvada, Cruella, y quien sabe si con el resto de los villanos también, y vendría a destruirnos. ¡Sería una épica y durísima batalla!

El caso es que yo no soportaba verles así de estresados. No se concentraban en nada. Mal no atendía casi en clase, Evie estaba despistada en las asignaturas que mejor se le solían dar y los chicos no daban ni una en los entrenamientos. Una vez estábamos practicando y Jay falló todos y cada uno de los chutes y a Carlos siempre le quitaba la pelota el otro equipo. ¿Y qué pasó? Pues que Chad se cabreó con ellos.

-¿Pero qué narices os pasa a vosotros dos? ¡No habéis dado ni una esta semana!, gritó desesperado cuando perdimos.

- Chad, no grites, por favor, dijo Carlos de mala manera.

-¡Sí grito! Tarde o temprano tendremos un torneo y si no os aplicáis el cuento, vamos a perder. Además, Jay, parece que ya no eres el mejor jugador del torneo como todos creían.

-¿Por qué dices eso?, preguntó Jay.

-¡Porque estás a tu bola!, respondió Chad.

- Eh, que haya paz, dije yo calmando la situación.

- Tan, dile a estos dos que se muevan de una vez. ¡No pueden seguir así!

- De acuerdo, tranquilo. Anda, Chad, vete a descansar. Ya hablo yo con ellos, dije, sonriente.

-¡Gracias! A ver si a ti te hacen caso, dijo yéndose de mal humor.

Cuando Chad se fue les miré a los dos. Ambos me miraban con la cabeza agachada.

- Perdona, Tan...estamos avergonzados, dijo Carlos rascándose el pelo.

Yo sonreí tristemente y me intenté poner en su lugar.

- No pasa nada. Pero me gustaría saber qué os pasa.

Los dos se acercaron un poco más para que nadie oyera nuestra conversación.

- Es que estamos preocupados por lo que pueda pasar con nuestros padres, susurró Jay.

- Sí, ayer no pudimos casi ni dormir, añadió Carlos.

- Estáis demasiado agobiados. Sé que es algo preocupante, pero no podéis estar así. Mirad, tengo una idea. Mañana es el Día del Espíritu y no hay clase. Así que os voy a proponer algo: - ambos cruzaron miradas y luego me volvieron a mirar, extrañados - os voy a llevar a vosotros, Mal e Evie a la selva.

-¿Qué? ¿A la selva?, preguntaron ambos.

- Sí, estaremos allí mañana, dormiremos en el campamento y por la mañana del día siguiente volveremos a la Academia Áuradon.

- Oye, es una buena idea. Así nos despejaremos un poco, dijo Carlos.

- Es verdad. Hay que avisar a las chicas, añadió Jay.

- Sí. Y ya sabéis, esta tarde a hacer las maletas. Ah, y decirle a Evie que no se pase. Sólo será un día.

- Tranqui, lo haremos. ¡Muchísimas gracias, Tan!, dijo Jay, contento.

- Sí, no sé qué haríamos sin ti, añadió Carlos.

- Nunca lo sabremos, respondí encogiendo los hombros.

Ambos nos reímos y después de hablar con ellos, se concentraron un poco más en el entrenamiento. Cuando terminamos de entrenar, le contamos todo a las chicas. Esa tarde estuvimos bastante ocupados haciendo la maleta. Menos mal que nos íbamos un día porque tardamos casi toda la tarde en poner lo necesario para tan poco tiempo.

¡Y por fin amaneció y nos fuimos de camino a la selva! Estaban todos muy emocionados y, por supuesto, yo también. Iba a volver a mi hogar, a mi hábitat de toda la vida y esa vez, con mis cuatro nuevos amigos.

El carruaje nos dejó a las fueras de la selva y al bajarnos de él, lo primero que hice fue respirar hondo y disfrutar del olor a tierra mojada de la selva. Me emocioné al escuchar de nuevo gritos y gemidos de los gorilas, graznidos de aves y a los elefantes con sus barritos. Pasamos por unas sendas profundas y de mucha vegetación. Por suerte, Evie no era como Audrey, es decir, no se llevaba vestiditos de marca a la selva. Pero si es cierto que tampoco estaban muy acostumbrados a andar por un terreno como la selva. Todos iban un pelín incómodos e intentaban adaptarse. Todos, menos Jay que iba haciendo el loco entre las ramas y muy emocionado. ¡Había hecho bien en llevarles a la selva!

Tras un agradable paseo entre árboles, lianas y flores silvestres, llegamos a mi casa, el Campamento de Tarzán y Jane.

-¡Mamá! ¡Papá!, grité al llegar, y fui corriendo a abrazarles.

Ellos me dieron la bienvenida y después, a mis amigos. Mi padre ya se había acostumbrado bastante a no olfatear excesivamente a los extraños, pero aún así, se acercó a inspeccionarles seriamente. Sabía que eran buenas personas, pero seguían siendo los hijos de los villanos y, por si acaso, quería ser precavido. Yo les dije a mis padres que eran amigos de confianza y que no tenían nada que ver con sus padres.

Mi madre nos sirvió unos cuantos platos en el gran merendero del campamento en el que comimos mientras el sonido ambiente natural nos envolvía. Me fijé en mis cuatro amigos y comprobé que estaban demasiado maravillados como para ponerse a pensar en sus talismanes.

Después de una pequeña charla con mis padres sobre su trabajo con los animales, el idioma gorila y el arte para el dibujo de mi madre que fascinó a Mal, dejamos las cosas en mi cabaña y nos fuimos a pasear por la selva. ¡Pero no andando! ¡Trepando árboles, rocas y saltando precipicios! Mal y Jay se lo estaban pasando de maravilla. Evie también, aunque le costaba un poco todo eso de trepar y saltar constantemente. Y Carlos tenía miedo a veces, pero luego disfrutaba columpiándose en lianas y saltando sin parar. Desde que los vi por primera vez, siempre había deseado enseñarles mi queridísima selva y ellos no podían estar más felices de recorrerla entera. Era un terreno más parecido a la Isla, pero luminoso y agradable, como Áuradon. Justo lo que necesitaban.

La historia de Tania PorterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora