Capítulo 54: Gracias, chicas

74 2 0
                                    

Cuando lancé la última piedra en dirección al túnel que había frente a la limusina, escuché unos pasos que venían hacia mí, pero no me asusté gracias a mi gran sentido del oído. Está tan desarrollado debido a mi infancia en la selva que sólo con el andar de alguien puedo saber de quién se trata.

-¿Qué tal, amiga?, preguntó Mal apoyándose en la capota.

No respondí. Suspiré como respuesta.

- No te amargues, cielo - dijo Evie - Hasta los mejores amigos discuten.

- Eso es lo de menos - dije en voz baja - Lo que me afecta es que me vea como una débil. Si es así, prefiero...no ser ni su amiga.

Mal negó con la cabeza e Evie me puso la mano en la pierna tratando de que la mirara.

- Tan, eso no. Lo último que debes hacer en esta vida es renunciar a un amigo de verdad, dijo Evie.

- Pues si soy su amiga, que me trate como tal. ¿Se cree más que yo?, gruñí.

- Tan, Carlos ha dicho todo eso para protegerte, no para hacerte de menos, dijo Mal.

- No quiero que me proteja tanto, me hace sentir una niña indefensa. Puedo estar podrida hasta la médula, como vosotros. Lo estoy demostrando. Y...¡ah, da igual!

- No. Desahógate. Las amigas estamos para eso, dijo Evie con una sonrisa enternecedora.

- Supongo que os habréis dado cuenta...del esfuerzo tan grande que estoy haciendo por él...y por Jane, susurré.

- Claro. Y que sepas que estamos muy sorprendidas por ello. Pero Carlos es una persona maravillosa y si es tu amigo, es como si tuvieras un hermano que lo único que quiere es que tú estés bien, dijo Mal.

Evie asintió. No pude contener un tímida sonrisa. Pero aquella situación me agobiaba bastante y metí la cabeza entre las rodillas.

- Carlos te quiere muchísimo, Tan, por eso no quiere que te pase nada. Pero si lo que quieres es sorprenderle, hazlo y que respete tu decisión, dijo Evie.

- Sí. Hablaré con él.

- Eso es. Y ya sabes, jamás renuncies a él, dijo Mal.

- Gracias, chicas, dije abrazándolas.

Bajé de un salto de la capota y quedamos en que nos veríamos a las doce en ese mismo sitio, pero antes de volver a Áuradon, volví a la guarida de Mal. Tenía que resolver un problemilla.

Al asomarme al salón sigilosamente, vi cómo Jay y Carlos me miraban serios. Jay se acercó y esbozó una de sus brillantes sonrisas.

- Os espero en la limusina. No tardéis mucho.

Asentí agradecida y le vi marchar. Después, miré un poco cortada a mi mejor amigo y caminé hasta sentarme junto a él en el sofá. Nos miramos de arriba a abajo mutuamente. Ninguno de los dos sabía cómo empezar y me puse en modo sentimental, esa yo que sólo salía en ese tipo de situaciones.

- Te quiero - solté casi sin pensar - Tanto que haría cualquier cosa por tu felicidad.

- Sabes que yo también. Por eso...quería protegerte. Perdona si te ha sonado como un ataque. Era lo último que quería.

- Tranquilo. Sé que estaría más segura si me quedo en Áuradon, pero...no puedo permitírmelo. Si empiezo una aventura, tengo que terminarla. Cueste lo que cueste.

- Sólo quiero...que estés bien, dijo Carlos sonrojándose, lo cual me sacó una sonrisa nerviosa.

- Lo estaré...si nos mantenemos unidos.

En ese momentos, Carlos me miró con una sonrisa cómplice y me invitó a participar en su grito de guerra.

- Porque estamos podridos...

- Hasta la médula - respondí sonriendo con gratitud - Oye, Perrito, sé que es muy arriesgado, pero no voy a descansar hasta que todos volvamos sanos y salvos a casa. Así que...si no te importa, ¿me dejas sorprenderte?

- Siempre lo consigues, contestó ofreciéndome su puño.

Yo choqué el mío con él y, por inercia, mi cuerpo el que se abalanzó sobre él abrazándolo con emoción. Sus abrazos eran de lo más reconfortantes y más aún, después de una discusión. Al separaros, nos miramos fijamente y nos quedamos en una postura preciosa, pero incómoda. Mi mente me decía "bésalo, lo estás deseando" y mi corazón , "sabes que si lo haces, destrozarás el momento, a él y a Jane". Así que hice caso a mi querido amiguito escondido en mi pecho intentando contener a mi mente realista. Para cortar el rollo, le di un golpecito en el hombro para echar unas risas. No podía enfadarme con él. Sería hijo de Cruella, pero es que era un angelito y lo siempre lo ha sido. Sentí su calor y ninguno quiso separarse del otro en ese momento hasta que él recordó:

- Venga, hora de irse. El pobre Jay se estará aburriendo.

Me reí a carcajadas imaginándome a Jay dando vueltas a la limusina esperándonos con cara de aburrido. Me separé de él y nos levantamos yendo abrazados en dirección a nuestro amigo.

La historia de Tania PorterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora