Capítulo 57: Corazón encogido

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Tras la dura batalla en la Isla de los Perdidos, por fin regresamos a nuestra adorada Academia Áuradon y, mientras me iba a poner mi uniforme de Caballeros Guerreros, los hijos de los villanos se quedaron hablando en los jardines. Al parecer, Carlos no estaba muy contento con que Mal e Evie siempre hablaran entre ellas de sus problemas y no les incluyeran a Jay y a él en sus "charlas de chicas". Así que se quedaron intentando convencer a Mal de por qué tenía que quedarse en Áuradon, teniendo en cuenta que nunca dejaría de ser una chica de la isla.

Yo aproveché para volver a mi cuarto, quitarme mi increíble atuendo de chica podrida hasta la médula y ponerme un look más deportivo. Me recogí mi melena rizada en dos trenzas de boxeadora y, un par de horas más tarde, acudimos todos al gimnasio.

Jay me insistió en que fuera, ya que la última vez que estuve allí no me fui de la manera más alegre. Me juró que merecería la pena. Aparecí por la puerta y el ridículo hijo de Cenicienta fue directo a señalarme.

-¡Anda, Tania! ¿Has decidido volver? Veo que sigue importándote un bledo el reglamento.

- Chad, me aburres. ¿Por qué no le das la lata a tu yo en miniatura que te hiciste tú mismo con la impresora y me dejas a mí en paz?, pregunté dedicándole una sonrisa falsa.

Al segundo, sus mejillas se colorearon de un rojo intenso debido a las risitas del resto de miembros del equipo. Así aprendería a no volver a meterse con una chica de selva.

-¡Chicos, atención! - exclamó Jay llamando la atención de todos e invitándonos a formar un círculo a su alrededor - Tal y como dice el reglamento, un equipo debe estar formado por un entrenador y ocho hombres. Ya que nuestro entrenador rompió las reglas con mucho esfuerzo por nuestra número nuevo - dijo mirándome con una sonrisa - yo no voy a hacer lo mismo porque no quiero abandonaros - Sonreí porque todos, excepto Chad, que seguía avergonzado de sí mismo, me miraron con simpatía. Yo era su excepción del equipo, su oveja negra, pero como se me daba tan bien, me habían aceptado como un miembro más. Sin embargo, me sentía un tanto desilusionada porque Jay no había dicho nada nuevo y ya le había dejado claro que eso de ser la excepción era más triste de lo que parecía. Aunque en seguida llegaron las buenas noticias - Y por eso...quiero que deis un fuerte aplauso a la entrenadora, dijo mientras aplaudía a Lonnie, que entró a la sala con un uniforme deportivo con sus colores característicos y una gran sonrisa.

-¡Muy bien, chicos! Venga, diez flexiones rápidas, ordenó nada más asentarse en la sala.

Los chicos y yo hicimos lo que mandó. Mis saltos y locuras en la selva me hicieron tan fuerte que diez flexiones apenas me costaban. Y, si esa vez pasó, fue porque me reía al ver a Lonnie pisar la espalda de Chad para que se esforzara (y para vengarse de él). Lonnie y yo compartimos miradas cómplices cada dos por tres durante toda la sesión y hasta llegamos a formar un acuerdo en el que animaríamos a las chicas que quisieran a apuntarse al equipo. Ya sabéis que a veces es necesario romper las reglas para que alguien se sienta bien y nosotras lo habíamos conseguido por la mejor causa posible: mujeres incluidas en el deporte oficial de Áuradon.

Terminamos el entrenamiento y vi cómo Carlos salía corriendo del gimnasio por algo importante. No fue hasta que llegué a mi cuarto que caí en que quería hablar con Jane sobre el baile. Allí, me dispuse rápidamente a ponerme ropa más formal, no antes sin darle un beso a mi querido uniforme del número nueve, el cual volvería a usar más orgullosa que nunca. Y no pensaba quitármelo hasta acabar mis estudios en la Academia Áuradon.

Me vestí con una blusa amarillo pastel rasgada por algunas partes y atada con un nudo que destapaba mi ombligo, una falda larga de seda de color marrón y mis cómodas zapatillas blancas. De pronto, me acordé de que en ese momento, Carlos iba pedirle a Jane ir al Cotillón Real juntos. Si, por alguna casualidad, fuera a verles, ¿me iba a sentir mal o me iba a alegrar por ver a mis dos mejores amigos unirse como pareja?

-¡Bah, a por ello!, me engañé a mí misma decidida a hacerlo.

Salí de mi cuarto a mi manera, por la ventana. Paseé por las gruesas ramas de los robles de la academia y llegué a unos jardines donde estaban Carlos, Jane y el pequeño Colega. Llegaba justo en el momento en el que Carlos le quitó el teléfono a Jane para que le hiciera caso y abrí bien los ojos para no perderme ningún detalle.

- Jane, ¿quisieras...venir al Cotillón Real conmigo? Y...si no me odias al final de la noche, ¿te plantearías que saliéramos?, preguntó con timidez.

Esas palabras me parecieron una absoluta ternura. Estaría genial que estuvieran dirigidas a mí, pero, lamentablemente, iban a otra persona. Aunque era una persona a la que quería muchísimo, Jane, mi mejor amiga. Y realmente me alegraba mucho por ella. Por los dos. Aunque lo cierto es que, internamente, no podía evitar sentir un escozor que me tenía el corazón encogido. Me pasé la mano por el pecho masajeándome la zona donde este latía para intentar calmar ese dolorcito.

-¿Salir? ¿Como novia y novio? ¿Y mandarnos mensajes? ¿Y decirte lo mono que eres? ¡Porque eres super mono, Carlos!, dijo Jane, nerviosa.

Los vi abrazándose cariñosamente y, sinceramente, se me salían las lágrimas. Pero, ¿eran de envidia o de alegría? Yo sabía muy bien que ya no podía hacer nada por evitarlo, así que me tocaba respirar hondo y asumir la realidad. La vida de una chica no depende de un chico y el amor verdadero no siempre nos viene de ellos, sino de los amigos, la familia y la gente que quieres. Y, ante todo, de ti misma.

Jane se tuvo que marchar porque tenía que terminar de hablar con su madre de la decoración de la fiesta, ya que se la habían encasquetado a ella porque Audrey estaba de viaje con sus hadas madrinas: Flora, Fauna y Primavera. Esperé a que Carlos se acercara y, desde mi rama, como la primera vez que nos vimos, le aplaudí para llamar su atención.

-¡Enhorabuena, de Vil! Has estado genial - él se sobresaltó y, al ver que se trataba de mí, se le escapó una risa nerviosa que me contagió su felicidad al instante - Tranquilo, no voy a hacerte daño...

- No parece que vayas hacerlo, dijo tras unos segundos de pausa, recordándome la vez que nos conocimos.

Algo resonó dentro de mí al ver que él recordaba el día que nos conocimos tan bien como yo. Podía estar enamorado de Jane, pero no había duda de lo mucho que le importaba a Carlos de Vil. Me valoraba de verdad y eso era lo más importante. Le devolví la sonrisa y bajé de un salto hasta levantarme y mirarle a los ojos.

-¡Tienes una cita!, exclamé dando pequeños aplausos.

- Sí...yo, Carlos de Vil, tengo una cita. ¡Ja! ¡Qué loco...!

- No, no lo es - dije yo casi sin pensar y haciendo que me mirara con los ojos marrones iluminados - Te lo mereces. De verdad.

Esa mirada deslumbraba tanto que me hicieron olvidar los restos de envidia que me quedaban hacia mi mejor amiga. Carlos era muy feliz y Jane, también. Así tenía que suceder.

- Gracias, Tan. De corazón, dijo dándome un abrazo que me sirvió como una tirita para repararlo.

- De nada, Perrito.

Al instante, escuché un "¡Ay!" que salía de él tras un pequeño gemido de dolor. Me separé lentamente de él, un tanto extrañada.

-¿Has dicho..."ay"?, le pregunté.

- Eh...sí, bueno. Creo que es por esto...

Carlos se remangó un poco la manga derecha de su camiseta y me enseñó un moratón que había justo encima de su hombro. Se trataba del golpe que se había dado durante su enfrentamiento con Gil en el muelle, cuando cayó de forma brusca con el peso del cuerpo sobre su brazo.

-¡Oh! Se te está poniendo morado.

- Ya, pero no te preocupes... No es nada..., dijo, no muy seguro de sus palabras.

-¿Quieres que lo cure? - pregunté casi rogándoselo, ya que no creía que no le doliera - Tengo un botiquín en mi cuarto. Pasearse entre los árboles conlleva muchos arañazos y alguna que otra caída.

- Está bien. Confío en ti, aceptó con una sonrisa ladeada.

Yo asentí y nos adentramos en la Academia Áuradon mientras el sol empezaba a esconderse por el horizonte para dar paso a un cálido atardecer.

La historia de Tania PorterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora