Capítulo 31: La aventura de los diez años

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A la mañana siguiente, recogimos las maletas, desayunamos en el campamento con mis padres, nos despedimos de ellos y nos fuimos de vuelta a la Academia Áuradon. Antes de irme les prometí a mis padres y a mi familia de gorilas que volvería pronto.

Una vez que llegamos a la academia, dejamos nuestras maletas y colocamos el equipaje. Después, me fui a la biblioteca. Allí no había casi nadie, así que llamé a Jane, Lonnie, Ben, Audrey, Doug y Chad para que vinieran. Tenía que hablar con ellos.

- Hola, Tan, dijeron todos sentándose en mi mesa.

- Hola, quería enseñaros una cosa. ¿Preparados? - pregunté mientras asentían nerviosos y sacando la foto que traje de la selva - ¿Os suena de algo?

-¡Oh! ¡Es nuestra primera foto juntos!, exclamó Doug.

- Sí, me la encontré y tuve que traerla.

-¡Qué recuerdos! Éramos tan pequeños y tan monos, dijo Audrey con una sonrisa.

- Sí, yo aún tenía mi melenita corta, dijo Lonnie señalándose entre risas.

-¿Recordáis lo bien que lo pasamos?, preguntó Ben.

-¡Define bien! Porque casi nos matamos ese día, dijo Chad.

- Cierto. Pero estuvo bien...más o menos, dijo Jane, dudosa.

- Yo nunca me he olvidado de este día. Fue cuando hice amigos en Áuradon, amigos que no creí que fuera a hacer. Fue mi primer día fuera de la selva y la primera vez que me ponía un vestido de fiesta. Los vestidos de la selva no tienen nada que ver con estos, dije riéndome.

-¿Alguien puede contar la historia? Así la recordamos entre todos, dijo Doug.

- Que la cuente Tania. Es ella la que ha traído la foto, dijo Ben, sonriente.

- Está bien. La contaré desde mi perspectiva. Érase una vez..., empecé diciendo mientras me venían recuerdos de aquel día inolvidable.

Salí del carruaje, que estaba lleno de oro y joyas de colores. Algo que me dejó absorta todo el viaje, ya que en la selva no había nada parecido. Mi madre me había puesto un vestido que encargó a los hábiles ratoncitos sastres de Cenicienta. Era de mi color favorito, el amarillo, tenía los hombros al descubierto y una cinta de piedrecitas lilas me rodeaba la cintura. De zapatos, llevaba unas botas negras. Quería ir elegante, pero pasaba de ponerme tacones. Ni siquiera sabía andar con ellos. Como peinado, mi madre me recogió mi pelo castaño, el cual me llegaba por debajo de los hombros, en dos anchas trenzas sujetadas con dos lacitos lilas como gomas.

Agarrada de la mano de mi padre, llegué al gran salón del Castillo de Bestia. Él me presentó a Bella y Bestia y a otros reyes de otros reinos y, después, mi madre me acompañó hasta una larga fila de princesas y doncellas. Todas debíamos saludar al Príncipe Ben y felicitarle, porque en ese momento era príncipe e iba a cumplir diez años. Mis padres fueron a ver el castillo y a hablar con los invitados. Mientras, yo esperaba en la cola.

Estaba a punto de salir a felicitar a Ben cuando oí una vocecilla que venía de detrás mía. Giré la cabeza y vi una niña de mi edad con un vestido rosa, lazos blancos y joyas azuladas y con una coleta alta. Llevaba un bolsito pequeño de color blanco e hizo sonar sus taconcitos rosas hasta llegar a mí.

- Hola - me saludó mirándome con sus ojos pintados con purpurina rosa y que desprendía una peste a perfume de fresas y frutos rojos. Eso me dejó claro que su personalidad no pasaba desapercibida. Al principio no contesté. Y no sólo porque estuviera un poco cortada, sino porque me sorprendió bastante que una princesita maquillada y con un vestido así se me acercara de repente - ¿Tú eres Tania?

La historia de Tania PorterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora