Capítulo 55: Alma.

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Siento pesadez cuándo quiero abrir los ojos, la luz de afuera me ciega con facilidad. Me muevo lento para sentarme correctamente y tallo mis ojos con delicadeza para acostumbrarme a la iluminación.

Me siento perezosa, sin energía y con un mal sabor de boca. Estiro los brazos para despabilarme y me percato de que la mayoría de pasajeros ya descendió del tren y se están dispersando por toda la estación.

Son alrededor de las 5:00 p.m. y el cielo ya estaba pintando un atardecer.

Ya había llegado, estaba aquí... Es Tobermory.

Miro mi reflejo en la ventana antes de bajar, no quería que más personas me vieran con preocupación y horror mezclado en el iris por los matices que mi rostro tiene. Acomodo un poco mi cabello, lo desenredo con mis dedos y lo divido a la mitad para que oculte mi rostro. Froto suavemente mis manos para deshacerme de los restos de la sangre y observo que las heridas en mis palmas están algo irritadas.

Con los pequeños arreglos no luzco tan mal y puedo pasar desapercibida entre toda la gente. Tomo aire y mi torso duele, llevo una mano hasta la zona y con mucho cuidado me pongo de pie al sentir como mi rodilla cruje con esa simple acción.

Jadeo al caminar y bajo del tren con pasos torpes. Mi mente arroja tenues recuerdos de la estación y con cierta incertidumbre me dirijo hasta dónde creo que es la salida. Al no llevar equipaje me siento algo extraña y cuándo veo a lo lejos un taxi la emoción y el temor inundan mi sistema.

Espero a que un grupo de personas pasen, bajo la mirada mientras me escondo levemente detrás de una pared y cuando el camino está libre continúo. Abro la puerta de este y el conductor me mira de reojo, me da una sonrisa débil y espera a que me acomode.

— ¿A dónde quiere ir? —pregunta amablemente y mi pecho se calienta al escuchar el típico acento que seguramente he ido perdiendo.

Miro mis manos y luego hacía a fuera. A pesar de estar en una estación de trenes con varias personas por doquier lo que más imponía eran las majestuosas y perennes montañas cubiertas de una fina neblina albina.

Suspiro con la nostalgia envolviendo mi corazón y una sonrisa casi invisible se dibuja en mis labios.

— A dónde las montañas inician, por favor —murmuro atribulada.

Él asiente sin problema pues esas palabras eran comunes de oír, pero para mis labios era tan raro decirlas que su rastro fue marcado con un hormigueo. El motor se enciende y en menos de cinco segundos me encuentro recorriendo una vieja carretera que está en medio de altos y antiguos árboles. Tan antiguos que han sido testigos de muchas cosas, su manto de musgo les brindaba una esencia de respeto y grandeza.

Pareciera que todo estuvo detenido en el tiempo. ¿Cómo es posible que una simple carretera despierte tantos recuerdos? ¿Cómo es posible que realmente esto esté pasando?

Bajo la ventana del pequeño auto y dejo que el viento fresco revuelva mi cabello, que se lleve lejos esas lágrimas amargamente secas y me impregne el aroma auténtico que sólo Tobermory posee. Ese aroma a leña, a flores silvestres y rocío, ese aroma encantador y alucinante que te susurra una bienvenida. Que te abraza con fervor y te indica la belleza que el panorama ofrece sólo para aquellos que aprecian la naturaleza.

Quizá era mi regreso, pero era la primera vez que apreciaba con un cariño invaluable el lugar que me vio nacer.

Era la primera vez que encontraba aquello que me relataron de niña; esa gema perdida que te cautiva con pasión y que te hace prometer jamás dejar el lugar. Porque un lazo invisible te anclaba con lo más puro que puede existir; el alma de Tobermory.

ShyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora