Capítulo 1: Último designio.

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"Hazlo, sólo hazlo de una vez"

Cerré los ojos con brusquedad con la intención evitar algo que era inmensamente innegable. Las lágrimas brotaron sin permiso y un sentimiento de impotencia creció en mi interior por ser tan cobarde.

El simple hecho de ver aquella puerta me sumergía en un terror indescriptible que erizaba los vellos de mi cuerpo sin piedad. Aun así, me motivé a tomar aire para apaciguar vagamente mis pensamientos. Mordí mis labios al notar que no estaba funcionando y la piel lastimada por el frío volvió a nacer. Obligándome a dejar de titubear, elevé una mano y toqué la puerta de metal tres veces; reflejando mi crisis.

En ese cortó lapso mis ojos no pasaron desapercibido lo horrible que lucía mi mano; pálida, venas de acuarela, uñas maltratadas por mi nervioso hábito de morderlas hasta la cutícula y nudillos quemados por el desfavorable clima, así como las heridas provocadas por diversas razones que preferiría evaporar de mi memoria.

EL motivo era obvio, usar una delgada chaqueta de mezclilla no era la mejor decisión en la vida, mucho menos sabiendo que la ciudad estaba establecida en inviernos de cajón.

...Tres, cuatro, cinco.

Volví a tocar, esta vez con más fuerza y urgencia. Mi mano se tensó en dolor y mis dientes se incrustaron más profundo en mi labio inferior. Una ráfaga de viento azotó contra mi enfermo cuerpo, haciéndome tambalear. Tosí con violencia y sentí como las paredes de mi garganta se inflamaban a tal punto de sentir espinas.

— ¡Abran la maldita puerta! —exclamé con ronquedad y toqué una vez más.

Estaba colapsando. Mi garganta fue la primera en perecer. Tosí de nuevo y mis ojos se cristalizaron, sentí sudor frío mojar mi frente, pero, aun así, no me permití rendirme. Seguí tocando, tantas veces, que el sonido de mi piel chocando contra el metal había llamado la atención de las personas que se encontraban retenidas por unas enclenques barras de seguridad.

"Al demonio todo"

Seguí tocando, mi mano comenzaba a ceder ante un calambre y mis piernas temblaban sin control. Pero entonces, la puerta se abrió de golpe y un hombre alto me miró de manera irritada e imponente.

— Tienes tres segundos para irte o llamaré a seguridad para que se encargue de ti —habló estoico, expresiones imperturbables.

Pasé saliva, pero mi garganta envió una señal de dolor, haciendo que mis ojos se cristalizaran.

— No soy lo que cree —mi voz salió en un murmuro débil y una intensa jaqueca apareció en mi coronilla.

— Dos segundos —dijo observando su reloj de muñeca, lo que me hizo retroceder con incredulidad.

— Escuche, no soy igual a ellas... Yo solo-

— ¡Seguridad! —bramó.

— ¡Por favor! —dije con rapidez al ver cómo dos hombres abandonaban su posición y se acercaban velozmente— N-necesito empleo —el hombre frunció el ceño ante mis palabras, me miro de pies a cabeza y luego gruñó.

— Esfuérzate en saber mentir, porque eso fue lo más estúpido que he escuchado.

A la par de su voz sentí como me tomaron de ambos brazos y mi rostro se contrajo en aflicción pura.

— No miento... ¡Necesito dinero, un empleo! —Grité y mi garganta se lamentó mientras era arrastrada a la fuerza— No tengo nada... no puedo volver, ¡Por favor escúcheme!

Seguí gritando, desgarrando mi vitalidad hasta que estuve cerca de las barras de seguridad. Donde pude ver cómo docenas de chicas gritaban eufóricas por un auto pasando al lado de ellas. No se inmutaron de mi miserable existencia, ni de mis plegarias por ayuda.

ShyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora