CAPÍTULO 1 - Parte 1: HARVEY

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Por fin llegó el día que tanto había deseado Owain, el día que ingresaría en la academia que instruía a los mejores magos de la región, El Jardín. Allí se encontraba él, ensimismado visualizando la gran entrada del que seria, a partir de ese día, su nuevo hogar. Se dirigía hacia ella a través del largo camino de piedra que llevaba a la entrada principal. A los lados había unos surcos en el suelo decorado cuidadosamente con preciosas flores de diferentes colores, predominando las de color blanco y azules. Cada cinco metros pasaba por debajo de un arco de piedra, sujetado por dos columnas, decoradas también con zarzas que se enredaban en ellas como si fueran ellas las que las mantuvieran firmes y sujetas al suelo.

Por supuesto, no era el único que atravesaba ese camino, también había otros alumnos que pasaban por la misma situación que él. Aunque esperaba mucha más gente de la que se encontró allí, pero era lógico porque hoy era el último día disponible para ingresar en la academia, habiéndose abierto el plazo de inscripción hacía ya cuatro días.

No sabía cómo sería el interior de la academia, pero él ya se había enamorado de la parte exterior de la estructura: parecía una catedral, toda de piedra oscurecida, con grandes ventanales que se distribuían sin lógica alguna a lo largo de la gran pared y adornada con las características banderas de color azul, con el emblema de El Jardín bordado en color dorado en ellas.

Para su asombro, la puerta de la entrada era extremadamente moderna en comparación al resto del edificio. Al acercarse a las puertas de cristal que le daban la bienvenida, éstas se abrieron y pudo ver el hall de la entrada de la academia. En principio, era un espacio algo estrecho, con un gran hueco en la pared de la derecha donde se encontraba la recepción. Pero más allá, veía el discurrir de la multitud. Multitud que en unos segundos serían sus compañeros o profesores. Estaba tan absorto en las vistas que no se percató de que una voz le llamaba. Era la voz de una mujer que se asomaba por el hueco de la recepción. Owain reaccionó, dejando caer alguna de sus pertenencias al suelo por el despiste. El sonido metálico de su espada contra el suelo de mármol hizo que algunos de los alumnos que se encontraban cerca se giraran y lo miraran, riéndose de él. Pero él los ignoró, recogió la espada, un par de libros que traía de casa y la botella de agua que le había estado hidratando durante su viaje, y se dirigió a la recepción para ser atendido por la mujer.

—Nombre —dijo ella con un tono cansado en su voz. Se notaba que llevaba toda la semana recibiendo nuevos alumnos.

—Owain Harvey —respondió él mientras dejaba los dos libros y la botella de agua sobre la encimera, pero no la espada, que se colgaba a la espalda.

—Harvey... —Ahí estaba una vez más. La típica reacción al escuchar el nombre de su familia. Parecía que acabara de ver un fantasma—. Eres el superviviente de aquella familia...

La recepcionista pronunció aquellas palabras como si tuviera delante alguien a quien en su vida pensó que conocería. Al ver el gesto de incordio de Owain, la recepcionista rápidamente dejó el tema, algo nerviosa, para dedicarse a buscar el nombre en el libro de registro de alumnos de la academia. Alzó un dedo hacia arriba y una pantalla holográfica surgió de la nada delante de ella, que deslizaba su dedo en el aire buscando el nombre que tanto le había impactado.

—Lo siento Owain, pero tu nota media es un 4,8. No estás admitido en El Jardín. —Esas palabras fueron como una patada en el estómago. No se lo podía creer, había hecho un viaje bastante largo para ahora quedarse a las puertas, literalmente.

—Eso no es posible, recibí el holograma de confirmación —dijo Owain algo alterado.

La recepcionista adoptó un gesto como diciendo «no puedo hacer nada por ti», elevando los brazos en alto, con los codos hacia abajo y una mueca en la cara de disculpa. Sintiéndose engañado, Owain cogió sus cosas del mostrador con algo de rabia, pero un una mano se posó en su hombro y le detuvo. Era un hombre ya adulto, debería estar cerca de los cuarenta. Parecía imponente con su estatura, su pose erguida, su traje de chaqueta y lo más importante: el logotipo de la Academia bordado en la chaqueta. Su aspecto era cuidado, tenía el pelo rubio, algo canoso, engominado hacia atrás y su barba estaba perfectamente recortada.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora