CAPÍTULO 2 - Parte 1: EL DÚO PERFECTO

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—Ya te avisé de que el señor Monroe sólo le traería problemas, señor Harvey. —Dalia estaba sentada en el borde de la mesa de su despacho, con las piernas cruzadas. Shiro y él estaban sentados en unos sillones de cuero negro, justo enfrente del escritorio de Dalia. Y al fondo de la habitación, apoyado en la pared con desgana y los brazos cruzados, un hombre joven que llevaba el uniforme del personal docente de la academia, con los típicos colores negro, azul y dorados.

—Eh, que yo no he hecho nada. Esta vez —aclaró Shiro levantando los brazos, declarándose inocente de los cargos que se le imputaban.

—Prender fuego al mobiliario de la cafetería de la academia es algo que usted haría. —Dalia le señaló acusatoriamente con el bolígrafo que sostenía en su mano derecha, apoyando el codo sobre su pierna.

—Pues... —Shiro se quedó pensativo durante un segundo—. La verdad es que sí, es algo que me resultaría divertido, pero esta vez no he sido yo.

—Tiene razón señorita Hopkins, fue culpa mía. Se me fue de las manos.

—Deberia expulsarte por esto, ¿Eres consciente de eso?

—Vamos, vamos. —El hombre del fondo del despacho intervino finalmente. Se apartó de la pared y se acercó al escritorio, apoyando su mano en él—. No es para tanto, deberías relajarte un poco, o no llegarás a final de curso.

—Señor Summers, la mayoría rozan la mayoría de edad, ya son mayorcitos para estar creando problemas como lo hacen los niños—. Dalia seguía moviendo el bolígrafo en el aire, como un duelista practicando esgrima. —A su edad yo luché en la Revolución Mágica. Y se aproximan nuevos tiempos de guerra, la disciplina es clave en las Academias de magia.

—Bueno, ahí puede que lleves razón —dijo el señor Summers ladeando la cabeza de lado, sin querer darle la razón del todo—. Pero aún ni siquiera han empezado las clases, deberías dejarlo pasar...

Un breve silencio de reflexión inundó el despacho, interrumpido al final por un suspiro de redención de Dalia, que dejaba caer sus hombros como si estuviera cansada de haber corrido una maratón.

—Está bien... —Para sorpresa de Owain, Shiro y él se sincronizaron y chocaron sus antebrazos con una sonrisa, contentos de oír la decisión final de Dalia—. Pero, no os quitaré el ojo de encima el resto del curso, que lo sepáis. Podéis iros.

Tanto Owain como Shiro se levantaron apresuradamente y salieron del despacho antes de que se arrepintiera de dejarlos ir. Antes de irse, Owain se giró y le lanzó un «gracias» sin sonido al hombre que acababa de salvarle de la expulsión, y éste soltó una pequeña risa. Tenía ganas de asistir a sus clases, parecía el típico profesor joven y guay.

—De la que te has librado, colega —le dijo Shiro, colocando su mano con fuerza sobre el hombro. Incluso le hizo algo de daño, Shiro era realmente fuerte—. Dicen que la gente debería alejarse de mí para evitar problemas, pero yo prefiero decir que se deberían acercar a mí para vivir experiencias divertidas.

Normalmente a Owain le hubiera parecido una estupidez lo que acababa de decir, pero la verdad es que había sido emocionante. Ambos rieron y Shiro le rodeó del cuello con el brazo que antes descansaba sobre su hombro.

—Ahora, quiero enseñarte el monumento de El Jardín.

—¿El monumento? ¿Hay un monumento en el interior de Jardín? —Owain arqueó una ceja, sin terminar de creerse eso. En todo caso, la propia Academia sería un monumento, pero en el interior...

—Enseguida lo entenderás —le guiñó un ojo y le condujo por otro pasillo, y se detuvo un momento ante una de las máquinas por las que Owain había sentido curiosidad. Presionó un botón e imágenes de diferentes refrescos se dibujaron en el aire. Shiro tocó lo que parecía una botella de agua y puso una moneda encima del escáner de la máquina. La moneda se evaporó y de una amplia ranura salió una botella de agua. Owain se le quedó mirando.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora