—Eh, Liara —exclamó Kino—. ¿Por qué no haces eso que hemos hablado antes?
Liara sonrió emocionada, se acercó nadando a la escalerilla y salió de la piscina para colocarse junto al borde, en la parte central. Extendió sus manos y comenzó a crear algo que se formaba entre ellas con un tenue brillo que se iba haciendo tangible. De la nada apareció una especie de cañón metálico sujeto por un cilindro también metalico de color rojo. Liara apretó un botón y el cañón empezó a escupir espuma que caía sobre la piscina como la nieve en invierno.
—Aprende a usar la magia de materialización, Shiro —dijo Kino seguido de una carcajada.
Shiro se molestó tanto que no sabia qué decirle. «Le parto la cara», pensó. Se dirigió hacia él apartando el agua en su camino con agresividad, pero Tharja se interpuso en su camino.
—No lo estropees —susurró ella—, es la fiesta de Owain.
Shiro realmente quería darle una paliza al cretino de Kino, pero sabía que Tharja tenía razón. Así que golpeó con el puño cerrado el agua, se metió bajo el agua; donde escuchó como un eco la risa de Kino, y buceó hasta la escalerilla.
—¿Dónde vas? —le preguntó Liara que seguía al lado de la máquina de espuma.
—Déjame en paz —le espetó éste sin ni siquiera mirarla.
Shiro cogió una toalla cualquiera que había sobre una tumbona blanca y entró en el interior de la casa. Se le habían quitado las ganas de fiesta, así que se fue a una habitación a ponerse la ropa seca que había recogido del suelo. Abrió una puerta y se encontró el baño, con el espejo justo enfrente donde se vio reflejado, con el cabello aun chorreando gotas de agua. Cerró y probó en otra habitación. La siguiente puerta era donde habían dejado todos sus pertenencias. Se quitó la toalla de la cintura y comenzó a secarse el cuerpo. Una vez hecho esto, se dirigió a la cama, donde había un montículo de chaquetas, bolsos y otras prendas de todos los invitados. Cuando apartó la primera prenda, todo el montículo se movió de golpe, y de debajo apareció un chico con aspecto dolorido que se sujetaba la bandana que llevaba en la cabeza.
—¡Dioses! —exclamó Shiro—, ¡qué susto me has dado, comecocos! ¿Qué hacías ahí abajo?
—Lo siento —dijo él con el rostro arrugado como una pasa y con un solo ojo abierto—. Estaba intentado ocultarme del ruido.
—¿Te duele mucho o qué?
Shiro se ponía los pantalones, dando saltitos para que entrara más fácil, mientras Lance lo miraba disimuladamente con rubor en las mejillas, colocando su mano entreabierta delante de su cara para que no viera que lo estaba mirando.
—Un poco —confesó él, que seguía tirado en la cama al lado del montículo.
—Ven, anda.
Shiro se acercó, hizo a un lado el montículo tirando incluso algunas prendas al suelo por el otro lado de la cama y se sentó en ella. Agarró a Lance del brazo y lo arrastró con fuerza hacia él.
—¿Qué haces?
—Como siempre he tenido problemas de espaldas, decidi informarme sobre fisioterapia. Hice incluso un cursillo hace unos meses y en uno de los libros que me lei, decía que si se presionaban los puntos correctos en la cabeza podría ayudar a disminuir la migraña. No te va a quitar el dolor, pero si ayuda algo...
Shiro colocó la cabeza de Lance sobre su pierna, le quitó la bandana y comenzó a masajearle las sienes. Al primer contacto, soltó un gemido dolorido, pero poco a poco se fue relajando y sintió como el dolor iba disminuyendo. Lance tenía los ojos cerrados y Shiro no estaba seguro si se estaba quedando dormido o si ya lo había hecho. Entonces los abrió.
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El Sello de Cain
Science FictionEn un mundo en el que la magia ha sido recientemente liberada de la opresión, Owain Harvey, el único superviviente de su familia que porta una maldición en su pecho, ingresa en El Jardín, la academia de magos de Y'thaka. Él, junto a otros alumnos de...