CAPITULO 6 - Parte 3: PESADILLAS

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—Tengo que salir de aquí... —murmuró una Mina que se encontraba totalmente pálida y cubierta de sudor. Se levantó despacio, agarrándose a los asientos y empezó a andar por el pasillo.

—Mina, ¿Dónde vas? —gritó Owain.

—¡Tengo que salir de aquí! —respondió histérica.

En cuanto averiguó sus intenciones, salió corriendo tras ella. Si llegaba hasta la puerta y la abria, todas las Pesadillas entrarían y seria el fin. Cuando ella escuchó como se acercaba corriendo detrás suya, aligeró el paso. Así que tuvo que saltar sobre ella. Aun asi, ella intentaba escabullirse, arrastrándose por el suelo.

Owain se subió encima de ella para intentar inmovilizarla con su cuerpo. Pero la adrenalina le daba una fuerza incontrolable y apenas la podía sujetar. Le dio la vuelta e intentó hablarle para hacerle entrar en razón.

—¡Es todo mentira! ¡Es una ilusión!

—¡Quema! ¡Suéltame! ¡Tengo que salir de aquí!

—¡Ya basta! —gritó él con tanta fuerza que su magia se manifestó sin quererlo. Sus ojos se volvieron rojizos, de un color intenso, y su abdomen desprendió unas llamas que se extinguieron nada más nacer, dejando tan solo el rastro de humo y pequeñas quemaduras grises en la ropa. Mina se detuvo en seco, y se desmayó.

«Quizás hubiera sido mejor la técnica de Hawk», pensó. Estaba seguro de que cuando ella despertara, su odio hacia él habría aumentado algo más. Pero para eso primero tenía que conseguir que pudiera llegar a despertarse. Así que se centró en cómo librarse de las Pesadillas.

El pánico de Mina al fuego hizo que se le ocurriera algo como si una chispa se hubiera prendido en su cerebro. Recordó que en una de las clases en El Jardín, explicaron que las abominaciones eran similares a diferentes tipos de seres vivos. En este caso, las Pesadillas deberían estar relacionadas con las aves. Si fuera así, el fuego debería de ahuyentarlas. Ahora sólo tenía que pensar la manera de prender fuego en el exterior sin abrir ninguna abertura en el tren.

Cogió a Mina en brazos y la apartó a un lado, apoyándola en una esquina cerca de la puerta del tren, para asegurarse de que ningún pasajero enloquecido le hiciera daño. Después, rápidamente se dirigió de nuevo donde estaba el resto de compañeros. 

Rinka tenía los puños cubiertos de sangre, aunque sus heridas hacía rato que habían cicatrizado. Hawk le sujetaba un brazo, pero ella se liberó de él con una llave que le hizo dar una voltereta en el aire y caer en el mismo sitio, boca arriba. Ella, con la palma de la mano y los dedos completamente estirados, quiso golpear el cuello de Hawk, pero Shiro le impidió hacerlo con un placaje.

Tharja por su parte, estaba cada vez más cansada, sus piernas estaban encorvadas y empezaban a temblar. El sudor le caía por la frente y sus ojos se esforzaban por mantenerse abiertos. Todo eso mientras la bandada de pesadillas seguía asediando su muro de viento, que parecía ahora una trituradora de carne haciendo picadillo a todas esas criaturas.

Rinka, tumbada en el suelo con Shiro encima, apoyó sus manos contra el suelo y con las piernas lanzó al pelirrojo tan alto que se estrelló contra el techo del tren, haciendo que una parte del techo se destrozara al hacerse añicos la cubierta de madera, dejando visible una parte metálica. Al recibir el impacto, emitió una queja de dolor. Era la primera vez que le oía hacerlo en toda la revuelta.

—Necesito ir a por mi espada —le dijo a Hawk al ayudarlo a levantarse—. Pero ni Rinka ni los pasajeros me van a dejar y para cuando haya llegado... no creo que Tharja haya aguantado tanto.

—Déjamelo a mi —respondió el chico limpiándose un hilo de sangre que brotaba del labio.

Owain percibió cierto aire de prepotencia. Es decir, si él no puede, cómo iba a poder Hawk. No había podido con Rinka hace un momento. Pero en seguida comprobó el por qué de su seguridad.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora