CAPITULO 15 - Parte 3: LIBERADO

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Gladio manipuló el suelo bajo Owain e hizo que se desestabilizara y cayera. Se acercó con tranquilidad, agarró a Owain de la chaqueta y lo elevó. Le quitó la capucha y se quedó un rato observando su cara.

—Como me temía —dijo Gladio—. Sois muy jóvenes. Seguro que pertenecéis a alguna academia. Decidme, ¿saben los profesionales de la academia que estáis aquí? Seguramente os expulsen cuando se enteren. Bueno —continuó—. No será necesario, porque seréis encerrados aquí mismo por colaborar con magos oscuros.

Con un gesto de desprecio tiró a Owain al suelo y elevó el hacha, como hacen los verdugos antes de decapitar al sentenciado. Shiro, en una rápida carrera, agarró con sus manos endurecidas la punta del hacha y la detuvo con esfuerzo.

—Tienes una magia simple, pero interesante. Aun así, eres débil.

Gladio retiró con fuerza el hacha, que se deslizó por la palma de las manos de Shiro y sonó como si se rayara el metal. Shiro se quejó y se miró las manos. Sus palmas ahora tenían una pequeña raja, tan fina que apenas salía sangre a través de ellas. Las rocas se concentraron alrededor de la pierna derecha de Gladio y con la misma golpeó la cara de Shiro, que cayó hacia atrás.

Lance se dirigía con decisión hacia el cristal, dejando apartada a Rinka, y llamando la atención de Gladio, que una vez más ordenó a las rocas bloquear el paso hacia el mecanismo. Lance, que esperaba precisamente esa ofensiva, desvió las rocas hacia el cristal para destruirlo con ellas. Pero las rocas se hicieron añicos al entrar en contacto con el cristal, debido al mecanismo de defensa mágico.

—Buen intento —dijo Gladio—. Pero las rocas, aunque sean parte de la naturaleza, están siendo manipuladas por mi magia. Así que el cristal las identifica como magia.

—Asi que los magos no pueden acercarse... —murmuró Shiro para sí mismo.

Owain dejó Oblivion en el suelo, prendió ambas manos y como si de dos lanzallamas se tratase, apuntó a quemarropa hacia el general de tierra, que quedaba consumido por las llamas. Durante varios segundos, rociado por el fuego intenso, se quedó inmóvil. No obstante, cuando Owain apagó las llamas, Gladio permanecía impasible, sin un rasguño. Owain no podía creer lo que estaba viendo. Había lanzado esas llamas con la mayor intensidad posible y no había logrado nada. Ese hombre estaba a otro nivel. Pero claro, tampoco podía esperarse otra cosa, por algo era uno de los cuatro Generales de Altiva.

—Tu fuego es demasiado débil para quemar la roca, muchacho.

Con el puño cerrado, golpeó del revés a Owain, que dejó de estar de rodillas apuntando hacia Gladio para besar el suelo. Se llevó una mano a la boca y se volvió a mirar la mano para ver rastros de sangre.

Shiro ahora se acercaba al cristal y Rinka le detenía cogiéndole del brazo.

—¿Qué haces? Nosotros no podemos tocarlo.

—Vosotros no, quizás yo si —dijo él pensativo—. A fin de cuentas, no soy realmente un mago, ¿recuerdas?

Rinka lo había olvidado. Esas palabras hicieron que relajara su mano y soltara lentamente a Shiro. Éste cerró el puño con fuerza y golpeó el cristal, rompiéndolo en pedazos.

La celda de Aizen se abrió definitivamente y salió de la oscuridad. Era un chico alto, de piel bronceada y el cabello blanco. «El gen M» pensó Owain al verlo desde el suelo. Tenía heridas en el rostro, en brazos y en el torso, que estaba al descubierto, vistiendo solo unos harapos de prisionero. Por las marcas de su cuerpo, pudieron entender que había sido torturado.

—No... —murmuró Gladio—. Tengo que matarlo aquí y ahora.

Antes de que pudiera ordenarle nada a las rocas, Aizen golpeó el aire con su puño y una onda de oscuridad viajó con velocidad hacia Gladio, que la bloqueó con su hacha y le hizo retroceder sin mover los pies del suelo.

El Sello de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora